En este reporte, se da cuenta del avance/retroceso en el combate a la desigualdad, la inseguridad y la polarización y nos sirve como un diagnóstico para mejorar el grado de cooperación mundial y sus resultados, para hacer frente a los mayores desafíos que hayamos enfrentando como humanidad.
Por Carlos Alberto Lara González
México tendrá por primera vez una mujer en el Poder Ejecutivo. Nada nos dice que en el ámbito del arte y la cultura esta condición vaya a ser determinante. Podemos inferir, a partir de lo que han hecho, lo que han dejado de hacer, y fundamentalmente por sus propuestas de campaña, lo que podrían ser capaces de realizar en seis años. Sin embargo, ante el apasionado arrebato por tener a una mujer en la primera magistratura del país nos preguntan en este número de la revista qué tan relevante sería para el sector cultural.
En lo personal no considero que exista una manera masculina o femenina de hacer política o de impulsar el arte y la cultura. No veo una diferencia basada en el género si las funciones, límites y alcances del cargo, así como del mandato, están ya delimitadas por ley. Puede haber un estilo personal de gobernar, pero ese tampoco es propio del género.
La igualdad, como seguramente sabemos, es un derecho fundamental por el cual todas las personas tienen los mismos derechos, responsabilidades y oportunidades. Así se estableció en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Por tanto, la igualdad de género comporta la no existencia de la desigualdad de trato entre hombres y mujeres. Una mujer en la política, una funcionaria pública del área que sea en cualquiera de los órdenes de gobierno, hoy tiene los mismos derechos laborales, culturales y sociales. No omito decir y reconocer que en los hechos hacen falta acciones para consolidar dicha igualdad. El punto es que cualquier persona puede participar en igualdad de condiciones y oportunidades en todo tipo de trabajos y convocatorias sin que el género sea una condicionante. La manera personal de llevar una relación de pareja, la maternidad o paternidad si una persona decide ser madre o padre y adoptar un menor, puede generar condiciones especiales en su desempeño como en cualquier empleo, pero no definir un estilo personal de hacer política.
Es decir, una vez en funciones, puede tener una forma particular de atender determinados temas y asuntos, pero la pasión y la responsabilidad por hacerlo no es propia del género. Es verdad que un político puede poner el acento en un campo específico de la administración pública, de ahí que Maquiavelo señalara que hay personas que hacen al cargo y hay cargos que hacen a la persona. Una condición que se da sin distinción de género. Por otro lado, los límites y alcances de lo que pueda o no hacer una persona en la política, están debidamente regulados, tanto en la Constitución como en la legislación secundaria.
Entendida como ciencia y como arte -el arte de gobernar-, la política comporta organización y administración de un Estado. Se materializa en el proceso de hechura e implementación de políticas públicas. Es aquí donde entra en juego la equidad, y lo hace precisamente como herramienta normativa orientada a lograr una igualdad efectiva. A diferencia de la igualdad, como seguramente también sabemos, la equidad no consiste en tratar a las personas del mismo modo, sino en tener en cuenta las circunstancias particulares y establecer acciones concretas para enmendar posibles desventajas y hacer que todos puedan partir de una posición igualitaria. En ese sentido, la equidad está implicada en los resultados, en tanto que la igualdad en el acceso a las posibilidades.
Son muchos los ejemplos sociales que nos pueden ayudar a entender la necesidad de garantizar que todos tengan acceso a los mismos servicios, considerando sus circunstancias individuales. Sin embargo, en el ámbito de la política, cuyo ejercicio es un derecho, el problema se ha comenzado a resolver en los últimos años con la adopción de la igualdad como principio constitucional y más particularmente en el ejercicio de la representación política donde la igualdad es un derecho fundamental de carácter vinculante para los Estados, disposición que deriva de un derecho humano. En tanto que la equidad es un componente ético orientado a procurar que todos los individuos de una sociedad accedan sin condiciones de desventaja al conjunto de derechos que la ley les reconoce.
Según Naciones Unidas, la igualdad de género hace referencia a la igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades entre ambos sexos. Por tanto, el sexo no debe determinar derechos, oportunidades y responsabilidades que podamos tener a lo largo de la vida. Este planteamiento va más allá de la concepción de hombres y mujeres para garantizar el piso parejo ante la ley a todas las expresiones de género. Dicho lo cual, que en la contienda electoral haya dos mujeres con posibilidades de ocupar el Poder Ejecutivo es, sin duda, un avance político para nuestra golpeada y amenazada democracia. Ahora, que vayan a imprimir un sello cultural al próximo sexenio no hay nada que lo asegure. Tampoco podemos tener certezas si acudimos a sus respectivas trayectorias. Si bien ambas han sido delegadas en el antiguo Distrito Federal, las delegaciones, ahora alcaldías, son un orden de gobierno en el que poco se puede apreciar el impulso del arte y la cultura.
Una de las candidatas fue encargada de la atención a los pueblos indígenas con resultados aceptables, que en lo sustantivo no han sido cuestionados. La otra participó en uno de los movimientos estudiantiles con mayor soporte e impacto cultural en la historia del país. Una viene de ser Jefa de Gobierno con una gestión cultural accidentada que ha tenido al frente a cuatro personas en menos de cinco años. Otra viene del Senado de la República donde su trabajo en materia de cultura tampoco ha sido relevante.
Si bien es cierto que “el hábito no hace al monje”, no es menos verdad que le distingue de orden. En ese sentido, una de ellas se diferencia por lucir el arte popular mexicano en su vestimenta de forma auténtica y no como una necesidad de acentuar esa fascinación del drama identitario entre una parte del electorado. Lo dicho, la política no tiene género. La pasión por estar en ella, por votar y ser votado, es un derecho, no un podium para patentar un modo de andar o un estilo personal de gobernar. Más en el sector cultural donde a manudo se cree que todo es cuestión de portar un huipil, dejarse el cabello largo y hablar de derechos culturales.
Una cosa es irrefutable, haga lo que haga la próxima presidenta en materia de cultura, será demasiado en comparación a este sexenio que pasa a la historia como un sexenio culturalmente regresivo.