La segunda emperatriz vivió 60 años viuda, rica y trastornada después de la muerte de Maximiliano.
Por Alfredo Arnold
Según el escritor Miguel de Schleswig-Holstein, más conocido como Miguel de Grecia, tío de la reina emérita Sofía de España, la emperatriz Carlota murió sosteniendo un rosario y murmurando la palabra “Mexique”.
Al morir, Carlota tenía 87 años y desde los 26 se había alejado para siempre de su marido, el emperador Maximiliano, y del México que gobernó junto con él durante tres cortísimos años. No fue una separación por desavenencias maritales; al contrario, Carlota viajó a Europa en un intento desesperado por salvar el trono de lo que fue el efímero Segundo Imperio Mexicano.
María Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha era casi una niña cuando vivió la etapa más trágica de su existencia: la caída del Imperio Mexicano y el fusilamiento de su marido, aunque existen dudas de que se hubiera enterado de la muerte de Maximiliano, pues en ese momento ella ya se encontraba en Bélgica, perturbada por la demencia.
Carlota era hija de Leopoldo l, rey de Bélgica y de la princesa Luisa María de Francia. Poseía los títulos nobiliarios de Archiduquesa de Austria, Princesa de Hungría y Bohemia, Princesa de Bélgica, Princesa de Sajonia-Coburgo-Gotha y a partir de 1864 Emperatriz de México. Tenía 17 años cuando contrajo matrimonio con Maximiliano de Austria.
La situación de México antes y durante el Imperio, entre 1864 y 1867, era catastrófica. A la pérdida de territorio frente a Estados Unidos y la derrota tricolor ante las tropas francesas se sumaba la división política y militar entre conservadores y liberales. Mientras Juárez mantenía viva la llama de la República en Paso del Norte, Porfirio Díaz, Ramón Corona, Nicolás Romero, Donato Guerra y otros generales fieles a Juárez sostenían con las armas la oposición a Maximiliano; las arcas estaban vacías y en poco tiempo el Ejército francés tomó la decisión regresar a su patria, abandonando a su suerte al Emperador.
Maximiliano estaba a tiempo de regresar a su tierra sano y salvo, pero no quiso abandonar a los leales que lo apoyaban ni volver derrotado a Europa.
Carlota observaba que la situación era cada vez más comprometida y decidió embarcarse sola para exigirle a Napoleón III, sobrino de Napoleón Bonaparte y emperador de Francia, y a su esposa Eugenia de Montijo, que apoyaran el gobierno imperial encabezado por su marido que ellos mismos había instaurado.
Por cierto, se dice que el verdadero artífice de la instalación de un gobierno pro francés en México fue Eugenia de Montijo, quien pensaba que así Francia impondría su poderío en América, desplazaría a los Estados Unidos y expandiría su influencia hacia otros futuros imperios sudamericanos.
Fue el 11 de agosto de 1866 cuando Carlota se entrevistó con Napoleón III. Le exigió que se hiciera cargo del pago de los soldados franceses que seguían en México, que ayudara a su marido a construir un ejército y que sustituyera a Francois Bezaine, representante francés en la corte de Maximiliano, a quien ella consideraba ineficaz.
No fue una entrevista cómoda. Afirma el historiador Armando Fuentes Aguirre que en dicha reunión abundaron los gritos y terminó en insultos.
Napoleón III no cedió ni un ápice. Poco después Maximiliano recibió dos cartas, una de su esposa que le informaba “Nada he conseguido” y otra del monarca francés quien le ratificaba la imposibilidad de apoyarlo económicamente. Maximiliano fue fusilado diez meses después de aquella entrevista, el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas de Querétaro, al lado de los mexicanos Miramón y Mejía.
Carlota no se rendía. Luego de su infructuosa entrevista con el monarca francés viajó a Roma para exponer ante el papa Pío IX la situación que prevalecía en México y el peligro en que se encontraba su marido. Tampoco obtuvo la ayuda requerida, y fue durante ese tiempo en que fue huésped de El Vaticano cuando comenzó a dar señales de locura que rápidamente se hizo más evidente.
Su familia la recogió y por el resto de su vida radicó en el Castillo de Miramar, aunque ya anciana y demente, murió en su residencia de Chateau de Bouchout, en Bruselas. Su fortuna heredada llegó a ser una de las mayores del mundo, pero su vida había quedado destruida sesenta años atrás. Sus restos descansan en la iglesia de Laeken en Bruselas, lejos de los de Maximiliano que fue sepultado en la iglesia de los Capuchinos, en Viena.
Las versiones históricas del Segundo Imperio Mexicano difieren entre sí. Algunos autores citan que la llegada de Carlota a México fue entre expresiones de júbilo de los mexicanos y que su vida en el Castillo de Chapultepec fue apacible; que era bondadosa y cercana al pueblo que la rodeaba, y que disfrutaba de la música mexicana.
México ha tenido dos emperatrices. Carlota fue la segunda. La michoacana Ana María Huarte, esposa de Iturbide fue la primera, también por muy poco tiempo, ya que el resto de sus días, tras el fusilamiento de su marido, vivió exiliada y pobre. Pero esa es otra historia…