El acuerdo de paz se firmó el 2 de febrero de 1848, hace 175 años; los vencedores pagaron 15 millones de dólares por los 2.5 millones de kilómetros cuadrados que se anexaron.
Por Alfredo Arnold
En México, el mes de febrero tiene un significado festivo porque nos recuerda que el 5 de febrero de 1917 se promulgó la Constitución que actualmente rige en el país y porque, muchos años antes, el 24 de febrero de 1821 Agustín de Iturbide proclamó el Plan de Iguala con lo que se inició formalmente la consumación de la independencia.
Sin embargo, febrero también nos remonta al segundo día del segundo mes de 1848, cuando se firmó el Tratado Guadalupe Hidalgo, equivalente a la rendición de México en la guerra contra Estados Unidos. El 15 de septiembre del año anterior había ondeado la bandera de las barras y las estrellas en Palacio Nacional y tres días antes había ocurrido el asalto al Castillo de Chapultepec.
Por dicho tratado, México cedió dos millones y medio de su territorio a los Estados Unidos a cambio de 15 millones de dólares que los vencedores le pagaron en abonos al gobierno derrotado. Y no se quedaron con más territorio debido a la presencia de apaches y otras tribus que dificultaban la colonización de esas tierras inhóspitas. Irónicamente, pasó muy poco tiempo para que en California se desatara la fiebre del oro que propició un enorme desarrollo en el sur norteamericano.
México perdió lo que actualmente son los estados de California, Texas, Nuevo México, Nevada, Utah, Arizona y parte de Colorado y Wyoming. La mitad del legado territorial que la República Mexicana había heredado de la Nueva España y que prometía convertirla en la nación más poderosa del continente americano, cambiaba de manos.
Cuando el presidente López Obrador se refiere a este hecho lo califica como “el gran zarpazo”, y razón no le falta, ya que el territorio arrebatado equivale a doce países europeos juntos: España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia.
Poco más de veinte meses duró la guerra o mejor dicho, la invasión norteamericana. La disputa por Texas estaba en el centro de la contienda. Desde tiempos del Imperio Mexicano, el embajador Poinsett le había ofrecido a Iturbide comprar dicho territorio que pertenecía a Coahuila, y no habían cesado en su intento. Texas finalmente se independizó con el nombre de República de Texas y el Congreso de Estados Unidos la incorporó a su territorio el 29 de diciembre de 1845. México intentó recuperar el terreno perdido, hubo altercados en el río Nueces y finalmente Estados Unidos se valió de esos incidentes para declarar la guerra el 23 de mayo de 1846. La inició el presidente norteamericano James Polk.
El Tratado Guadalupe Hidalgo, llamado así porque se firmó en la villa de ese nombre cercana a la ciudad de México, se llama oficialmente “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América”.
En su introducción, el documento establece que “Los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, animados de un sincero deseo de poner término a las calamidades de la guerra que desgraciadamente existe entre ambas Repúblicas, y de establecer sobre bases sólidas relaciones de paz y de buena amistad, que procuren recíprocas ventajas a los ciudadanos de uno y otro país, y afiancen la concordia, armonía y mutua seguridad en que deben vivir, como buenos vecinos, los dos pueblos; han nombrado a este efecto a sus respectivos plenipotenciarios, quienes han ajustado, convenido y firmado el siguiente Tratado de paz, amistad, límites y arreglo definitivo entre la República mexicana y los Estados Unidos de América”.
Dicho texto, y por supuesto la indemnización por los daños sufridos durante la guerra, dejaron en el sentimiento de la sociedad norteamericana de aquel momento la idea de que México habría vendido la mitad de su territorio y no que Estados Unidos se la hubiera arrebatado. Ante las demás naciones, principalmente las europeas, quedaba la imagen de que todo se hizo con absoluta legalidad y no a través de una conquista.
En México, que sintió la invasión en el mismo corazón del país, se pensaba diferente y quedó un ánimo de profunda derrota. Pero los políticos no escarmentaron, siguió la división entre liberales y conservadores; nos invadió Francia, nos puso un gobernante extranjero… pero esa es otra historia.