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¿Y el crecimiento apá?

Por Alfonso Gómez Godínez

@ponchogomezg

Se termina un sexenio y la realidad es que avanzamos hacia la mitad de la segunda década del siglo XXI y la gran cuestión que sigue pendiente es recuperar las tasas de crecimiento económico altas y sustentables para generar una base de prosperidad para todos los mexicanos. No es un tema que nos encamine a la crítica y a los señalamientos partidistas. De culpar a los que ya se fueron o a los que ya se van. Requerimos ser más serios y profundos en el debate. Con crudeza y casi angustia debemos decirlo. Nos perfilamos a casi medio siglo, 50 años, donde la economía mexicana ha tenido un comportamiento mediocre a partir de la llamada “década perdida” de los años ochenta del siglo pasado.

La tasa promedio de crecimiento económico en estos últimos seis años será de alrededor de un raquítico 1% promedio anual, que será negativo si consideramos el crecimiento de la población o lo que los economistas definimos como el producto interno bruto per cápita. Ha sido tan pequeño el crecimiento del pastel (PIB) que ahora con los nuevos comensales que han llegado nos toca una rebanada más pequeña.

Hemos experimentado varias alternancias de gobierno y las prometidas tasas de crecimiento económico de 5 a 6% promedio anual han quedado en sueños guajiros. Con sana y justificada envidia observamos cómo en otras latitudes el crecimiento económico y las oportunidades de movilidad social se han presentado. En el sudeste asiático, China, Corea del Sur, pero también Taiwán y ahora Vietnam. En medio oriente los Emiratos Árabes, Qatar y Arabia Saudita. Claro que no son modelos perfectos tampoco para imitar y copiar. Sin embargo, nadie puede dudar que han transformado radicalmente su economía y abierto las oportunidades para una mejor vida de sus habitantes.

Nos encontramos atrapados en un laberinto de estancamiento económico. Hemos recurrido a diversas recetas. Nos abrimos al mercado global, pusimos en marcha las privatizaciones de empresas públicas, el redimensionamiento económico del Estado, la apertura a la inversión privada y extranjera para ahora recuperar las narrativas nacionalistas y de la rectoría del Estado.

En su momento acusamos al populismo económico de nuestros males, ahora apuntamos las culpas a las herencias del neoliberalismo. Me temo que en los próximos años se cambie la orientación del péndulo entre Estado y Mercado sin rebasar la superficialidad del análisis y los buenos de hoy sean los malos de mañana.

La clase dirigente vive su propia realidad y busca mantener sus privilegios y poder. Para la clase política lo importante es ganar elecciones, lo prioritario es que la acción de gobierno sirva para ganar votos, lo demás es lo de menos. El presupuesto debe canalizarse para mantener y alcanzar altos niveles de popularidad, utilizar el gasto público para la coaptar voluntades, aceitar maquinarias electorales y repartir dádivas. A los grupos de poder económico lo que importa es mantener reglas del juego que los favorezcan, se mantengan monopolios, se evite la sana competencia y cargar a los consumidores los costos excesivos y las ineficiencias.

Bajo este marco institucional, nuestro país seguirá por la ruta de la mediocridad y el estancamiento económico. Las grandes reformas en materia fiscal, educativa, presupuestal, salud, y otras más, seguirán postergadas porque nadie de la clase gobernante va a querer correr riesgos. Los gobernantes a perder votos, los oligarcas a perder rentas monopólicas.

México requiere de grandes y profundos manotazos en la mesa, de visión de futuro y no de nostalgia por el pasado; de proyectos de nación y no de calendarios para honrar a héroes y mártires. Se requiere incentivar la creación de nueva riqueza, no glorificar a la pobreza; premiar al esfuerzo y no ampliar el asistencialismo. El reloj sigue su marcha, pero para recuperar el crecimiento económico se requiere de inicio romper con la inercia, la modorra y la comodidad ventajosa de la clase dirigente.

 

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