Por Carlos A. Lara González
Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura
@Reprocultura
La historia nos dice que no fue nada fácil llegar a tener una jornada laboral de ocho horas. Eso que Robert Owen, el empresario y teórico socialista, denominó el “Reparto vital”, que consistía en tener ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo y ocho horas de descanso dentro de su socialismo utópico, seguramente una de las mejores aportaciones al desarrollo humano.
Las jornadas laborales fueron con el tiempo distribuidas en cuatro por la mañana y cuatro por la tarde, así las concibió, por ejemplo, Felipe II en un Edicto Real, ya que solían ser de hasta 12 o 14 horas.
La ordenanza de Instrucción dictaba que todos los obreros de las fortificaciones y las fábricas trabajarían ocho horas diarias, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde. Asimismo, que las horas serían distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y conservar el cuidado de la salud, para que no faltasen a sus deberes.
El reinado de Felipe II extendió estas condiciones laborales a los indígenas americanos que ya contaban con una legislación propia. Los historiadores dicen que las Leyes de Indias garantizaban la jornada de ocho horas, repartidas en cuatro y cuatro para librar el sol, con la excepción de quienes trabajaran en las minas, cuya jornada se reducía a siete horas.
Por otro lado, hay que decir que las huelgas jugaron un papel determinante en el establecimiento de las jornadas de ocho horas de trabajo, siempre considerando no solo el descanso sino también el ocio.
En México, el artículo 123 constitucional estableció en la Constitución de 1917 las 8 horas de trabajo, una medida derivada de la Revolución Industrial orientada a maximizar la producción. Las fábricas necesitaban fijar horarios a sus trabajadores.
A más de cien años, en nuestro país el establecimiento de las ocho horas de trabajo es quizá la parte que más funciona de la Regla de los Tres Ochos. Es decir, no solo no se invierten bien el resto de horas dedicadas al ocio y al descanso, sino que al domiciliar el trabajo en ocasiones se trabajan más horas.
La tecnología nos ha robado el sueño y el ocio. Ha domiciliado el entretenimiento a través de plataformas y aplicaciones digitales. Eso explica la tendencia a vivir en modo on live, es decir, permanentemente conectados.
No son pocos los países que ya comienzan a legislar el derecho a la desconexión, España y Francia entre ellos. Creen que eso reajustará la Regla de los Tres Ochos. En lo personal no creo en ese reajuste en la inversión del tiempo libre y de descanso, debido a que estamos ante la adquisición de nuevos hábitos culturales.
Pensemos por un segundo porqué fracasó el programa “Hoy no circula”. El propósito era bajar los índices de contaminación mediante un programa de cultura cívica y vial. Mucha gente terminó comprando un segundo coche para no dejar de circular. Este segundo coche era una fuente de contaminación. Hoy se recurre al taxi o al Uber, no al transporte público. Y aunque el vehículo no contamine, quedó como una puerta abierta a la recaudación.
Lo mismo ocurre con la conciliación laboral y familiar que tanto se ha querido impulsar en la legislación del trabajo. En teoría, se trata de que la pareja tenga, dentro de las ocho horas laborales, un espacio para estar más con los hijos, la familia… ¿Qué ha ocurrido? Que en el mejor de los casos, una mayoría importante de trabajadores consigue otro empleo, conduciendo un Uber, por ejemplo, para ganar un poco más de dinero, con lo cual no se cumple el propósito deseado. En el fondo es una necesidad económica y un problema cultural.
Los historiadores dicen que Felipe II tenía entre sus aficiones, además de la caza y la pesca, la literatura, la pintura y la arquitectura. Quizá eso lo llevó a considerar el ocio dentro de las 16 horas restantes a las ocho del trabajo y a las ocho del sueño.
En la actualidad, tanto la pandemia como el acelerado desarrollo tecnológico nos llevan a plantear la reducción de los días laborales, e incluso a domiciliar el trabajo a través del home office. No sabemos aún si esto traería consigo un mejor rendimiento laboral. La pregunta sigue siendo la misma: ¿qué hacemos con las 16 horas restantes a las del trabajo, esto es, las del sueño y las del entretenimiento? ¿Se han preguntado realmente cuántas horas al día dedicas al ocio y cuántas al descanso? Seamos honestos, seguramente no cuadran con la Regla de Los Tres Ochos.