Por Carlos E. Martínez Gutiérrez
Consultor en Desarrollo Urbano y Vivienda
@carlosemgtz
Basta un fenómeno natural como una tormenta, huracán o sismo para exhibir la fragilidad de las ciudades, construcciones que se colapsan o inundan, calles anegadas, ríos urbanos, cables o árboles caídos, por mencionar solo algunos problemas producto de algún evento; pero lo peor de la situación es la pérdida de vidas humanas y el patrimonio de los ciudadanos.
Desgraciadamente esta historia se repite todos los años, eventos que algunas veces son extraordinarios, pero la mayoría cíclicos, muchos de ellos previsibles desde el diseño de las construcciones o de la ciudad con medidas que mitiguen los riesgos.
Pero a lo anterior abona a la problemática la falta de cultura de mantenimiento, un mal arraigado en la sociedad que se traduce también en la ineficiencia de las acciones y políticas públicas de los gobiernos: alcantarillas descubiertas o saturadas de basura, cauces de arroyos invadidos, cables de todo tipo sueltos, árboles en riesgo de caer, banquetas intransitables, postes dañados, mobiliario urbano obsoleto en malas condiciones, por mencionar solo algunos ejemplos, convierten el transitar por la ciudad en un deporte extremo.
Pareciera que las obras publicas son eternas y no requieren de mantenimiento y adecuaciones de acuerdo al cambio de necesidades de la población o de los servicios para los que fueron creados; muchas administraciones públicas han borrado de sus presupuestos las partidas presupuestales de mantenimiento de las instalaciones a su cargo o, peor aún, aunque tengan los recursos económicos, por trabas burocráticas o irresponsabilidad no se ejercen con el profesionalismo y eficiencia que se requiere, poniendo en riesgo a la ciudadanía. Desgraciadamente los medios de comunicación han dado cuenta de tragedias verdaderamente inaceptables en los últimos años.
Hablar de minimizar los riesgos en las ciudades contempla un ejercicio de planeación y políticas públicas integrales que no solo es enviar cuadrillas de trabajadores a cubrir la emergencia, se requieren estrategias de forma integral para reconvertir la ciudad y hacer las adecuaciones en el espacio público anteponiendo la seguridad de los ciudadanos.
Por otro lado, la conservación y mantenimiento de los edificios públicos es prioritario para los usuarios; instalaciones estratégicas para el funcionamiento del país, así como las del transporte público masivo, hospitales, escuelas y oficinas públicas en general, debería de ser la prioridad de los gobiernos. Ejemplos como en el estado de jalisco donde se están invirtiendo una gran cantidad de recursos en la rehabilitación y mantenimiento de escuelas, debería de ser la constante de las administraciones públicas.
Pero también los ciudadanos debemos asumir la cultura de minimizar riesgos en nuestra actuar cotidiano, vivir en construcciones habitables y seguras, tanto en su ubicación como estructuralmente; asumir la cultura de mantenimiento de las construcciones, de las instalaciones de gas o eléctricas, es invertir en nuestra seguridad.
Tener ciudades seguras requiere dos vertientes: una hacia lo existente y otra hacia lo nuevo. Un diseño de ciudad priorizando la seguridad de los ciudadanos desde la concepción misma de los proyectos de las construcciones como las políticas públicas de conservación, mantenimiento y eficiencia, en suma, un cambio de cultura.