Opinión Política
EDUCACIÓN E HISTORIA

Un día aciago en la Historia de México

Las tropas invasoras norteamericanas ocupan la Capital de la República el 14 de septiembre de 1847.

 

Por Con información de Doralicia Carmona en Memoria Política de México

“Tras ocupar ayer Chapultepec, los norteamericanos avanzan hasta las garitas de Belem y San Cosme. «Esa noche, los estadounidenses dispusieron su artillería pesada cerca de la puerta de San Cosme y dispararon algunos morteros contra el Centro de la ciudad. El mensaje estaba implícito, pero fue entendido por todos: los estadounidenses se encontraban ya lo bastante cerca de la urbe densamente poblada como para hacer lo que habían hecho en Veracruz, es decir, obligar a la capitulación por medio del bombardeo de la población civil (Guardino Peter. La marcha fúnebre).

La ciudad de México está indefensa pues Santa Anna se ha retirado con el ejército a la ciudad de Guadalupe Hidalgo.

En la madrugada de este día martes 14 de septiembre, enviados de la Ciudadela, con bandera blanca, invitan al general Quitman a tomar la plaza, en la que todavía encuentra quince piezas de cañón montadas. A continuación envía una columna sostenida por una batería ligera a recorrer las principales calles de la ciudad hasta la plaza mayor.

“… las tropas estadounidenses ingresaron en la ciudad, marchando en forma precavida por las silenciosas calles hacia el centro de la capital del país… la mayoría de ellos no sabía que las tropas mexicanas habían abandonado la ciudad… para muchos de ellos, era la ciudad más grande que habían visto en su vida… la mayoría de los habitantes tampoco sabía que el ejército mexicano había partido… sin embargo, pronto se reunió más y más gente y empezaron los murmullos y, cuando las tropas estadounidenses se acercaban a la plaza principal, un disparo hirió a uno de sus oficiales. A ese disparo, pronto siguieron otros; una lluvia de piedras cayó sobre esos soldados desde las llanas azoteas de la ciudad y las multitudes hicieron frente a los estadounidenses. Cuando éstos ingresaban en la plaza, la multitud gritaba «¡Mueran los americanos!» y «¡Muera Santa Anna!»… (Guardino, ya citado).

El capitán Roberts, del regimiento de rifleros, entra al Palacio Nacional, que había sido saqueado, y a las siete de la mañana de hoy coloca en su asta la bandera de las barras y las estrellas. Guillermo Prieto (Memorias de mis Tiempos) relata que un francotirador mexicano disparó certero contra el primer soldado norteamericano que trató de izar esa bandera.

“Después de que los estadounidenses ocuparon Palacio Nacional, Winfield Scott salió a un balcón para felicitar a sus tropas, pero varias mujeres interrumpieron al general, particularmente corpulento, gritándole «¡Cállate costalón!» y los enfrentamientos se sucedieron… los violentos combates se prolongaron a lo largo de todo el 14 y gran parte del 15 de septiembre. Los mexicanos disparaban con mosquetes y pistolas desde las entradas y las azoteas de las casas y siguieron arrojando piedras también desde lo alto; algunos grupos enfrentaron a los estadounidenses en las calles con cuchillos y garrotes, y algunos habitantes se expusieron intencionadamente para atraer a los estadounidenses a emboscadas… Los estadounidenses, que apenas unos minutos antes habían creído haber capturado una de las ciudades más grandes del mundo, se vieron envueltos en un encarnizado combate urbano” (Guardiano, ya citado).

“Entre tanto, el combate se había generalizado ya: en todas las calles que había ocupado el ejército enemigo, se peleaba con arrojo y entusiasmo. La parte del pueblo que combatía, lo hacía en su mayoría sin armas de guerra, a excepción de unos cuantos, que más dichosos que los demás, contaban con una carabina o un fusil, sirviéndose el resto, para ofender al enemigo, de piedras y palos, de lo que resultó que hicieran en los mexicanos un estrago considerable las fuerzas americanas.

“Algunos nacionales, de los que la noche anterior se habían visto obligados a abandonar sus puestos, salieron de sus casas a la calle, llevando consigo sus fusiles, para tomar parte en la refriega. Ocupáronse algunos edificios altos y varios templos, desde donde se podía hacer más daño a los enemigos. De los barrios de San Lázaro, San Pablo, la Palma y el Carmen, se veían brotar hombres decididos a buscar la muerte por defender su libertad; y muchos que a consecuencia de la distancia, no podían ofender a sus contrarios con sus armas improvisadas, salían a la mitad de las calles, sin otro objeto que provocarlos, para que se arrojaran sobre ellos, y pudiera el que tenía fusil dispararlo con buen éxito.

La ciudad de México está indefensa pues Santa Anna se ha retirado con el ejército a la ciudad de Guadalupe Hidalgo.

“Multitud de víctimas en todo aquel día regaron con su sangre las calles y plazas de la ciudad. Doloroso es decir que aquel esfuerzo generoso del pueblo bajo, fue en lo general censurado con acrimonia por la clase privilegiada de la fortuna, que veía con indiferencia la humillación de la patria, con tal de conservar sus intereses y su comodidad.

“Todo el día resonó en la ciudad el ruido desolador de la fusilería; y la artillería, haciendo estremecer los edificios hasta en sus cimientos, difundía por todas partes el espanto y la muerte. Horas enteras se prolongó la lucha emprendida por una pequeña parte del pueblo, sin plan, sin orden, sin auxilio, sin ningún elemento que prometiera un buen resultado; pero lucha, sin embargo, terrible y digna de memoria.

“Aun en medio del combate, los enemigos se entregaron a los más infames excesos: horribles fueron los desastres que señalaron la ocupación de México. El que no haya visto a una población inocente presa de una soldadesca desenfrenada, que ataca al desarmado, que fractura las puertas de los hogares para saquearlos, asesinando a las pacíficas familias, no puede formarse una idea del aspecto que presentaba entonces la hermosa cuanto desgraciada capital de la República” (Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos).

“… las bajas fueron numerosas. John Henshaw escribió que los estadounidenses perdieron más hombres en los combates callejeros que los que habían perdido en la batalla de Chapultepec y en las puertas de la ciudad el día anterior… en otras fuentes, se estimó que las bajas llegaron a 300… Los combates amainaron a la caída de la noche del día 14, pero se reiniciaron a la mañana siguiente y continuaron con variada intensidad a todo lo largo del día; no fue sino hasta el día 16 cuando los que habían disputado el dominio de las calles a los estadounidenses pasaron de la resistencia abierta a las actividades clandestinas, atacando por la noche a los estadounidenses aislados. Pasaron varios meses antes de que esos mortales ataques nocturnos disminuyeran y los estadounidenses se sintieran relativamente a salvo en la ciudad” (Guardino, ya citado).

“La respuesta de los estadounidenses es una indicación de la severidad de la resistencia: rápidamente desplegaron su artillería y destruyeron las casas desde las que los mexicanos disparaban sus armas o arrojaban piedras; asimismo, apuntaron la artillería contra las multitudes, usando metralla, el tipo de munición que se usaba durante las batallas para atacar directamente a la infantería; además, se ordenó a los soldados que forzaran y saquearan todos los edificios desde donde les dispararan y que mataran o capturaran a sus habitantes. En ocasiones, con base en su particular interpretación de esas órdenes, los soldados afirmaban haber oído disparos desde algunas mansiones para después saquearlas. Los mexicanos que fueron capturados combatiendo a los estadounidenses fueron ejecutados en el acto y, en algunos casos, sus cadáveres fueron expuestos como advertencia. Hubo incluso mexicanos desarmados que fueron ejecutados; el 14 de septiembre, Ethan Allen Hitchcock escribió en su diario: ‘muchos mexicanos han sido asesinados (…). Hace apenas unos momentos, vi que un mexicano desarmado era asesinado deliberadamente y me pareció horrible’; en palabras de Daniel Harvey Hill, fue «un día de tanto derramamiento de sangre y brutalidad como espero no volver a ver nunca» (Guardino, ya citado).

“Desde la independencia de España, el gobierno mexicano era incapaz de sostener una guerra dados sus graves problemas financieros y como escribió Raymundo de Montecucculi: ‘Para sostener una guerra se necesitan sólo tres cosas: dinero, dinero y más dinero’ ” (Dell’arte della guerra).

Desde años antes del rompimiento de las hostilidades los gobiernos estadounidenses persuadieron a su pueblo de la necesidad de la guerra con México mediante el uso eficaz de propaganda patriótica, lo que generó legitimidad y voluntarios para el esfuerzo bélico.

Con anticipación, analizaron las divisiones, conflictos y contradicciones políticas, económicas, sociales y religiosas de la sociedad mexicana para emplearlas a su favor, y enviaron agentes encubiertos a sobornar políticos y militares para agudizarlas. Además, escogieron la situación internacional más favorable a sus planes, en la que ninguna potencia como Francia o Inglaterra estuvieran dispuestas a acudir en ayuda de México.

Enseguida fueron escalando sus reclamaciones y provocaciones hasta que México no tuviera más opción que defenderse con las armas y entonces exhibirlo como país agresor y declararle la guerra.

Ya habiendo tomado la capital mexicana, el ejército norteamericano exterminó con mano de hierro todo foco de resistencia calle por calle y casa por casa; utilizó presidiarios de Puebla para combatir a los guerrilleros que aun luchaban y estableció un sistema de espías mexicanos para infiltrarse en los grupos que resistían la invasión y denunciar a los participantes para que fueran aprehendidos y fusilados.

México se rindió y firmó los acuerdos de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1847. México perdía la mitad de su territorio. Nueve duró la ocupación de la Ciudad de México, el cabildo de la ciudad pidió al ejército estadounidense que se marchara sin llevar a cabo la ceremonia de cambio de banderas ante el temor de que regresara la violencia. Así, sólo unos pelotones simbólicos de los dos ejércitos se harían un saludo mutuo y se entregó a los mexicanos el gobierno de la capital.

Esta fue la primera guerra internacional de Estados Unidos, las siguientes guerras de Estados Unidos en el siglo XX tendrían dimensiones mundiales.

 

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