Participación en la primera etapa de la guerra, que inició con las conjuras de Valladolid y Querétaro y finalizó en enero de 1811 con la derrota en Puente Calderón.
Por Alfredo Arnold
Si hiciéramos una síntesis muy apretada de la Guerra de Independencia de México, tendríamos que mencionar a tres personajes básicos: Hidalgo, porque es quien la inicia; Morelos, por su destacada intervención tanto en la lucha armada como en la redacción de los Sentimientos de la Nación que inspiraron la Constitución de Apatzingán, e Iturbide, porque es quien la consuma con la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México.
Sin embargo, durante los once años que transcurrieron entre el Grito de Dolores y el Plan de Iguala, cientos de hombres y mujeres participaron destacadamente en el movimiento insurgente, muchos de ellos permanecen en el anonimato y a otros les han asignado roles de coprotagonistas.
Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez participaron en la primera etapa de la guerra, que inició con las conjuras de Valladolid y Querétaro y finalizó en enero de 1811 con la derrota en Puente Calderón. Los tres eran menores que Hidalgo, quien tenía 57 años cuando dio el famoso Grito de Independencia; Aldama tenía 36, Allende 31 y Jiménez 29.
Además de la causa insurgente, un epílogo trágico unió a los tres: murieron fusilados y decapitados el 26 de junio de 1811 y sus restos tuvieron que esperar más de un mes, hasta el 30 de julio, cuando Hidalgo fue fusilado, para que las cabezas de los cuatro fueran enviadas a Guanajuato y exhibidas en jaulas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas. El macabro espectáculo duró hasta 1821, cuando ya México se había declarado independiente; los cráneos fueron depositados en la Catedral metropolitana y ocho décadas después los llevaron a la Columna de la Independencia.
Allende y Aldama eran originarios de San Miguel el Grande, Guanajuato, los dos formaban parte del Ejército virreinal y eran Dragones de la Reina. Se involucraron en la conspiración de Querétaro y cuando esta fue descubierta se trasladaron a Dolores donde tenía su parroquia el cura Hidalgo. En la madrugada del 16 de septiembre, después de dar el Grito y tomar bienes de los habitantes españoles del pueblo, marcharon rumbo a San Miguel el Grande donde tenían familiares y tropas. Al día siguiente, deliberaron lo que tendrían que hacer.
Allende y Aldama, militares de élite, desaprobaban la permisividad de Hidalgo con los excesos que hacían sus tropas, pero continuaban unidos.
Mariano Jiménez era de San Luis Potosí, Ingeniero de Minas y responsable de La Valenciana en Guanajuato. Cuando Hidalgo se sintió triunfador en la batalla de Monte de las Cruces, envió a Jiménez a la capital para solicitar la rendición del virrey Francisco Javier Venegas, quien no aceptó ninguna negociación.
Los insurgentes se reagruparon en Guadalajara, sólo Jiménez conseguía éxitos militares en lo que hoy es el estado de Coahuila. Luego llegó la derrota insurgente de Puente de Calderón y la penosa huida hacia el norte. Allende era el nuevo jefe ya que Hidalgo fue destituido. Fueron traicionados en Acatita de Baján y llevados prisioneros a Chihuahua donde se les juzgó y condenó a muerte. También Jiménez fue capturado y procesado. El juicio de Hidalgo fue más largo por su condición de sacerdote.
Un sacerdote, dos militares y un ingeniero ejecutados. Parecía que la lucha estaba perdida, pero inmediatamente surgieron nuevos civiles, militares y clérigos que se sumaron a la insurgencia y lucharon hasta alcanzar la independencia de México.