Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
La nación transita camino al quinto gobierno del siglo XXI. Mirando a nuestro alrededor nos surge múltiples dudas, grandes incertidumbres con respecto al escenario que vivimos y la perspectiva de lo que puede venir.
Recordamos que el arribo al siglo XXI se enmarcaba en la narrativa dominante de que ingresábamos al mundo desarrollado. La puesta en marcha, años atrás, del Tratado de Libre Comercio con América del Norte había, junto al ingreso de México a la OCDE, alimentado esa visión.
En el mismo año 2000 se creaban también grandes expectativas a partir de la llegada de la alternancia política con el triunfo de Fox. México, se decía, había arribado a la democracia, se había vencido al viejo partido de estado y la democracia encaminaría al país por nuevos y favorables derroteros.
Con el inicio del siglo XXI se consolidaron las reformas económicas de mercado y con modificaciones de gran calado, por ejemplo en el sector energético, se afirmaba que nuestro país caminaba por la ruta correcta.
Acontecimientos imprevistos como el ataque a las Torres Gemelas de New York, el COVID, Donald Trump, influyeron de manera decisiva en la trayectoria del país. Debemos reconocer que se perdieron oportunidades únicas que debieron servir de resorte para impulsar cambios positivos y estructurales en el desarrollo de México. Recordemos los altísimos ingresos petroleros que ingresaron al país a principios del gobierno de Fox y que no fueron aprovechados en todo su potencial para generar condiciones sustentables de crecimiento y desarrollo.
La alternancia democrática no cumplió con las expectativas generadas. La democracia generó incentivos insuficientes para combatir la corrupción, para elevar la calidad de la clase política, promover la eficiencia gubernamental, fortalecer el contenido del debate público, incrementar la pluralidad y la tolerancia e impulsar el capital social. Al contrario, el desencanto ciudadano se manifiesta en el rechazo a los partidos políticos y la pérdida de confianza en las instituciones democráticas.
La economía se aferra a tener un comportamiento mediocre. Vamos para la tercera década del siglo XXI y no podemos recuperar las tasas de crecimiento económico del 6% promedio anual que registramos en la época del modelo de industrialización sustitutivo de importaciones y desarrollo estabilizador de los años 50 y 60 del siglo XX.
Durante décadas hemos gastado enormes recursos para combatir la pobreza, recordemos los programas de Solidaridad, Oportunidades y ahora Bienestar, y el saldo final es preocupante. El flagelo de la pobreza sigue creciendo y atenaza a millones de mexicanos.
Sin duda que el arribo de la inseguridad y del crimen organizado ha llegado a niveles insospechados y no calculados para un siglo donde esperábamos la consolidación de la modernidad política y económica y perfilarnos como una potencia intermedia en el escenario internacional con una democracia fuerte y, por fin, con vigencia del Estado de Derecho.
Esta realidad se acompaña con el lamentable espectáculo de la sucesión presidencial. La clásica disputa del “quítate tú para ponerme yo”, las cuestionables dirigencias partidistas, la persistente violación de los marcos legales electorales, el oportunismo político, la falta de altura de miras y de proyecto nacional y la polarización política alimentada por la banalidad y exabrupto construyen nuestro arribo a la tercera década del siglo XXI. Años y décadas perdidas.