Valentín Gómez Farías, uno de ellos, es considerado autor de la Reforma. Los otros dos: José Justo Corro y Victoriano Huerta Márquez.
Por Alfredo Arnold
Jalisco, a lo largo de la historia nacional, no es un estado que se distinga precisamente por aportar figuras de primer nivel para el mayor cargo público del país, la Presidencia de la República. Solamente tres jaliscienses han llegado a la silla presidencial: Valentín Gómez Farías (1833-1834 y 1846-1847), José Justo Corro (1836-1837) y el tristemente célebre Victoriano Huerta Márquez (1913-1914). Ninguno de ellos llegó por la vía electoral, ya que los dos primeros fueron interinos en tanto que Huerta asumió el poder como resultado del golpe de estado contra Madero.
Y para el futuro cercano no se ven prospectos.
Las entidades que superan a Jalisco en la “producción” de presidentes de la República son: Ciudad de México (antes Distrito Federal) con 12; Veracruz, 8; Coahuila, Puebla y Sonora, 3 cada uno, y Michoacán, 4.
Gómez Farías, sin embargo, tuvo una gran influencia en la esfera política ya que, para muchos estudiosos de la Historia, fue el artífice de las Leyes de Reforma de las cuales el mayor crédito se lo lleva Benito Juárez. Fue también el creador de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística, y un destacado científico, médico y miembro de la masonería mexicana. Fue el constante sustituto del Antonio López de Santa Anna. Resulta sorprendente que Gómez Farías, antes de convertirse en liberal, apoyó a Iturbide y a la construcción del Imperio Mexicano.
En este artículo tomamos unos textos de Doralicia Carmona Dávila, quien realizó una interesante semblanza del primer jalisciense que llegó a ser Presidente.
Valentín Gómez Farías nació un 14 de febrero, precisamente el día en que celebra la fundación definitiva de la ciudad de Guadalajara, aunque esto último ocurrió 239 años antes del nacimiento de don Valentín.
Sus padres fueron José Lugardo Gómez de la Vara y doña Josefa Martínez y Farías, ambos españoles. Estudió la carrera de medicina y se recibió en 1807. Pasó a ejercer su profesión a Aguascalientes, en donde inició su actividad política al ser regidor del ayuntamiento; poco después fue diputado a las Cortes españolas en 1820; sin embargo, prefirió sumarse a la causa independentista, para lo cual organizó en tierras hidrocálidas un batallón y puso sus propios recursos personales al servicio del movimiento emancipador.
Al declararse la Independencia mexicana, fue elegido diputado al primer Congreso mexicano en 1822. Ahí presentó la propuesta para elevar a Agustín de Iturbide al trono de México, exigiendo que la nación asumiera la forma de gobierno de una monarquía católica, constitucional y hereditaria. Al disolver Iturbide el Congreso, se convirtió en su opositor y luchó por el establecimiento de una república. Posteriormente formó parte del primer Congreso Constituyente en 1824, en el que destacó por sostener ideas liberales y apoyar el federalismo. Desde entonces trabó amistad con Antonio López de Santa Anna.
Envuelto en el intenso y confuso panorama político de los primeros años del México independiente, fue senador por Jalisco y secretario de Hacienda. Mediante un pacto entre los yorkinos, Santa Anna y Gómez Farías fueron electos como Presidente y Vicepresidente de la República, respectivamente. Sin embargo, Santa Anna se negó a tomar posesión de su cargo alegando padecer ciertos “males”. En su lugar, Gómez Farías ocupó la presidencia varias veces.
Instalado en la Presidencia, Gómez Farías intentó llevar a cabo reformas políticas sociales, lo que le acarreó muchos conflictos. Inspirado por la democracia norteamericana, consideró que para llegar a asumir esa forma de gobierno y caminar hacia su prosperidad, México debería deshacerse de dos lastres que obstaculizaban su progreso: la Iglesia y el Ejército. Fue así que emprendió reformas para instaurar un gobierno democrático y republicano.
El programa político que impulsó tuvo los siguientes propósitos: libertad de culto, separación de la Iglesia y el Estado, abolición de los privilegios del clero y el Ejército; despojar a la Iglesia del control de la educación, supresión de las instituciones monásticas y de las atribuciones del clero en materia civil, como en el caso de los matrimonios; distribución de las tierras del clero, enajenación de los bienes del clero para pagar y consolidar la deuda pública, liberación de los agricultores de la obligación civil de pagar el diezmo y desaparición de la obligatoriedad civil de los votos eclesiásticos.
Asimismo: secularización de las misiones de California, confiscación de las posesiones de los misioneros filipinos y subasta de los bienes de los Misioneros de San Camilo; nacionalización de las propiedades de los descendientes de Hernán Cortés para ser empleados en la educación; disolución de los cuerpos del Ejército que se habían rebelado y creación de una milicia nacional con ciudadanos; mejoramiento de los grupos indígenas, educación de las clases populares, absoluta libertad de opinión, supresión de las leyes represivas de la prensa y abolición de la pena capital en los delitos políticos.
Estos objetivos los intentó obtener Gómez Farías en 1833 mediante la primera reforma a la Constitución de 1824, así como la expedición de varias leyes y decretos, una de las cuales, quizás la más importante, resolvió que el “Patronato” residía en la nación. El Patronato era una práctica de la época colonial, mediante la cual los reyes españoles tenían el derecho de intervenir en los asuntos religiosos de la Nueva España, como nombramientos de obispos, párrocos y superiores, territorios de diócesis y parroquias, y distribución de diezmos. Una práctica similar había sido adaptada al México independiente.
Otro decreto suprimió la Universidad Pontificia de México y estableció la Dirección General de Instrucción Pública para el Distrito y Territorios de la Federación. De igual modo, fundó el Establecimiento de Ciencias Médicas, que después sería la Facultad de Medicina y promulgó una ley para organizar la Biblioteca Nacional. Además, solicitó al Papa que redujera el número de días festivos.
Su programa, que algunos han llamado “la primera reforma”, provocó graves enfrentamientos con los sectores afectados (los conservadores le pusieron el mote de “Gómez Furias”). Al regresar al poder, Santa Anna desconoció la obra de los yorkinos y derogó este primer intento de reforma, con excepción de la parte relativa a los diezmos y echó del gobierno a Gómez Farías. Así fracasó el primer intento de reforma. Pero habría más.
En 1835 Gómez Farías salió desterrado del país, residió en Nueva Orleáns. Se le acusó de estar de acuerdo con la independencia de Texas a cambio de ayuda económica para retomar el gobierno mexicano. En 1838 regresó al país, y tiempo después fue nuevamente desterrado, acusado de participar en una conspiración; pasó por Nueva York, Yucatán y otra vez Nueva Orleáns.
En diciembre de 1846 volvió al gobierno al ser nombrado Vicepresidente por el Congreso. Pero, ante la ausencia –otra vez–, del Presidente Santa Anna que dirigía la guerra contra los Estados Unidos, volvió a ocupar la Presidencia de la República. Desde este cargo restauró la Constitución federal de 1824 e intentó obtener recursos para financiar la guerra mediante un decreto de expropiación de los bienes de la Iglesia por 15 millones de pesos, lo que provocó la rebelión de los batallones “polkos”, comandados por oficiales surgidos de las clases acomodadas, llamados así porque eran aficionados a bailar la polka y porque con su rebelión favorecían al presidente norteamericano Polk. Santa Anna regresó a la capital y destituyó a Gómez Farías el 21 de marzo de 1847.
Otra vez fue diputado y se opuso a la firma de los tratados de paz con los Estados Unidos. En un mensaje escrito a sus hijos, señaló: «La venta infame de nuestros hermanos está ya consumada. Nuestro Gobierno, nuestros representantes, nos han cubierto de oprobio y de ignominia».
En 1850 se nominó, sin éxito, como candidato a la Presidencia de la República.
En 1854 se unió al Plan de Ayutla, y al triunfo de ese movimiento fue diputado por Jalisco al Congreso Constituyente, presidió sus sesiones y juró la Constitución de 1857. Francisco Zarco refiere que la ceremonia tuvo un momento de emoción profunda cuando Gómez Farías, «patriarca de la libertad de México, prestando el apoyo moral de su nombre y de su gloria al nuevo código político, viejo y enfermo, se levantó de su escaño y ayudado por varios diputados, llegó al centro del salón, se arrodilló delante del Evangelio y juró la nueva Ley. Después, todos, de pie y con el brazo extendido, respondieron a la pregunta de si juraban reconocer, guardar y hacer guardar la Constitución con un enérgico y uniforme: ¡Sí, juramos!”
«AQUELLA APARICIÓN DE GÓMEZ FARÍAS PRODUJO UN EFECTO EXTRAORDINARIO; MEDIO SIGLO DE SACRIFICIO Y GLORIA RESUCITARON EN AQUEL ANCIANO PARA DAR TESTIMONIO DEL TRIUNFO DEL PUEBLO. UNA VEZ QUE ESTAMPÓ SU FIRMA, EXCLAMÓ: ESTE ES MI TESTAMENTO”. EN ESA ÉPOCA DEL LIBERALISMO MEXICANO, SE LE LLEGÓ A LLAMAR A GÓMEZ FARÍAS EL “PADRE DE LA REFORMA”.
GUILLERMO PRIETO / ESCRITOR, PERIODISTA Y POLÍTICO LIBERAL MEXICANO
En esa época del liberalismo mexicano, se le llegó a llamar a Gómez Farías el “Padre de la Reforma”.
Al morir, el 5 de julio de julio de 1858, el padre Francisco Xavier Miranda le negó el derecho a ser sepultado en camposanto y por eso fue inhumado en una huerta de su propiedad. Posteriormente, sus restos fueron trasladados al panteón de Santa Paula y actualmente reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres en la capital de la República. Su nombre está inscrito en el Salón de Sesiones del Congreso de la Unión.