Se unió a Iturbide para conseguir la Independencia De México; sólo dos meses estuvo en este continente ya que murió a causa de una fulminante enfermedad.
Por Alfredo Arnold
Don Juan O’Donojú fue, junto con Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, una figura de primera importancia para la Independencia de México. Estuvo escasos dos meses en estas tierras, pero mediante su comportamiento, pudieron los dos libertadores mexicanos llevar a cabo, de manera prácticamente pacífica, la etapa final del nacimiento de la nueva nación.
O’Donojú, militar de gran prestigio en España, fue designado para venir a la colonia en sustitución del virrey Francisco Novella. La situación en la colonia era muy complicada ya que en esos días Iturbide y Guerrero habían iniciado con algunas negociaciones y acciones militares el proceso final de independencia. Iturbide se reunió con O’Donojú en Xalapa, antes de que éste viajara a la capital, y acordaron el plan de independencia que, por cierto, España no aceptó inmediatamente hasta pasados algunos años.
O’Donojú consiguió despejar el camino de Iturbide a Palacio Nacional y formó parte del primer gabinete del México independiente, pero apenas dos meses después de haber llegado a suelo mexicano y a sólo quince días de la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la capital, falleció a causa de una pleuresía.
La viuda de O’Donojú nunca pudo regresar a España, y los hechos que acontecieron en México en los siguientes años (cambio de imperio a república y el exilio de Iturbide), dejaron en la miseria a su viuda, doña Josefa Sánchez Barriga, quien vivió 21 años más en este nuevo país hasta su muerte.
A continuación, presentamos el resumen de un artículo publicado por Doralicia Carmona Dávila en su recuento histórico “Memoria Política de México”:
Don Juan O’Donojú nació en Sevilla, España, en 1762. De ascendencia irlandesa, abrazó la carrera militar, llegando a ser teniente general. De pensamiento liberal. Combatió en la lucha de independencia española contra la invasión francesa de 1808, por lo que fue nombrado Ministro de Guerra por las Cortes de Cádiz en 1814, mismo año en que se restauró el absolutismo con el regreso de Fernando VII al trono español.
En 1821 el gobierno español nombró a O´Donojú, capitán general de la Nueva España, no virrey, pero con todas las atribuciones y privilegios de que disfrutaban los virreyes. Para entonces, la guerra de Independencia iniciada por Hidalgo ya llevaba once años e incluso había ganado aceptación entre los peninsulares y el clero que temían que el régimen liberal que prevalecía en España, les arrebatara sus privilegios y fueros.
En este contexto, el virrey Apodaca mandó a Iturbide a combatir a Guerrero, pero ambos, en vez de luchar entre sí, se unieron conforme al Plan de Iguala que proclamaba la independencia de la Nueva España.
O’Donojú llegó a Veracruz el 3 de agosto de 1821, allí mismo prestó el juramento ceremonial y recibió honores de virrey. Encontró una situación en la que existían muy pocas posibilidades de enfrentar la rebelión encabezada por Agustín de Iturbide y por Vicente Guerrero, quienes dominaban prácticamente todo el país. Consideró que la independencia ya era irreversible, y recordando su propia lucha contra los invasores franceses, escribió a su gobierno:
“Nosotros mismos hemos experimentado lo que sabe hacer un pueblo cuando quiere ser libre”.
Las Cortes españolas habían resuelto conceder a las colonias españolas cierto grado de autonomía, tal y como lo proclamaba el Plan de Iguala, aunque sin dejar de pertenecer a la Corona española, sobre todo en los aspectos político y administrativo. Por lo que, desde Veracruz, O’Donojú dirigió una proclama al pueblo de la Nueva España, en la que declaró sus principios liberales y ofreció conciliar los intereses de españoles y americanos. Asimismo, envió una carta a Iturbide en la que lo invitaba a conferenciar en el lugar que él escogiera.
Acordaron reunirse en la ciudad de Córdoba, Veracruz. O’Donojú, acompañado por el coronel Antonio López de Santa Anna, salió a Xalapa, y llegó el 23 de agosto al lugar de la cita. Al día siguiente se entrevistó con Iturbide, ambos se pusieron de acuerdo y firmaron los tratados de Córdoba, con lo cual finalizó la guerra de Independencia, “desatando, sin romper, los vínculos que unieron a los dos continentes”, y se aceptó el Plan de Iguala.
Los Tratados de Córdoba reconocieron a la Nueva España como un imperio independiente, con un gobierno monárquico constitucional moderado. La corona imperial se otorgaba a Fernando VII y en caso de que éste no aceptara, dicha corona podría concedérsele a uno u otro de los infantes, y si tampoco éstos la asumieran, entonces las Cortes del Imperio designarían al emperador, quien tendría la obligación de fijar su Corte en México. Se retirarían las tropas españolas del territorio de la nueva nación. En tanto asumiera la corona el nuevo emperador, se integraría una Junta Provisional Gubernativa con los mejores hombres del imperio.
Sin embargo, los jefes españoles no aceptaron los Tratados y desconocieron la autoridad de O’Donojú. De inmediato, ocuparon militarmente las plazas de la Ciudad de México, el fuerte de San Diego en Acapulco y las fortalezas de San Carlos de Perote y de San Juan de Ulúa en Veracruz.
En la capital del todavía virreinato, el general Francisco Novella, quien se negaba a reconocer los Tratados de Córdoba, fue sitiado prácticamente por el Ejército de las Tres Garantías al mando de los generales Vicente Guerrero y Nicolás Bravo.
O’Donojú exigió a Novella que lo reconociera como autoridad legítima, dado que este general español había asumido el mando mediante una rebelión que destituyó al virrey Apodaca. O’Donojú, Novella e Iturbide se reunieron en la hacienda de La Patera, cercana a la Villa de Guadalupe, el 13 de septiembre siguiente. Ahí acordaron la suspensión inmediata de hostilidades. Dos días más tarde, Novella reconoció a O’Donojú como virrey y capitán general de la Nueva España.
Habiéndose rendido todas las plazas en poder de los españoles, con excepción de San Juan de Ulúa (que capitularía hasta 1825), y reconocida su autoridad, O’Donojú ordenó el retiro pacífico de todas las tropas españolas hacia el puerto de Veracruz.
El 26 de septiembre de 1821, O’Donojú llegó a la ciudad de México y un día después entregó el poder a Agustín de Iturbide, quien entró a la capital, acompañado por Vicente Guerrero y el Ejército Trigarante. Al día siguiente se instaló la Junta Provisional Gubernativa compuesta por 34 personas, la cual después de proclamar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, nombró una regencia compuesta por Agustín de Iturbide como presidente, Juan O’Donojú como primer regente, y Manuel de la Bárcena, José Isidro Yáñez y Manuel Velázquez de León como regentes. Quedó así consumada la Independencia de México.
Sin embargo, O’Donojú no tuvo tiempo para participar en las tareas de gobierno del nuevo país, debido a que cayó enfermo de pleuresía, enfermedad que lo llevó a la muerte el 8 de octubre de 1821 en la ciudad de México a las cinco de la tarde, siendo sepultado con los honores de virrey en el Altar de los Reyes de la Catedral de México, en presencia de los principales jefes del Ejército Trigarante.
Fernando VII recibió con enojo los Tratados de Córdoba y las Cortes españolas declararon traidor y fuera de la ley al último virrey. Pero el Congreso Constituyente mexicano decretó una pensión de mil pesos mensuales a su viuda doña Josefa Sánchez Barriga y Blanco, por los altos servicios que su marido había prestado a la causa independentista. Sin embargo, tan nobles intenciones fueron cumplidas por muy poco tiempo debido a la escasez de los fondos públicos, de modo que doña Josefa padeció tristeza, pobreza y hambre hasta que falleció el 20 de agosto de 1842, impedida para siempre de regresar a España.