Por Carlos A. Lara González
Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura
@Reprocultura
La semana pasada fuimos testigos de dos lamentables hechos al interior de planteles educativos. Una madre ingresa al salón de clases de su hijo en busca del alumno que lo bulleaba. Irrumpe y pregunta quién es, su hijo lo señala, el bulleador dice soy yo. Ella lo confronta y agrede diciendo que estaba harta de reportar el hecho sin resultados: “Ya les queda un año para egresar, sinvergüenzas de mierda”, se escucha en el video. Ocurrió en Argentina, pero eso es lo de menos.
En nuestro país, un alumno del Tec de Santa Fe, del mismo grado escolar que el anterior, amenazó con una navaja a un compañero que, desde el suelo y atemorizado, imploraba que lo dejara en paz. Así quedó registrado en el video. La Fiscalía inició una carpeta de investigación por el delito de amenazas. De casos en España, Estados Unidos, Colombia… ya no hablamos. Tampoco de la sextorsión ni la pornovenganza.
Una cosa parece ser cierta en este tipo de casos, y es que los jóvenes hoy se parecen más a su generación que a sus familias, en eso coinciden diversos especialistas. Hay un par de generaciones que perdieron el miedo a sus padres, y hoy comienzan a tener miedo a sus hijos. Muchos tipos de miedo. Existen muchos padecimientos digitales en los screenagers, así llamados por el especialista Douglas Rushkoof a los jóvenes que nacieron frente a las pantallas. El problema no es solo ese, sino que suele ser una generación que aprende más de lo que ve, que de lo que lee. No entraré en ese tema.
Sigo insistiendo en todo tipo de foros que por la educación aprendemos a leer y a escribir, en tanto que por la cultura a pensar y reflexionar. No entender esto en casa y en el aula, no entender que los profesores no son los únicos agentes educativos, está generando serios problemas de comportamiento que trascienden la esfera personal y familiar; que desembocan en el ámbito escolar y social, como ya lo advirtió McLuhan en su momento.
Ahora bien, no todo es atribuible a la prótesis que portan desde los ocho años o antes por el motivo que sea. Hace falta más Matria en esto, pero no en el sentido que han dado destacadas escritoras al término, pues no se trata de un tema de género a lo Virginia Woolf, Christa Wolf o Isabel Allende. Tampoco ligado a la nacionalidad, a la patria y al terruño, a lo Unamuno o a lo Borges. No, una Matria entendida como aquello que se aprende en casa y no en la escuela, como el complemento de la patria.
Lo que aprendemos en casa debiera ser una educación basada en lo que está bien y lo que no, éticamente hablando (la ética como la moral reflexionada); en tanto que la patria sería eso que aprendemos en la escuela a través de la enseñanza. Una Matria a escala de estructura familiar, sin importar su integración. Aquí el historiador Luis González y González, al considerar que la Patria encerraba el conjunto más grande de valores y costumbres que dan identidad a una nación, señalaba que sólo tenían sentido a partir de un escenario menor que abrazara categorías tales como pueblos, barrios, familias, folclore…
Las sociedades necesitan más Matria para incidir en los entornos que están determinando el comportamiento de los adolescentes. Entender que los profesores no son los únicos agentes educativos de estos y actuar en consecuencia desde un modelo coeducativo; de pautas creativas, de fomento al estar juntos y no solo conectados, de creación de espacios de diálogo que garanticen la posibilidad de tener un idioma, un instrumento, un deporte y un libro a tiempo. Si logran más, que bien, si no, tendrán lo necesario para vivir y convivir. Para ser buenos ciudadanos.