Opinión Política
EDUCACIÓN E HISTORIA

Un diciembre reposado para Hidalgo en Guadalajara

El Padre de la Patria permaneció 50 días en la Capital de la Nueva Galicia, antes de su declive final.

 

Por Alfredo Arnold

A sus 57 años, que para aquellos tiempos ya era una edad avanzada, don Miguel Hidalgo debió haber disfrutado enormemente su estancia en Guadalajara. Desde el 16 de septiembre hasta el 25 de noviembre de 1810 había experimentado los rigores de las batallas, la incomodidad de recorrer a pie o a caballo largas distancias, dormir a la intemperie, lidiar con sus desordenadas huestes, aguantar los regaños de sus subalternos y meditar amargamente la excomunión que le lanzó el obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo.

Aquello era demasiado para un hombre que, además del sacerdocio, cultivaba la literatura, la docencia, el teatro; que llevaba una buena vida y nada sabía de armas.

Después de dar el famoso “grito” en el atrio de su parroquia en la población de Dolores, Hidalgo y los primeros insurgentes que se le unieron en el camino fueron a San Miguel, donde radicaba y tenía influencia Ignacio Allende. De ahí partieron con destino a la ciudad de México, la que pretendían someter, pero antes pasaron por Guanajuato, donde ocurrió una feroz matanza en la Alhóndiga de Granaditas, después ganaron una batalla en Monte de las Cruces, pero enseguida fueron derrotados en Aculco. Los subalternos de Hidalgo y la tropa ya mostraban signos de cansancio y cierta desilusión porque su jefe no se decidió a tomar la capital después de su victoria en Monte de las Cruces.

Fue por ello que, después de Aculco, los insurgentes tomaron la decisión de retroceder. Mientras eso ocurría, José Antonio “El Amo” Torres, simpatizante de la insurgencia, se hizo fuerte en Guadalajara e invitó a Hidalgo a trasladarse a esta ciudad para organizarse y planear adecuadamente el futuro de la guerra.

Don Miguel llegó en la mañana del 26 de noviembre a San Pedro Tlaquepaque, donde fue aclamado, y después de un banquete siguió hasta Guadalajara que lo recibió con los brazos abiertos a pesar de la cantidad de españoles que vivían en esta ciudad. Su primera acción consistió en ir a Catedral a dar gracias y celebrar un Té Deum.

Agustín Rivera y Sanromán, en su obra “Anales de la vida del Padre de la Patria Miguel Hidalgo y Costilla” (1954), recupera cómo fue aquel momento: “A la puerta de la Catedral vestido de generalísimo, inclusive el sombrero de empanada bajo el brazo saludó a los capitulares con mucha cortesía y aludiendo a aquellos que lo tenían como hereje y a pesar de esto le daban agua bendita y lo recibían con todas las ceremonias de la liturgia católica, les dijo: Aquí tienen usías al hereje. No sé qué responderían ellos, yo me figuro que no contestarían sino con un ¡Eh! ¡Eh! y una sonrisita forzada. Aquellos ancianos con sus grandes solideos, con sus coletas que les caían sobre la espalda y con el cotoneo propio de su dignidad, condujeron a Hidalgo desde la puerta mayor hasta el presbiterio, lo sentaron bajo dosel y le cantaron un Te Deum a toda orquesta.”.

Ya instalado en Guadalajara, Hidalgo organizó su gobierno. Era crucial obtener el beneplácito de Estados Unidos, por lo que Pascasio Ortiz de Letona que por cierto era guatemalteco, fue designado Embajador en Estados Unidos, y con su nombramiento bajo el brazo se fue a la Unión Americana, pero en el camino fue capturado y prefirió suicidarse. En su lugar se nombró a Bernardo Gutiérrez de Lara, quien sí cruzó la frontera y se entrevistó con James Monroe, que aún no era presidente de aquella nación. Se afirma que fue tan áspero aquel encuentro, que Gutiérrez salió indignado porque Monroe condicionaba el apoyo a que el nuevo gobierno mexicano adoptara la Constitución norteamericana.

Otra famosa acción de Hidalgo en Guadalajara es la publicación del periódico “El Despertador Americano”, editado por el impresor Francisco Severo Maldonado. Pero, la acción que más ha trascendido en la historia es la abolición de la esclavitud, una acción que Hidalgo ya había realizado oralmente en otros lugares y en Guadalajara la promulgó por escrito. En su famoso bando, don Miguel decretó que “siendo contra los clamores de la naturaleza, el vender a los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud” no sólo en cuanto al tráfico y comercio que se hacían de ellos, sino también por lo relativo a las adquisiciones. Dio diez días a los dueños de esclavos para que los liberaran, so pena de muerte a quien no obedeciera.

En su proclama, también abolía los tributos que pagaban los indígenas y castas; abolía el uno de “papel sellado” que se utilizaba para darle legalidad a los negocios, y concedía libertad a todas las personas para trabajar la pólvora.

Pero no todo marchaba sobre ruedas, el “Generalísimo de las Américas”, título que le habían dado a Hidalgo con anterioridad, ordenaba ejecuciones sumarias contra españoles que se negaban a proporcionarle recursos. Fue tanta la crueldad, que el propio Allende pensó en asesinarlo.

Mientras tanto, indígenas zapopanos fabricaban lanzas y otras armas para el combate y se unieron al ejército insurgente que llegó a tener más de cien mil efectivos, aunque la mayoría de ellos eran inexpertos en cosas de guerra y estaban pésimamente equipados.

Así, después de sus días de esplendor en Guadalajara, el 17 de enero de 1811 Hidalgo salió rumbo a lo que sería su declive definitivo: los insurgentes fueron interceptados por las fuerzas realistas dirigidas por Félix María Calleja, que, a pesar de ser ampliamente superadas en número, consiguieron una victoria total.

Los jefes insurgentes que lograron escapar se dirigieron al norte con el fin de cruzar la frontera, pero fueron traicionados por Elizondo en Baján, y meses después serían enjuiciados y fusilados.

La estatua de Miguel Hidalgo ubicada en la plaza Liberación, frente al edificio del Congreso de Jalisco, en Guadalajara, muestra a don Miguel sosteniendo en sus manos las cadenas de la esclavitud rotas.

 

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