El objetivo de comunicar sobre el estado que guarda la nación, ha sido sustituido por mensajes del mandatario.
Por Alfredo Arnold
Los informes presidenciales quedaron plasmados en la Constitución de 1917 como una obligación del titular del Poder Ejecutivo de informar sobre el estado que guarda la administración pública del país. Los artículos 65 y 69 disponen el día y el lugar para hacerlo: el primero de septiembre de cada año en la sede del Congreso.
Desde años atrás existía esta práctica fue establecida en la Constitución española de 1812, la cual imponía al rey la obligación de asistir por sí mismo a la apertura de las Cortes, que entrara a la sala de las Cortes sin guardia y sólo le acompañaran las personas que determinara el ceremonial para el recibimiento y despedida del rey.
Los mandatarios mexicanos siguieron esta tradición, comenzando por Iturbide quien rindió informes en 1822 y 1823, y posteriormente, ya convertido el Imperio en República, los presidentes acataron la disposición que para entonces ya estaba reglamentada. La fecha se fijó para los días primero de enero de cada año y con la asistencia del presidente de la República en el Congreso para pronunciar un discurso que sería contestado por quien presidiera dicho Congreso.
Así transcurrió, hasta que la Constitución promulgada por Carranza en 1917 definió la nueva fecha del primero de septiembre. Casi todos los presidentes posrevolucionarios, salvo Obregón y Portes Gil por distintas razones, respetaron al pie de la letra esta disposición; Felipe Calderón la rompió al estimar que no había condiciones para presentarse en el Congreso y decidió enviar su Segundo Informe por escrito.
El Informe fue televisado por primera vez en 1950; de hecho, fue la primera transmisión “en vivo” de la televisión mexicana. Fue el cuarto informe de Miguel Alemán.
Los informes eran larguísimos; el presidente informaba de cada obra realizada con detalle de pesos y centavos. Y sucedió que, desde hace medio siglo, el “día del Informe” se transformó en el “Día del Presidente”, ya que los actos de felicitación, los invitados especiales, aplausos interminables, “besamanos”, fotos con el Gabinete y los banquetes ofrecidos por Gobernación y del PRI crecieron de manera exponencial. En los tiempos de Miguel de la Madrid, por ejemplo, tan sólo el hotel Presidente (el del chapulín) se reservaba completamente para periodistas, directores de medios, gobernadores y otros invitados. El presidente salía del Congreso en plan triunfal y desfilaba en un auto descubierto bajo una lluvia de confeti hasta Palacio Nacional o la residencia oficial de Los Pinos.
El creciente número de diputados de oposición por la ampliación de la Cámara Baja modificó este ritual. Para el jefe de Estado ya no resultaba cómodo asistir al Congreso para ser interpelado por los contrarios. Y cambiaron los modos: los informes comenzaron a ser escritos en lugar de orales y publicados en varios tomos que el secretario de Gobernación entregaría al Congreso.
No todo ha sido gloria en los informes: Algunos temas complicados que los presidentes han tenido que abordar han sido: con Obregón, la designación de Calles como presidente sustituto; con el propio Calles, el asesinato de Obregón; con Díaz Ordaz, la matanza del 2 de octubre; con López Portillo, la debacle económica del país, y con Salinas, el asesinato de Colosio y del cardenal Posadas, entre muchos otros tragos amargos que han tenido que apurar los presidentes, a cambio de los múltiples honores que reciben.
Hoy, los Informes se dan en dos tiempos: una ceremonia totalmente controlada donde el Presidente da un mensaje y recibe solamente aplausos, y posteriormente la entrega del Informe escrito en el Congreso. Por supuesto, quedó suprimida o por lo menos diferida, la respuesta del presidente de la Cámara de Diputados y las interpelaciones, algunas de las cuales llegaron a ser verdaderas peleas entre legisladores de diferentes partidos.
El reciente sexto Informe del Presidente López Obrador fue en el Zócalo, con miles de adeptos a la 4-T, aunque también hubo manifestantes contrarios que pasaron inadvertidos. La entrega del Informe escrito la hizo la titular de Segob, quien inesperadamente dirigió un discurso partidista en el Congreso, lo cual nunca había ocurrido.
Es difícil que éste haya sido el último discurso oficial de AMLO, ya que continúan las Mañaneras y vienen las Fiestas Patrias, que serán un nuevo motivo para su lucimiento.
Finalmente, el objetivo del Informe, que constitucionalmente debería ser el de “informar sobre el estado que guarda la nación”, ha quedado en el olvido.