Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
A raíz del anuncio por parte del gobierno de Donald Trump de imponer aranceles a sus tres principales socios comerciales -México, Canadá y China-, se abre una enorme puerta de incertidumbre, dudas y miedos sobre lo que se puede desencadenar a nivel global y sobre el impacto negativo en las economías domésticas de los países involucrados, incluyendo obviamente Estados Unidos.
Se dice que el ser humano es capaz de repetir los mismos errores, de volver por el camino transitado y de insistir y aferrarse a sus obsesiones por dañinas que sean. La decisión tomada por Trump en materia comercial parece confirmar los dichos señalados. Las lecciones del pasado no han sido aprovechadas ni aprendidas.
Con el inicio de la Gran Depresión en 1929, los economistas de la época no contaban con el arsenal teórico para diagnosticar y precisar las causas estructurales que estaban provocando dicho fenómeno; adicionalmente no contaban con las herramientas de la política económica -principalmente la política fiscal- para revertir el ciclo depresivo de la economía estadounidense. El desarrollo de la ciencia económica en esas fechas no daba para más.
Por su parte, el grupo en el poder en Estados Unidos, con el presidente Herbert Hoover a la cabeza, se movió por el camino equivocado, pero fácil de vender política y emocionalmente a la ciudadanía y el discurso del arrebato nacionalista que fue la bandera para aglutinar a una sociedad lastimada por el desempleo, la pobreza, y apuntar los errores y buscar culpables con los de afuera.
Bajo la narrativa de proteger a los agricultores y empresarios estadounidenses de los estragos de la Gran Depresión, en 1930 el senador Reed Smoot, junto al diputado Willis Hawley, impulsaron la Ley de Tarifas Smoot-Hawley, que significó un incremento en los aranceles de los productos provenientes del exterior. El argumento era simple: Aumentemos los aranceles, se provoca un incremento en los precios de los bienes importados y los consumidores optaran por los productos locales aumentando su demanda y, por consecuencia, la producción nacional, y le damos vuelta a la depresión.
Lo que provocó al final la Ley Smoot-Hawley fue una profundización de la Gran Depresión, ya que los países afectados respondieron de la misma manera, provocando una caída global del comercio global donde todos salieron perdiendo. Algunos analistas llegan a considerar, creo que, con razón, que la guerra arancelaria provocada por Smoot-Hawley alimentó por todo el mundo un nacionalismo que alentó la Segunda Guerra Mundial.
En la teoría económica, los aranceles se utilizan para proteger a los productores nacionales de la competencia injusta o desleal de los otros países o con la finalidad de proteger a la industria llamada infantil o incipiente ante la industria extranjera más evolucionada. En realidad, revisando las experiencias históricas, la aplicación de los aranceles no han sido una práctica estrictamente técnica, sustentada en principios económicos, sino que tiene una agenda “oculta” vinculada a narrativas ideológicas que van desde la fraseología nacionalista hasta los mensajes raciales y de odio, disputa de intereses y luchas de poder, ajustes de cuentas entre las elites, compromisos corporativos y ahora rendimientos electorales.
Si en materia exclusivamente económica los aranceles siempre generan los llamados “costos de peso muerto” o costos por perdida de eficiencia económica, cuando se sustenta la imposición de aranceles por motivaciones extraeconómicas (la agenda oculta), los costos tenderán a ser más altos y la confrontación puede rebasar la cuestión comercial y adquirir conflictos con otros tintes y características.
El escenario económico y político que enfrentamos a partir de hoy, empezará a generar efectos negativos en la actividad económica, presiones inflacionarias y en los tipos de cambio, además de discursos que enfrenten y agudicen tensiones entre las naciones.
Sin duda que la globalización generó tanta euforia que se menospreció la existencia de desequilibrios, de grupos afectados e inconformes, eso sembró la semilla para que personajes como Trump se montaran sobre ellos y con un discurso llamativo y provocador, pero riesgoso y costoso, se desempolvará la vieja arma de los aranceles para supuestamente exterminar todos los males. La lección de 1930 no se aprendió.