Vivió un exilio corto pero confortable; sus restos reposan en el panteón de Montparnasse.
Por Alfredo Arnold
Las actuaciones de los deportistas mexicanos que compitieron en los Juegos Olímpicos de París, podrían haber sido festejados, más que nadie, por un ilustre mexicano que ha permanecido en la Ciudad Lux por más de 113 años; cuatro años vivo y 109 en la paz de los sepulcros.
No se trata de un mexicano común y corriente, sino del general que participó en la victoria del 5 de mayo de 1862 contra la invasión francesa, que defendió la República durante el Imperio de Maximiliano y que gobernó el país a lo largo de treinta años: Porfirio Díaz Mori.
Don Porfirio asumió la presidencia en 1877 y dejó el mando en 1911 a causa del estallido de la revolución maderista. En mayo de aquel 1911 partió a bordo del Ypiranga hacia su destierro en Francia. No fue un viaje desagradable ya que el trayecto fue de cortesía, el capitán le cedió su camarote e iba acompañado de su familia. En la ruta de Veracruz a Le Havre, visitó La Habana, Vigo, Gijón, Santander y Plymouth.
Después de haber participado en cruentas batallas e impuesto su ley en una nación que estaba envuelta en guerras internas y externas, seguramente París resultó ser un oasis para el veterano general, sobre todo porque tenía importantes amistades en Francia y otros países de Europa.
Los primeros años del destierro los aprovechó para viajar por un mundo que le era completamente desconocido pero maravilloso, visitó hasta las pirámides de Egipto. En todas partes lo recibían con honores y admiración.
Vivía con su familia en el hotel Vernet (que aún existe) cerca de los Campos Elíseos. En 1914 su salud se deterioró, pero aún octogenario, solía recorrer las calles y los parques de París en compañía de su esposa Carmelita Romero Rubio, hasta su muerte el día 2 de julio de 1915.
Su viuda pidió que lo embalsamaran y lo sepultaran provisionalmente en una capilla de la iglesia Saint Honoré l’Eylau, donde permaneció seis años.
Carmelita se esforzaba por traer a México cuerpo de su esposo, pero en México ya estaba en su apogeo la Revolución y fue materialmente imposible obtener el permiso por parte del gobierno, por lo cual la viuda tomó la decisión de sepultarlo definitivamente en París.
El 27 de diciembre de 1921 se llevó a cabo el traslado de los restos, de la iglesia de Saint Honoré l’Eylau al panteón de Montparnasse, donde reposan hasta el momento. La procesión funeraria se hizo con gran solemnidad, el féretro iba en una lujosa carroza negra que encabezaba el cortejo.
El interior del mausoleo de mármol en Montparnasse tiene una bandera de México, una imagen de la Virgen de Guadalupe y diversos artículos personales de don Porfirio. La tumba es visitada por turistas mexicanos en París. Ahí, también están sepultados, entre otros, Jean Paul Sartre, Eugene Ionesco, Julio Cortázar, Jacques Chirac y el laureado escritor mexicano Carlos Fuentes.
La familia del ex Presidente continuó haciendo gestiones para repatriar los restos, pero sin el menor éxito. Ni siquiera los recientes gobiernos de “derecha” de Vicente Fox y Felipe Calderón intentaron traerlos nuevamente a México.
En Francia, Porfirio Díaz siguió atentamente los eventos que antecedieron a la Primera Guerra Mundial y, por supuesto, estuvo pendiente de lo que sucedía en México, una terrible revolución con decenas de cabecillas. No se había equivocado cuando, camino al destierro, dijo: “Panchito (Madero) ha soltado al tigre; veremos si puede con él”.
Hoy, París ha estado en la mira del mundo por los Juegos Olímpicos. Seguramente habrá sido visitado por miles de mexicanos. Algunos de ellos habrán visitado la última morada de don Porfirio.