Estamos ante el fracaso de la política. Porque es la política de las clases políticas la que está dividiendo, polarizando y rompiendo el lazo social. Y quizá lo más lamentable de todo sea que la cultura haya perdido capacidad de cohesión.
Por Carlos A. Lara González
La semana pasada murió el gran comunicador argentino Jorge Lanata. No diré quién fue Jorge, el que desee saberlo encontrará mucha información en la red. Me limitaré a decir que fue un periodista que incursionó como pocos en el periodismo de investigación con una narrativa envidiable, lo mismo en el documental y la televisión, y con menor frecuencia en el cine y teatro de revista.
En uno de sus característicos discursos, al recibir el premio “Martín Fierro” que otorga la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía argentina a los mejores contenidos, habló de la división irreconciliable que vive su país, por cierto, la misma que se puede apreciar en México, España, Estados Unidos y muchos otros países. Da igual si es generada por la izquierda o por la derecha, es una división que tiene el mismo tipo de cáncer ya que, como bien decía, trascendería (en el caso argentino), al gobierno en turno debido a que ya no se trata de una grieta política, sino cultural en sentido extenso, asociada a la manera en que vemos el mundo. Es una grieta que ha separado a amigos, hermanos, parejas, compañeros de trabajo y familias enteras.
Al igual que a Jorge, a mí también, y seguramente a muchos de ustedes, les han dejado de hablar algunas personas por motivos de ideología política, cultura woke etc. En mi caso, la mayoría eran conocidos porque amigos tengo los justos y son precisamente con quienes he crecido en medio del diálogo. Los conocidos que se han alejado me han hecho un favor. El resto eran los enemigos de siempre para los cuales no tengo tiempo.
Demasiadas paellas por preparar y comer, viajes por preparar y realizar; libros por leer y escribir, talleres por diseñar e impartir y canciones por escribir y cantar como para pensar en ellos, lo cual no quiere decir que no me los encuentre de vez en vez por las redes. A los primeros, patrullando muros ajenos condenando posturas y repartiendo las credenciales del buen oficio. A los segundos, haciendo rondines por las mismas carreteras sembrando la idea de que, quien está en contra de un determinado sistema de gobierno es traidor a la patria. Ese gen que ha inoculado en la sociedad la clase política a la que pertenecen con el propósito de ensanchar la grieta cultural.
Muy pocos entienden que debemos poder estar en contra de cualquier sistema político sin ser considerados traidores a la patria. La patria somos todos en un país, más allá de si es nuestra tierra natal o adoptiva; más allá de los vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
Nadie tiene el copyright de la patria ni de un país, como atinadamente señalaba Jorge Lanata al subrayar que dos mitades de Argentina no hacen una Argentina, sino que dos mitades de Argentina hoy son dos mitades de Argentina. En ese mismo sentido, dos mitades de México no hacen un México, siguen siendo dos mitades de México. Dos mitades de España no constituyen hoy una España, son dos mitades dentro de un mismo país. De la misma manera que dos mitades de Estados Unidos hoy no suman un Estados Unidos, son dos mitades de la “unión” americana. La izquierda gobierna creyendo que un dato se olvida, mientras que un buen relato permanece. La derecha, por su parte, con la idea de que el dato mata al relato y es así que tenemos dos mitades con cada vez menos puntos de unión.
Estamos ante el fracaso de la política. Porque es la política de las clases políticas la que está dividiendo, polarizando y rompiendo el lazo social. Y quizá lo más lamentable de todo sea que la cultura (ámbito de la vida social que solía unir lo que la política dividía), haya perdido capacidad de cohesión. Esto se debe precisamente a que la grieta de la que habla Jorge Lanata ya no es política, sino cultural. Es decir, ha penetrado todas las capas del tejido político y social hasta generar una fisura geológica de profundas consecuencias culturales en el tejido nervioso de todo el cuerpo social.
Es verdad que desde la lógica estatal no es posible que haya de todo para todos todo el tiempo, pero para tratar de lograrlo de forma progresiva, el Estado, además de atender sus tareas de regulación, debe generar condiciones de desarrollo económico, social y cultural de forma ordenada y justa.
El problema, por no decir el obstáculo, se presenta cuando una determinada agrupación política pretende hacer esto imponiendo la fuerza de su ideología. Y si bien es verdad que la izquierda y la derecha se pueden entender a partir del grado de tolerancia al Estado, el problema, por no decir el obstáculo, es que en los hemiciclos parlamentarios se pierde demasiado tiempo y recursos en la contemplación y atención a los primeros “X” en convertirse en “Y”, en términos de Marc Lillá, todo por intentar permanecer dentro de los nuevos límites de la instrucción cívica. Algo que Régis Debray ha calificado de lamentable, en particular cuando una sociedad realiza sus elecciones cívicas en función de su biología.
Esta lógica administrativista, que va de la creación de leyes a reformas de códigos civiles y penales, pasando por la creación de institutos, presupuestos y cuotas genéricas, está desembocando en una disputa zoológica por el poder.
Tanto en México como en Argentina, en España y Estados Unidos se han generado políticas públicas orientadas a sumergir a los seres humanos en sus diferencias naturales, en términos de Debray. Y la naturaleza, como bien dice, no debería ser nuestro código, aunque haya quienes intenten fomentar y patentar dichas diferencias para seguir viviendo a costa del erario y de estas nuevas regalías. Nadie tiene el copyright de la patria, como bien decía Lanata. Y mucho menos de lo que la patria representa.