En sólo 200 años hemos transitado por todo tipo de gobiernos, lo cual ha impedido la continuidad y el progreso que deberíamos haber alcanzado como nación independiente.
Por Alfredo Arnold
Si algo ha caracterizado a México en su joven historia independiente de poco más de 200 años, ha sido la costumbre casi invariable de modificar, cuando no destruir, lo que sus antecesores hicieron.
¿No ha llegado a pensar usted en el brillo, la potencia, la riqueza que tendríamos los mexicanos si no hubiésemos estado tan divididos y confrontados durante el brevísimo tiempo de cuatro generaciones?
Démosle un breve repaso a nuestra joven historia:
Durante la época virreinal la designación de autoridades para el virreinato mexicano se llevaba a cabo en las Cortes de Cádiz, aunque el nombramiento de virrey y de jefes militares lo ejercía directamente el rey. Durante la guerra de Independencia (1810-1821) los insurgentes encabezados por Morelos nombraron autoridades mexicanas, que sin embargo no fueron validadas por el gobierno español; fue hasta la independencia consumada por Iturbide cuando México tuvo un gobernante local, el emperador, que a la postre también fue destituido y exiliado (y más tarde fusilado) por los propios mexicanos, hasta que finalmente se instauró la República.
La primera República Federal Mexicana (1824-1835) se caracterizó por la adopción de un sistema de gobierno federal. La Constitución de 1824 estableció la división de poderes, la soberanía nacional y el federalismo como principios fundamentales.
La República fue proclamada el 1 de noviembre de 1823 y formalmente establecida el 4 de octubre de 1824 con la promulgación de la Constitución, pero no fue la solución a los problemas políticos de la nueva nación que siguió dividida por la inestabilidad política, social y económica, con varios intentos de reconquista española y la falta de consenso entre los diferentes grupos. Esta primera época republicana del México independiente tuvo su primer presidente en Guadalupe Victoria (su nombre verdadero era José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix), por cierto, el único que completó su periodo en aquellos años. Los cargos de gobierno con los que inició la historia republicana de México fueron: Presidente, Vicepresidente y 38 senadores; estos últimos fueron elegidos por los congresos locales de cada estado. La votación estaba reservada para varones, jefes de familia, que supieran leer y escribir y que tuvieran propiedades y solvencia económica.
Siguieron años muy difíciles, marcados por una guerra interna entre liberales y conservadores, que incluso provocó la instauración en nuestro país de un segundo imperio encabezado por el príncipe austriaco Maximiliano de Hamburgo.
Se restauró la república, pero no la concordia definitiva ya que, si bien hubo 35 años de paz porfiriana, con la que se llegó al siglo XX, nuevas confrontaciones bélicas internas harían estallar una vez más la guerra interna.
La Revolución Mexicana y la poco difundida Guerra Cristera fueron los últimos actos bélicos que registra la corta historia de nuestro país. Con la llegada de Lázaro Cárdenas al poder y el destierro de Plutarco Elías Calles inició una nueva época de paz y crecimiento social.
El nuevo pacto social expresado en un partido hegemónico, el PRI, duró 71 años (1929-2000). Y posteriormente, ya con un país consolidado en lo político, dio inicio la alternancia en el poder: dos sexenios con el PAN de Fox y Calderón, un sexenio priísta (Peña Nieto) y dos sexenios de Morena (López Obrador y el que inicia Claudia Sheinbaum).
Un numeroso andamiaje político ha crecido con este nuevo México plural. Los más recientes gobiernos crearon instituciones ciudadanas que pusieron al país en sintonía con otras naciones avanzadas, lo que permitió la creación del TLC (hoy T-MEC) entre las tres naciones de Norteamérica. Sin embargo, las recientes administraciones de la 4T están desarticulando las instituciones ciudadanas creadas a lo largo de este siglo. El más reciente impacto fue la toma del Poder Judicial, mediante un procedimiento, en apariencia democrático, pero que al que en realidad le dio la espalda la inmensa mayoría de la población.
El obradorismo también realizó consultas con apariencia democrática para realizar sus obras insignia (nuevo aeropuerto AIFA, Tren Maya, refinería Dos Bocas, consulta sobre los expresidentes). Ahora le tocó a la Presidenta realizar la transformación del Poder Judicial.
Parece que en la breve historia de nuestro país (poco más de 200 años), ninguna modificación política es permanente. Quien ha ostentado el poder podrá argumentar todo a su favor: seguramente hay simpatizantes del Imperio de Iturbide o del que encabezó Maximiliano; habrá liberales y conservadores; defensores de la “Pax Porfiriana”; revolucionarios; los que añoran al PRI; los panistas; los obradoristas… lamentablemente, en su mayoría, éstos han carecido de una idea de continuidad; el personalismo los ha desfigurado.
Imagine usted las alturas en las que estaría México si nuestros gobernantes se hubiesen dedicado a construir sobre lo que hicieron sus antecesores. Pero, según nos lo dice la historia, cada uno ha llegado a plantar flores nuevas, aunque destruya el jardín que encontró a su llegada.