En relación con la realización de la obra, una serie a través de Netflix, yo la partiría en dos: una primera parte, la del apagón y la nieve tóxica que es una genialidad. Y una segunda en la que se da la aparición de los alienígenas, un auténtico desastre.
Por Carlos A. Lara González
“En Buenos Aires nos acechan los fantasmas del pasado
y cada tango es una confesión”
Fito Páez
El Eternauta tiene la virtud de haber hecho de una historieta de nicho, una historia universal con un entrañable héroe colectivo. Tiene tres poderosas lecciones y otras apreciaciones más que acompañaré al hilo de la canción “Buenos Aires” del maestro Fito Páez entre comillas y paréntesis. Su éxito es el resultado de la recreación de dos valores predigitales de conexión humana: la historieta de autor y la solidaridad como contenido humano. Basada en el cómic de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano, la serie es un monumento a los profundos claroscuros de la argentinidad, sembrado de pivotes emocionales en cada escena y en el marco de una dictadura, para unos, una guerra de Estado, para otros, una guerrilla, dependiendo el contexto tanto de la historieta como de la serie. Todo esto a través de una situación extrema. (“En Buenos Aires todo vuela, la alegría la anarquía, la bondad, la desesperación…En Buenos Aires amanezco, resucito me defiendo a gritos, quiero ser feliz”).
1) NOS SALVAMOS JUNTOS O NOS HUNDIMOS POR SEPARADO. Un poderoso mensaje que ya en su momento había dicho Juan Rulfo, pero no se preocupen argentinos, por favor, que lo dijo a mediados de los años ochenta, es decir, ustedes fueron primero. Un mensaje que está presente de manera magistral a lo largo de toda la serie como el triunfo de la comunicación conjuntiva por encima de la aceleración tecnocomunicativa en la que vivimos. (“Cuando en el mundo ya no quede nada, en Buenos Aires la imaginación”).
2) TODO LO VIEJO FUNCIONA. (“En Buenos Aires brilla el sol y un par de pibes en la esquina, inventan una solución”). Estar a la vanguardia tecnológica no significa que los problemas estén resueltos. De hecho, gran parte de los problemas que padecemos como sociedad comenzaron con el Taylorismo digital en el momento en que se dejó de vender lo que se producía para comenzar a producir solo lo que se vende. Esto dio pie a comportamientos digitales como la neomanía y a la obsolescencia programada que han derivado en fenómenos como la basuraleza, que han hecho de espacios naturales como el desierto de Atacama, en Chile, un auténtico problema ambiental. Quizás sea tiempo de comenzar a combatir este vicio nuevo de la velocidad. De ir más despacio para llegar más lejos. De crear una ética capaz de ser entendida por los algoritmos y la IA; de comenzar a estar más juntos que conectados. (“En Buenos Aires descubrí que el día hace la guerra, la noche el amor”).
3) SE INVIRTIERON LOS POLOS. El Eternauta es una historia que está siendo contada desde el Sur: ¡Se invirtieron los polos Favalli! ¿Será que el apagón y la nieve tóxica crearon en verdad un nuevo norte? No lo sé, el tiempo lo dirá. (“En Buenos Aires cuando hablamos de la luna solo hay una Luna: La del Luna Park”)
Lo cierto es que la historia de El Eternauta nos recuerda que todo comenzó en una fogata. Y que, como diría Juan Villoro, sirvió fundamentalmente para tres cosas: para calentarnos las manos, para conseguir comida y para contar historias. No es casual que la primera escena de este relato comience con un tradicional juego en el que se juega en posición tribal. Y justo cuando ocurre el apagón, recurran de inmediato a la fogata. ¡Todo lo viejo funciona! (“Todas las noches, todas las noches sale el sol, vuelve el sol, vuelve el sol vuelve el sol, vuelve el sol”).
Y es que La tribu sigue siendo, en pleno siglo XXI, el primer y último refugio. En ese sentido, la sociedad actual tiene el reto de hacer que la nieve tóxica de El Eternauta genere lo que está en la Sociedad de la nieve: una gran cadena de solidaridad. Hay en ambas historias un método de sucesión basado en este gran valor predigital de conexión humana. Si bien la aceleración del tiempo y la reducción del espacio que nos ha tocado vivir es irreversible, puede ser por lo menos revisable.
(“…Y Buenos Aires come todo lo que encuentra como todo buen Narciso, nadie como yo, pero el espejo le devuelve una mirada, de misterio, de terror y de fascinación”).Debo decir que una de las cosas que más llamó mi atención después de ver la serie, fue observar la implacable y tenaz defensa de una parte importante de la sociedad argentina en relación con el éxito audiovisual de la obra que había logrado trascender fronteras. (“En Buenos Aires, San Martín y Santa Evita montan una agencia de publicidad”). Ese celo casi irracional por decretar que nadie podía opinar y salir bien librado sobre una historia que es tan suya. Por otro lado, pareciera que para poder decir que la obra es una genialidad, no solo hay que ser argentino, sino también adorar a Ricardo Darín, conocer la historieta en la cual está basada, amarla incondicionalmente porque es una biblia sociopolítica de Argentina, saber un poco de historia y un poco también de semiótica para poder interpretarla. Porque da la casualidad de que la historieta, base del guion, fue hecha en un momento en el que los represores del Estado sí leían. (“En Buenos Aires los amigos acarician y los enemigos tiran a matar…En Buenos Aires, la política que falta de respeto, que atropello a la razón”).
En el fondo lo que queda al descubierto es una profunda herida abierta que nunca sanó y la disputa entre dos bandos que no la dejan cicatrizar. (“En Buenos Aires casi todo ya ha pasado de generación en degeneración”).
En lo personal considero que El Eternauta no debe ser vista como un masaje de próstata para unos y una desgracia para otros, debido a que pretende ser justo lo contrario. Claro, desde fuera. Desde adentro conveniemos que para los argentinos es un símbolo de resistencia, un testamento, una herencia, un legado que, si se sabe apreciar podría ser también una suerte de medio tiempo para entender que no todo en su historia debe ser un Boca-River; que no todo debe ser futbolizado al extremo. (“En Buenos Aires hay un Falcon pesadilla en el museo de cera de la atrocidad”)
Y es que luego de ver las reacciones en torno a la dictadura, a la guerra de Estado, a la persecución, que si el Estado financió o no esta producción, que si no debió hacerlo, que si es una historia porteña…se puede constatar que Buenos Aires sigue siendo la ciudad de la furia. (“En Buenos Aires nos acechan los fantasmas del pasado y cada tango es una confesión”). Y no es para menos, hay una gran paradoja en este fenómeno audiovisual, y es que mientras figura en los primeros lugares de reproducción en la plataforma de Netflix a nivel mundial, el cuerpo de su creador sigue sin aparecer. Esto ya abre la herida. El nombre de Malvinas queda intacto en todos los idiomas porque “traducir es también respetar”, ha dicho Daiana Díaz, traductora de la serie. Esto da otro tirón a la herida. Aquí a los productores de Netflix les digo: querían subirse a esta bicicleta, pues ahora pedalean, y nos vemos en la segunda temporada. (“En Buenos Aires viven muertos, muertos viven y no quiero más tanta resignación”).
En relación con la realización de la obra yo la partiría en dos: una primera parte, la del apagón y la nieve tóxica que es una genialidad. Y una segunda en la que se da la aparición de los alienígenas, un auténtico desastre. Pero entendamos una cosa, es ciencia ficción. Ahora bien, para quienes no fuimos fans de este tipo de historietas, y no nos dimos cuenta de que desapareció Editorial Novaro, podríamos sorprendernos ante la fuerza simbólica y argumental de esta gran obra. Incluso, reconocer algo que es digno de subrayar, y es que está hecha en un momento complicado para la producción audiovisual argentina. (“Buenos Aires, malos tiempos para hacerte una canción”… “En Buenos Aires falta guita, pero sobran corazones condenados a latir”).
Retomando, considero que falta profundidad en los personajes, en grado tal que, si uno de ellos llegase a morir, el espectador no lo sentiría. Lo que se echa en falta es la recreación de esas escenas de vecindario que la serie hace muy bien, esa lucha constante y desesperada entre lo individual y lo colectivo por sobrevivir en una situación extrema. (“Yo quiero un barrio bien canalla, bien sutil y bien despierto, supersexy, quiero una oración que nos ayude a descorrer el velo y que termine la desolación”). Son estas escenas las que ameritaban más tiempo que las de los últimos capítulos donde vemos a los personajes principales pasar de un cuartel a un ferrocarril, en lo que parece ser una expedición militar que los lleva a correr hacia ninguna parte y disparar a no se sabe quién en medio de una ciudad caótica dominada por alienígenas. (“Y Buenos Aires es un bicho que camina ensortijado entre los sueños y la confusión”).
En síntesis, solo hay que decir que ojalá todos los latinoamericanos encontráramos ese gran orgullo que existe entre una mayoría importante de argentinos para con su historia, su identidad, su futbol, su música, su cine y su industria audiovisual. Porque eso es lo que nos da color en el mundo. (“En Buenos Aires he perdido mil batallas, pero hay una guerra que pienso ganar”).