Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
Acaba de concluir la 88° Convención Bancaria, una reunión que tradicionalmente tiene un gran peso en la agenda pública del país no solo en la económica, sino también en la política, dado el peso específico de sus actores.
En el sexenio pasado las convenciones bancarias anuales estuvieron marcadas por el recelo y la desconfianza entre el anterior presidente López Obrador y los banqueros, debido a los choques que generaba la narrativa del régimen con su discurso de polarización y críticas al llamado sistema económico neoliberal y sus beneficiarios. Hoy, desde el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, se percibe un cambio de tono en las relaciones entre el gobierno federal y los banqueros, lo que puede constituirse en un primer paso para resolver los grandes retos que enfrenta México en materia de financiamiento para el crecimiento y el desarrollo.
México es una nación con niveles insuficientes de ahorro –alrededor del 20% del PIB- por debajo del promedio mundial de 27%, ocupando el lugar 63 a nivel mundial y muy lejano, por ejemplo, de China que ahorra el 44.8% de su PIB, según datos del Banco Mundial.
Es evidente que se requieren políticas económicas que favorezcan una mejor repartición de la riqueza y sobre la mejoría de los niveles de ingreso de la población impulsar incentivos a favor del ahorro. Esos incentivos tienen que ver con la necesidad de incrementar la inclusión financiera de las personas y las empresas que viven bajo el mundo de la informalidad y la ausencia de una educación financiera adecuada.
Las teorías económicas del crecimiento sostienen la necesidad de poder alcanzar altas tasas de ahorro en relación con el PIB (no gastarlo) como precondición necesaria, pero no suficiente para el crecimiento económico. Lo anterior significa que adicionalmente se tienen que generar mecanismos para canalizar ese ahorro a la inversión productiva, que es el motor de las economías.
Las naciones que registran históricamente ciclos económicos con robustas tasas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), cuentan con poderosos incentivos institucionales que favorecen el proceso macroeconómico de ahorro-inversión, siendo los ejemplos más claros los que existen en los países del sudeste asiático.
En nuestro país necesitamos alcanzar niveles de inversión por arriba del 30% del PIB para poder alcanzar tasas de crecimiento por arriba del 3% promedio anual. La realidad es que necesitamos incrementar nuestra tasa de inversión en alrededor de 10 puntos porcentuales del PIB.
En este sentido, el mensaje del gobierno federal hacia los banqueros ha sido de que bajen las tasas de interés para facilitar el acceso al crédito, ya que se considera que existe un alto nivel de intermediación entre la tasa pasiva (que se paga a los ahorradores) con la tasa activa (que se cobra a los que usan el crédito).
La discusión en este tema es altamente compleja y polémica. Por un lado, es evidente que aún en tiempos de baja actividad económica, las ganancias bancarias son enormes, desproporcionadas con relación a otros rubros de la actividad económica, pero también es cierto que no se pueden reducir las tasas de interés, incrementar la proporción de préstamos por decreto o buenos deseos. Las críticas más duras provienen de aquellos analistas que afirman que en México los bancos obtienen ganancias desproporcionadas debido a una regulación laxa y que juega a su favor en contra de los intereses de los usuarios de la banca, lo que convierte a nuestro país en el mayor generador de utilidades globales de varios de los bancos que operan aquí.
La banca ha manifestado sus puntos de vista sobre este tema señalando que es necesario fortalecer mecanismos de certidumbre jurídica para aumentar la disponibilidad del crédito vía la reducción de las tasas de interés, cuyas altas tasas llevan implícitas los niveles de riegos de demora, de no pago y cobranza.
Es cierto, tampoco se puede favorecer la inclusión financiera y las posibilidades de acceder a crédito en el amplio mundo de la informalidad en la que se encuentran miles de microempresas cuya sobrevivencia y ganancias giran en torno a la invisibilidad fiscal.
Alcanzar un ciclo virtuoso de ahorro e inversión no se alcanzará por medio del voluntarismo o a la espera de las señales del mercado, se requieren de profundas modificaciones en el marco regulatorio del sistema financiero mexicano con decisiones de fondo y acordadas entre todos los involucrados. Sin financiamiento no tenemos opciones de crecimiento económico y sustento para el Plan México.