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El T-MEC, de nuevo al campo del debate

REFLEXIONES

Por Gonzalo Leaño Reyes

Qué lejanos se miran aquellos tiempos en que los presidentes de Canadá, Estados Unidos y México decidieron establecer una alianza comercial que le diera a la región de Norteamérica la supremacía indiscutible en el comercio mundial.

Durante más de tres años se estudió la idea y se definieron políticas que culminaron con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el TLC. Los presidentes firmantes del tratado: George Bush padre, Brian Mulroney y Carlos Salinas de Gortari, presidentes de las respectivas naciones, celebraron con verdadero júbilo el acuerdo trilateral que representaba un triunfo mundial para la economía de estos países.

El acuerdo fue firmado en 1992 y entró en vigor en 1994. Para México, aquello significó un parteaguas histórico y además le supo sacar el mayor provecho posible. Muchas grandes empresas mundiales, especialmente norteamericanas, dirigieron sus inversiones a México ya que ofrecía y sigue ofreciendo una excelente mano de obra a costos muy razonables y además cuenta con la vecindad geográfica de Estados Unidos: una frontera terrestre de más de tres mil kilómetros además de las facilidades portuarias por ambos litorales.

México se transformó con el TLC. Su economía cerrada y limitada al petróleo y productos agrícolas, pronto adquirió un dinamismo impresionante, el cual se reflejó en la vida diaria de la mayoría de los mexicanos.

Durante casi treinta años, el TLC fue el acuerdo trilateral más exitoso del mundo. Y aún lo es, por encima de la comunidad europea y de los bloques formados por naciones asiáticas.

Las condiciones del mundo cambiaron drásticamente con la irrupción de la tecnología, razón por la que el TLC tuvo que ser modificado recientemente, incluso con un nuevo nombre: T-Mec (Tratado México, Estados Unidos, Canadá).

Hoy, ese exitoso modelo comercial se encuentra amenazado por diferentes razones, una de las cuales es el señalamiento del próximo presidente de Estados Unidos contra México, y no por razones comerciales sino políticas y de seguridad: le reclama a México las facilidades que da para el tránsito de inmigrantes que quieren llegar a Estados Unidos y por la producción y exportación del Fentanilo, una droga sintética que daña severamente a los jóvenes norteamericanos.

Trump no sólo quiere deshacer el T-Mec, sino además gravar con el 25 por ciento las exportaciones mexicanas a su país… si México no combate el tráfico de Fentanilo y el paso de migrantes hacia su país.

Se entiende que las autoridades mexicanas expresen sus argumentos en favor de la conservación del T-Mec, ya que ha sido el principal motor del crecimiento en los últimos treinta años. A estas alturas, sería catastrófico para la economía mexicana prescindir de la “frontera abierta” para exportar los bienes que aquí se producen. Regresar al petróleo sería tan utópico como inútil ya que nuestro país, sus empresas y su gente, están en otra dimensión: la del comercio de bienes y servicios con Estados Unidos y Canadá.

En secretario de Economía, Marcelo Ebrard restó importancia a los funestos augurios comerciales; dijo que el T-Mec tiene el 80 por ciento de posibilidades de continuar. Esperemos que tenga toda la razón, pero de ello hay que convencer al próximo presidente norteamericano.

 

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