NOTA DEL EDITOR
Por Julio César Hernández
@jcentresemana
Luego de que la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación resolvió las impugnaciones presentadas por la oposición a la elección presidencial y declarar final y oficialmente a Claudia Sheinbaum Pardo ganadora, el miércoles 15 recibirá su constancia de mayoría que la acredita como presidenta de la República electa, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar este cargo.
Por supuesto que la banda presidencial que se colocará sobre el pecho el primer día de octubre refrenderá el lugar que ya ocupa en la historia política de México. A partir de entonces podrá ser llamada “La señora Presidenta”.
Sheinbaum Pardo ocupará la denominada “Silla del Águila” en Palacio Nacional con un enorme reto: el de no defraudar a los casi 36 millones de mexicanos que votaron por ella, pero también deberá despejar temores de quienes no lo hicieron a su favor. En una palabra, en los hechos deberá de gobernar para todos. No puede ser una Claudia como candidata y una Sheinbaum como presidenta. Son la misma persona y como tal deberá de ser su actuación a lo largo de los seis años que dura su encargo.
Los mexicanos no pueden vivir otro sexenio con hechos que no corresponden a las promesas y compromisos que se hicieron y se asumieron en campaña, como fue el caso del saliente presidente Andrés Manuel López Obrador.
Los compromisos que Sheinbaum asumió ante la población deben de verse reflejados en acciones y decisiones de gobierno, lo mismo aquellos que acordó con el empresariado nacional y que, al menos inicialmente, permitieron le extendieran el beneficio de la duda, pues lo que requiere es la confianza y seguridad como garantía para continuar invirtiendo en el país, pero lo mismo requieren los inversionistas extranjeros.
Claudia Sheinbaum está obligada a corregir todo aquello que se hizo mal y a mejorar lo que se hizo bien. No pueden darse más “bandazos” para experimentar y pretender demostrar que una mujer en la presidencia de la República puede innovar y hacer cosas diferentes, cuando no se tienen garantizados los buenos resultados. Aquí no vale aquello de que “echando a perder se aprende”.
A Sheinbaum, la mayoría de los votantes le dio un voto de confianza y eso la obliga a cumplir doblemente el papel histórico que deberá de cubrir: ser la primera mujer presidenta y ser una buena presidenta. Y eso incluye despejarse el camino de cualquier intento de quien quiera convertirse en su “sombra”, creyendo que se puede ejercer un “minimaximato”. De eso, nada. De eso el país ya quedó “curado de espanto”, y no hay motivo alguno para que etapas de la historia ya superadas pretendan regresar. De ella, sólo de ella, dependerá que eso no suceda.
El miércoles 15 comenzará a escribirse otro capítulo de la extensa historia política de México, que se suma al escrito el pasado dos de junio cuando el escrutinio y cómputo de la elección confirmaron la mayoría, una enorme mayoría de votos a su favor. Y otro capítulo vendrá el primero de octubre y así sucesivamente se irán escribiendo a lo largo de seis años.
Después del miércoles, sólo quedará pendiente conocer la integración del Poder Legislativo, el final de la lucha por el número de legisladores que deberán de repartirse las diversas fracciones parlamentarias que hoy mantienen una férrea lucha por evitar la sobrerrepresentación que ha sido motivo de desencuentros y que es determinante para confirmar o no si el partido gobernante alcanza la mayoría absoluta en las Cámaras para aplicar su famoso Plan C.
Y la futura señora Presidenta requiere de esa mayoría y no cejará en su propósito de alcanzarla. Pero eso, ya es otra historia con sus propios capítulos.