Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
Sin duda que los mexicanos nos caracterizamos por manifestar ante el más mínimo incentivo nuestro profundo orgullo nacional, nos manifestamos patriotas y cada 15 de septiembre celebramos las fiestas patrias.
Tenemos una narrativa tan profunda y significativa sobre la Independencia que desde temprana edad se entra en conocimiento de las mujeres y hombres que nos dieron patria. La Independencia de México nos remite a la capacidad de los mexicanos, del pueblo soberano, a tomar las decisiones sobre su destino presente y futuro. La citada narrativa ensalza personajes, sucesos, mitos y verdades.
Con la recreación de la independencia, los mexicanos identificamos a los héroes y a los villanos, por desgracia, con una interpretación maniquea e interesada. Héroes con supuestas y sublimes virtudes, vidas intachables y acciones suprahumanas. A la vez que nuestras desgracias devienen de seres malvados y perversos que han dañado al pueblo bueno e inocente. Esas mismas desgracias también son provocadas por la intervención de fuerzas externas, de intereses de otras naciones que desean nuestras riquezas y la dominación del pueblo y del territorio.
En este punto es urgente reconstruir una interpretación más profunda, alejada de simplismos y dicotomías, que nos limitan la posibilidad de configurar un entendimiento más científico del origen de la independencia mexicana.
Por otra parte, desde 1821 nos consideramos una nación independiente, sin embargo, considero que los mexicanos debemos también replantear el concepto y sus implicaciones.
Es cierto, logramos la independencia, pero las bases de constitución de la nación independiente fueron endebles. Sin base productiva sólida, población analfabeta, una elite económica y política enfrentada y voraz, finanzas públicas destrozadas, el México independiente fue incapaz de defender la integridad de su territorio ante la invasión del vecino del norte.
La independencia alentó la posibilidad de que el pueblo mexicano fuera el dueño de su destino. La realidad es que esa posibilidad, o mejor dicho esa soberanía le fue expropiada. Así, la independencia del pueblo mexicano fue capturada para beneficio de la dictadura porfirista, pero también por los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana. Los mexicanos rompimos con las ataduras a los poderes externos, pero quedamos sujetos a las ataduras de los gobiernos e intereses que les sucedieron.
Lo que vivimos principalmente en el siglo 20 fue la consolidación de un Estado Nacional, no necesariamente representante legítimo y auténtico de la soberanía popular, cuya elite gobernante gozó de amplios márgenes de maniobra para interpretar, de acuerdo con su visión, el interés nacional.
El siglo 21, la irrupción de la 4 Revolución Tecnológica, la conectividad y sociedad digital, la globalización productiva y la integración de los mercados financieros nos llevan, entre otros factores, a repensar el concepto de independencia nacional.
Los movimientos del capital financiero, las decisiones de los grandes Bancos Centrales, el interés de las grandes corporaciones, la creciente gobernanza mundial en temas climáticos, de derechos humanos, democracia, migración, narcotráfico, entre otros, viene reduciendo la capacidad de los Estados Nacionales para que con absoluta libertad y autonomía decidan de manera independiente.
Así, celebrar la Independencia deja profundas inquietudes sobre su significado y futuro.