Opinión Política
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Larga Noche

Por Alfonso Gómez Godínez

@ponchogomezg

Sin querer asumir el papel de “aguafiestas”, no me queda duda de que las malas noticias económicas seguirán presentándose por un buen tiempo. Desgraciadamente, México transitará bajo un sexenio de estancamiento económico y de alta inflación. Sí quitamos la tonalidad política, hablemos mejor de que estaremos viviendo una década perdida.

Diversos estudios y analistas vienen sosteniendo que caeremos, mundial y nacionalmente, a una fase de estancamiento con inflación que nos recordarían los álgidos años de principios de la década de los setenta del siglo pasado. Años que marcaron el fin de la “edad de oro” del capitalismo de posguerra, de sus altas tasas de crecimiento económico, estabilidad de precios y de los tipos de cambio fijo.

Los retos para gobiernos, autoridades monetarias e instituciones financieras internacionales son complejos e inéditos. Las causas que viene anunciando el arribo de la “estanflación” rebasan el ámbito estrictamente económico y devienen del desajuste de la gobernanza económica provocada fundamentalmente por fenómenos como la pandemia del Covid, la guerra de Rusia contra Ucrania y las consecuencias que se derivan de ambos eventos.

Lo anterior significa que las causas de nuestras tribulaciones económicas tienen otros componentes y provocan que las recetas tradicionales dictadas por la política económica son insuficientes para revertirlas. Recetas tradicionales que se contradicen y neutralizan en sus prescripciones al tratar de enfrentar al mismo tiempo el estancamiento con la inflación.

Así, al utilizar el arsenal de la política monetaria para combatir la inflación, la subida de las tasas de interés afecta al consumo y a la inversión acentuando el estancamiento de la economía. Por el contrario, un uso de políticas fiscales expansivas para favorecer el crecimiento del Producto Interno Bruto alimenta el fuego inflacionario. El mismo cruce de políticas monetarias entre Estados Unidos- agobiados por contener la inflación- y la Unión Europea -buscando todavía impulsar sus aparatos productivos- han llevado a un inédito mercado cambiario con el dólar al alza y el euro a la baja.

Buscamos contener la inflación bajo el criterio clásico de que dicho fenómeno es producto de un exceso de demanda sobre la oferta y, por lo tanto, con el alza de tasas de interés buscamos reducir la demanda, afectando al consumo y a la inversión, lo que agrava el estancamiento. La apuesta sería generar políticas de incentivos para la competitividad y la productividad de tipo sectorial para favorecer el crecimiento de la oferta.

Con las alzas en las tasas de interés ganan los capitales financieros y especulativos que obtienen su correspondiente renta y pierden los capitales destinados a la actividad productiva al enfrentar un mercado decaído. El riesgo que se corre con una agresiva política monetaria para bajar la inflación en presencia de estancamiento económico es matar a la enfermedad, matando al mismo tiempo al paciente.

Queda claro que la presión inflacionaria mundial tiene que ver con los shocks en la oferta que genera los desajustes en la oferta petrolera y de los alimentos, por lo que la atención y resolución de ambos temas rebasan la ortodoxia económica y reclaman medidas heterodoxas donde la economía vaya de la mano con la política, con la diplomacia y los acuerdos globales en materia de paz, reestructura productiva y cambio climático, principalmente.

La larga noche que se cierne en el horizonte económico exige dejar dogmas y recetas preconcebidas. Vamos a un escenario económico donde los economistas no tenemos todas las respuestas.

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