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Cómo entretener a un gestor cultural

Por Carlos A. Lara González

Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura

@Reprocultura

Las dependencias, instituciones y organismos internacionales saben de la diletancia que caracteriza al sector cultural, en particular a los gestores y agentes culturales. Conocen bien ese porfiado amor por el trabajo mal pagado o de plano por el salario emocional del arte y la cultura. Esa franciscana pasión con que se asume ser una suerte de orden mendicante a la que se le tiene prohibido la acumulación de bienes. Ese defecto moral que consiste en haber creído el mito fundacional de la resiliencia. En lo personal, lo que me parece ya inadmisible es que esas dependencias, instituciones y organismos nacionales e internacionales nos sigan viendo la cara de pendejos. Piensan más en cómo entretener al sector inventando palabras y enunciados para alimentar su diletancia, que en resolver problemas de fondo a través de su trabajo.

Me referiré a los organismos internacionales, en particular del G-20, el cual, reunido en Delhi, ha tenido la insustancial idea de nombrar la cultura ¡Como motor transformador y facilitador de los Objetivos de Desarrollo Sostenible! Como lo oyen. Llamaron al pleno reconocimiento y protección de la cultura, a su valor intrínseco y a su carácter de motor transformador… Hace dos años votaron, por unanimidad, a favor de colocar la cultura en el centro de la agenda política del organismo ¿Y qué ha pasado? Efectivamente, nada.

A esto se suman también los partidos políticos. Entre todos repiten el gemebundo, y ya cansino discurso de la cultura como generadora de cohesión social, regeneradora del tejido social, pivote del desarrollo, el cuarto pilar… Mucha Unesco, mucha Agenda 2030, motor transformador, Mondiacult, G-20 y demás agencias parasitarias, pero nadie se compromete a dotar a la cultura de condiciones de desarrollo y recursos económicos. Eso sería colocarla en el centro una agenda política estratégica. Todo son declaraciones, anuncios, nombramientos, llamados, decálogos, laboratorios, observatorios y conversatorios para mantener entretenido a todo un sector que sigue encendiendo veladoras a este rancio modelo de declaraciones de fe. Así las cosas, resulta fácil entretener a un gestor o agente cultural. Es cuestión de dosificar este rosario de palabrejas para que sigan ampliando sus objetos de estudio, sus enfoques, perspectivas, abordajes…

Ahora, a la extraviada definición de “bien público global” (un error que la Unesco se vio obligada a corregir por “bien público mundial”) en la pasada cumbre mundial celebrada en México, hay que sumar la más reciente ocurrencia: abrazar la cultura como bien común mundial. Vamos una vez más hacia atrás, a la teoría. Ahí tienen colegas gestores y agentes culturales más galletas para que se entretengan unos años más.

A estas alturas, el funcionariado cultural del mundo debería saber que son los gestores y agentes culturales quienes materializan el derecho constitucional y convencional a la cultura, así como el ejercicio de los derechos culturales. Una actividad que se hace, como decía Oscar Chávez, con recursos y no con saliva.

Por supuesto que se podría hacer más, pero somos un sector desorganizado, cuya profesión está en ciernes, sin líneas temáticas sólidas, extraviado en sus propias definiciones y sin una colegiación que permita dialogar con el Estado y la iniciativa privada sobre estos temas. Sí, con quienes generan las condiciones de desarrollo y los empleos.

Lo único que se obtiene de todo esto son galletas en forma de palabras, anuncios y declaratorias. El café lo pone el gobierno (no el Estado), para acompañar esta apasionante diletancia franciscana.

 

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