Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
La semana pasada el tipo de cambio rompió el piso de los 17 pesos por dólar. Un nivel que en 2020, en medio de la pandemia del Covid donde la paridad alcanzó los 25 pesos por dólar, nadie hubiera imaginado.
Desde la esfera gubernamental y sus aliados se festinó dicho acontecimiento. En el caso extremo se calificó como un logro sexenal. Se realizaron comparaciones con otros gobiernos y el tema se politizó y dio paso a la esfera partidista y publicitaria, tratando de fijar la idea del superpeso como un gran logro de la actual administración. El asunto merece más mesura y prudencia.
El entramado de causas de índole externo e interno que han provocado la emergencia del superpeso son múltiples. Sin lugar a duda, las altas tasas de interés que se ofrecen en México en comparación con otras economías, especialmente con la de Estados Unidos, son un imán poderoso que atrae flujos de inversión financiera del exterior que aumentan el valor del peso. Específicamente la diferencia de las tasas de interés con Estados Unidos obedece a la prioridad que la Reserva Federal otorgó a la recuperación del crecimiento para superar la fase negativa del ciclo económico provocado por la pandemia y que resultó en la disminución del costo del dinero.
Otro factor es el flujo creciente de dólares hacia nuestro país por la vía de las remesas que han alcanzado niveles récord, no olvidemos que tan solo en el año pasado ingresaron más de 58 mil millones de dólares por ese rubro. Sin duda que los ingresos por remesas generan un complejo debate que nada tienen que ver con alguna política pública exitosa. Se encuentra la posibilidad de que envuelta en esa cantidad se encuentre dinero de la delincuencia organizada, pero también las remesas nos muestran la cara amarga del desarrollo nacional, ya que esos ingresos son generados por la mano de obra expulsada desde décadas y que no encontraron en su país las posibilidades de una vida digna y a la vez que persiste la pobreza y la falta de oportunidades en sus lugares de origen.
Internamente el Banco de México ha mandado señales acertadas a los mercados internacionales en torno al cumplimiento de sus responsabilidades constitucionales a favor de la estabilidad económica, el manejo adecuado de la política monetaria y de resistencia a posibles intentos de echar mano de las reservas internacionales que por su monto de más de 200 mil millones de dólares contribuyen a la fortaleza del peso.
En medio de las fanfarrias que genera el superpeso, solo recordemos que la persona que cobra su remesa, gente de bajos recursos económicos, recibe menos pesos y, por lo tanto, se afecta su poder adquisitivo agravando su problemática. El gobierno federal reduce sus ingresos fiscales porque los dólares que recibe PEMEX por la exportación de petróleo se cambian por menos pesos. Los exportadores tienen problemas para vender sus productos porque se encarecieron ante el dólar y los importadores ven la oportunidad de traer más productos del exterior porque se han abaratado.
El tipo de cambio debe ser una política económica encaminada al logro de objetivos de desarrollo, fortalecer la competitividad de la económica nacional, impulsar al sector exportador integrado a una política industrial de encadenamiento con proveedores nacionales y favorecer nuestros saldos de la balanza de pagos. El superpeso puede convertirse en un dios falso y que posteriormente nos lamentemos por haberlo adorado.