Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
Los recientes resultados electorales en Brasil donde se resalta el triunfo de Lula, es motivo de reflexión en torno al futuro de la democracia en nuestros países y las posibles rutas a seguir.
En primer lugar, es de resaltar la llamada oscilación del péndulo ideológico donde se transita de gobiernos de derecha a izquierda o viceversa. Así pasamos de la derrota de Mauricio Macri en Argentina (derecha) al triunfo de Alberto Fernández (izquierda), pero anteriormente Macri había vencido a Daniel Scioli. En Brasil, Jair Bolsonaro (derecha) había jalado el péndulo después de las presidencias del mismo Lula y de su sucesora Dilma Rousseff (izquierda). Fenómenos parecidos se han registrado en Uruguay, Bolivia, Ecuador, Perú. En México el movimiento del péndulo se demoró en llegar y apareció en 2018.
Aunque pareciera normal el movimiento del péndulo, quizás algunos dirían que es una alternancia propia de las democracias; desde mi punto de vista, la oscilación del péndulo nos refleja la profunda insatisfacción ciudadana con respecto a los resultados que han generado los gobiernos independientemente de su identidad ideológica.
Las frustraciones y las narrativas en favor de un cambio mueven las preferencias ciudadanas de un extremo a otro del escenario político. La constante oscilación del péndulo implica la imposibilidad de construir un proyecto de largo plazo con cimientos de certidumbre y de perspectiva futura, situación que explica, junto a otros factores, las exitosas transformaciones de naciones como Corea y Singapur.
Las esperanzas que en cada proceso electoral se construyen desde la derecha y la izquierda tienen limitado tiempo para poderse concretar. La exigencia ciudadana por resultados favorables en el corto plazo, rápidos y tangibles llevan pronto al desencanto y a la búsqueda del extremo alternativo con el costo de no poder construir grandes consensos en torno a un proyecto nacional.
En segundo lugar, el movimiento del péndulo está llevando a Latinoamérica, en México ya se consolidó, a una peligrosa polarización política donde la sociedad ubica sus preferencias eligiendo entre el bloque de la derecha y la izquierda. El problema en esta polarización se encuentra en la incapacidad de diálogo, en la descalificación y el enfrentamiento pueril. Una polarización que presenta síntomas amenazantes para la democracia que se basa en la tolerancia y en el respeto de la diversidad. En este sentido también, las campañas electorales se basan en despertar sentimientos de encono y de señalamientos simplistas sobre las culpas de los otros que abonan a la destrucción de la democracia.
En tercer lugar, observamos en América Latina la cancelación de opciones políticas-electorales de centro. Propuestas provenientes de ese espacio ideológico que pudieran integrar un programa de transformaciones por medio de una convocatoria amplia, de concertación y de suma de propuestas de ambos lados de la cancha. Una propuesta que actuara en contra de la polarización y el choque de trenes que destruye capital social y nos concentra en la descalificación y la exclusión.
En cuarto lugar, una oscilación frustrante del péndulo puede significar el surgimiento de opciones políticas/electorales carismáticas y/o autoritarias con un discurso que sume en un solo espacio las insatisfacciones de segmentos de ciudadanos de ambos polos de la cancha ideológica. Quizás la autoridad y el prestigio de un mando militar con una narrativa a partir del interés nacional o de grandes valores aglutinadores de la sociedad rompa el juego de la polarización y nos transite a escenarios inéditos.
En todo este juego del péndulo, los partidos políticos tradiciones viven momentos de agonía, de pérdida de sustento, de legitimidad social y buscan conseguir su sobrevivencia en función de los intereses de sus grupos dirigentes. Su pertinencia está en juego.