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El sofisma del Vale Cultura

Por Carlos A. Lara

Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura

@Reprocultura

El sofisma del Vale Cultura que propone Movimiento Ciudadano me da pie para comentar una ristra de iniciativas que a lo largo de los últimos años han estado en más de una agenda política e incluso legislativa sin poder prosperar, porque en el fondo son inoperantes desde su planteamiento.

El vale se enmarca en el diseño de políticas públicas asistenciales que esconden su necesario paso por el terreno fiscal o, bien, por el sendero facilón del impacto presupuestal. Son iniciativas que consideran que el ejercicio de un derecho humano depende del regalo de dinero. ¿Por qué no nos hablan del cómo y no solamente del qué? En México tenemos ya una política de estímulos fiscales que hay que reapuntalar para que el arte y la cultura llegue a sus destinatarios finales: los ciudadanos. Si para hacer efectivo un derecho humano como el acceso a la cultura hay que regalar dinero, estamos jodidos. Nada de lo que hacemos los agentes culturales en el sector tendría sentido, todo se reduciría a dar dinero para el consumo, para que la gente acuda de forma casi pavloviana a consumir cultura.

¿Por qué lo digo? Entre otras cosas porque estos recursos económicos en los países donde se ha implementado esta medida no son acumulables, los destinatarios tienen que gastarlos durante el mes en que les es depositado. Por otro lado, una cosa es estimular el consumo cultural como se hace en España en el sector poblacional joven (18 a 19 durante un año), y otra es querer regalar dinero en una franja de edad que no tiene pertinencia alguna más allá de la caridad estatal como se hace ahora con los denominados “Ninis”.

Olvidan decir, además, que el derecho de acceso a la cultura y el ejercicio de los derechos culturales son potestativos. Esto es, que el Estado no puede obligar a nadie a ejercerlos, vamos, ni regalando dinero. El ciudadano es quien tiene esa potestad. Asimismo, el derecho humano de acceso a la cultura no tiene nada que ver con la gratuidad. Sí con la generación de condiciones para su acceso, esa es la tarea del Estado: generar condiciones mediante reformas constitucionales que garanticen el acceso como derecho, una legislación secundaria que lo regule, un órgano garante que lo garantice mediante el diseño e implementación de políticas públicas y un Poder Judicial que lo haga reclamable. Insisto, estímulos fiscales que promuevan el acceso a… no el consumo de… regalando dinero. La garantía de un derecho de esta naturaleza no depende de que se regale dinero.

¿Por qué fracasó el Vale Cultura en México? Primero, porque fue el capricho de un asesor legislativo y un senador de Nuevo León que metieron el tema a nueve horas de la aprobación de la Ley General de Cultura y Derechos Culturales en el Senado de la República. Esto nos llevó a retrasar las negociaciones del dictamen y su inclusión en la orden del día de aquel 30 de abril de 2017.

En segundo lugar, porque lo trajeron a México de la misma manera que han intentado traer otras medidas del exterior sin análisis, sin conocimiento, sin investigación y sin revisiones comparadas.

Desde la rancia izquierda nos han venido con la alharaca de sacar a la cultura del TLC, y ahora que llegaron al poder como borregos lo votaron en su nueva versión T-MEC y como focas lo aplaudieron, sin mover una coma. De España y Francia nos han venido con la letanía de la Excepción Cultural, la Ley de Mecenazgo y el Peso en Taquilla, respectivamente. De Brasil con el Vale Cultura y la Acupuntura Antropológica de Gilberto Gil; de Colombia con la Cultura Ciudadana de Antanas Mockus; y de la mano del Banco Interamericano de Desarrollo, con la Economía Naranja, el Presupuesto Naranja, la Ley Naranja y la Cumbre Naranja, que el agreste presidente colombiano ya ha tirado a la basura. De esa misma manera ha fracasado la Seguridad Social para los Artistas (desde María Rojo a Susana Harp), medida que ahora viene con un nuevo envoltorio: El Estatuto del Artista (como España). Lo mismo ha pasado con la ocurrencia de celebrar el Día del Gestor Cultural como en Argentina, así como la Ley de Espacios Culturales Independientes, Alternativos o como se llame (aprobada en la CDMX. Un auténtico papel mojado).

El problema central de todos estos fracasos de la gestión cultural ha sido la falta de observación de nuestro marco jurídico, la estructura de nuestro modelo de competencia económica y de nuestro esquema fiscal integral. A todo lo anterior, y a la falta de un análisis serio sobre estas medidas, se ha sumado la ignorancia legislativa que, en su incansable búsqueda de votos, les ofrece más utopías desde el precariato y el atolinato de los otros datos. El sector recibe una bofetada presupuestal y muchos de sus integrantes terminan dando las gracias, por esa incapacidad de quitarse la chaqueta de pana con coderas.

Las políticas culturales deben ser contextuales como bien ha señalado Alfons Martinell que de esto sabe mucho. Los agentes culturales del país deben ser más auténticos, analíticos y creativos, pero, sobre todo, estar dispuestos a entender el marco jurídico mexicano, su modelo de competencia económica y su esquema fiscal para que no los cafeteen los partidos políticos y los gobiernos en turno. No hacerlo, fomenta el payasismo cultural electoral que es ya de una rigidez facial insoportable. Comencemos por llamar a las cosas por su nombre y entender las tendencias que se dan en el sector en su debido contexto cultural, normativo y fiscal. Una tarea de agentes culturales comprometidos con la lectura, el estudio, el análisis y la investigación.

 

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