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Inflación, una persistente compañera de viaje

Por Alfonso Gómez Godínez

@ponchogomezg

La inflación se atenaza sobre la economía mexicana. Datos recién publicados por el INEGI confirman dicha aseveración. A mediados del mes de julio, la inflación alcanzó un nivel de 5.6%, lo que significa el porcentaje más alto en los últimos 14 meses. El efecto no es menor. Con dicho nivel, la autoridad monetaria está siendo orillada a no reducir la tasa de interés con los consecuentes impactos negativos en un débil crecimiento económico y especialmente del consumo. Nos enfilamos a registrar un año pobre en el comportamiento del Producto Interno Bruto.

La persistencia de la inflación nos obliga a replantearnos las líneas ortodoxas utilizadas por la teoría económica convencional. El Banco de México actúa en coherencia con dichos razonamientos. La medicina principal utilizada es subir las tasas de interés con la finalidad de reducir la circulación de dinero en la economía, con el objetivo de bajar la demanda agregada (consumo e inversión productiva) que presiona al alza a los precios. Esta medida es apoyada y exigida por el establishment económico. No actuar en esa dirección por parte de la autoridad monetaria provoca la sanción de los mercados, los agentes financieros y calificadoras.

A pesar de lo anterior, los resultados están a la vista. A pesar de tener un nivel altísimo en las tasas de interés en relación con el resto del mundo, la medicina no tiene los efectos deseados. En tal sentido, se insiste en mantener o incrementar la dosis del recetario de política monetaria. No hacerlo de esa manera se acusaría a la autoridad monetaria de irresponsable, omisa, de no cumplir con su objetivo constitucional de estabilizar los precios.

En este escenario dominado por la ortodoxia y el convencionalismo de la teoría económica, resulta sumamente oportuno rescatar dos textos sobre el tema de la inflación publicados por la revista “El Trimestre Económico” del Fondo de Cultura Económica (abril-junio 2024) y que nos permite sacudirnos de nuestra comodidad intelectual al remitir el combate a la inflación a la tasa de interés.

Llama poderosamente la atención el artículo del polémico y sugerente economista norteamericano James K. Galbraith, que bajo el genial título “La medicina medieval de la economía ortodoxa contra la inflación” argumenta que insistir en la medicina monetaria para curar la inflación es como insistir en utilizar los diagnósticos y medicinas de la edad media para atender a atender al paciente. Galbraith cuestiona la visión anclada en la teoría económica de que ante cualquier repunte inflacionario ajustemos “la impresión de dinero”, los déficits presupuestarios y las expectativas de los actores económicos.

El economista estadounidense nos impulsa a explorar otro tipo de medidas no ortodoxas para, que junto al mercado, tener éxito en el combate a la inflación. Nos habla de que cambiemos el enfoque de un exceso de demanda como causal de la inflación a un problema de oferta como elemento central. La idea sería como favorecer el incremento de bienes y servicios que en un momento dado por su escasez presiona el aumento de los precios.

El otro texto titulado “¿Más o menos precios? Ampliar el concepto de inflación más allá de los precios del consumidor”, de Merijn Knibbe, cuestiona los métodos tradicionales para medir la inflación y propone establecer categoría de bienes para determinar su impacto en el nivel de precios y a partir de lo anterior tomar medidas específicas para cada caso.

Hoy la simplificación en los diagnósticos y la generalización en las acciones para enfrentar al “impuesto más regresivo” llamado inflación, reclama de nuevos enfoques y propuestas. Hacer más de lo mismo, siempre nos llevará a los mismos resultados.

 

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