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El Palomar, un piercing en el centro de la ciudad

Por Carlos A. Lara

Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura

@Reprocultura

La estructura arquitectónica que coloca el Ayuntamiento de Guadalajara en el centro de la ciudad debe ser colocada con sus letras bien puestas. Es decir, sin engañar y mucho menos sin arranques de prepotencia como el del alcalde: “Aunque a muchos les duela (…) lo que les duele y les cala es que estamos dejando huella”. Si intentara ser un poco más inteligente, él o quienes le asesoran habrían elaborado un discurso acorde a los hechos antes que los cimientos de la pretendida y mal entendida “escultura”.

Decir que se trata de una obra de Barragán es una mentira. Debido a las circunstancias, la obra no está elaborada, no hay una autorización ni mucho menos seguimiento y supervisión por parte del ingeniero. No fue concebida para ese espacio, es decir, está descontextualizada. Nada o poco tiene que hacer en un eje en el que compartirá cercanía con un monumento a Ramón Corona, otro a la independencia de México y a la distancia, pero a la misma altura, con el nacimiento de Quetzalcóatl. El Palomar no fue concebida como arte público.

¿Cómo debería ser el mensaje de Pablo Lemus? En tres líneas muy sencillas. La primera, reconociendo que se trata de una obra inspirada en Luís Barragán. La segunda, explicando el porqué; motivos sobran, él mismo ha dicho: “El Palomar será un referente que convivirá con la historia de Guadalajara, con la modernidad y con el arte público (…), se trata de la obra del referente más importante que ha dado la arquitectura en México”. Y la tercera, quizá la más significativa: Subrayando el esfuerzo por traer a Barragán al centro de la ciudad, a un espacio público de convivencia, con los elementos que siempre promovió, tales como el diseño, el espacio abierto, el agua etcétera. Arquitectura emotiva.

Considérese que Barragán no tiene arte público popular. Su obra está particularmente en fraccionamientos y urbanizaciones de alta plusvalía. Es aquí donde reside lo mejor de la decisión del gobierno municipal en este proyecto. Ya colocada, El Palomar puede llegar a ser un arete para la ciudad, incluso un piercing. Esto es, puede significar y comunicar a más de una generación de tapatíos o, bien, ser la cicatriz de un arranque fashionista de la política sin corbata.

En materia de arte y estatuaria pública, el debate debe hacerse, como bien señala el colega Luís Miguel Hernández Alcázar, sobre la obra colocada. Coincido, incluso añado, que no propiamente como un acto de autoridad sino como una apuesta simbólica que debe resistir el peso de la opinión pública a lo largo de los años.

Recuerdo haber leído, lo que no recuerdo es dónde, una anécdota de los años cincuenta en Guadalajara, en la que el entonces gobernador del estado, Agustín Yáñez, motivado quizá por la polémica obra de su antecesor (la Cruz de Plazas), que si algo dio a la ciudad fue espacio, llamó a los artistas y escultores a colocar, lo que consideraba “unos aretes para Guadalajara”. Esto es, obras escultóricas en los espacios públicos que se habían generado. Así nació La Minerva, entre otros.

Años han pasado desde que se comenzó a poner aretes a la ciudad, obras polémicas han adornado el espacio público y sangrado también las arcas municipales. Y es que no hay nada más afrodisiaco, tanto para los alcaldes de pueblo como para los gobernantes con aspiraciones políticas, que embellecer el quiosco de la plaza o dejar un monumento en la ciudad.

Aquí es importante no distorsionar la esencia de la obra arquitectónica del ingeniero Barragán. El diamante de Jill Magid ha hecho ya suficiente.

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