Realizó obras públicas y culturales, abrió hospitales, dictó medidas de comportamiento público e incrementó las vías de comunicación poco antes de la independencia.
Por Alfredo Arnold
A pesar de las pérdidas de territorio ocurridas durante los primeros años del México independiente y después en la guerra contra Estados Unidos, México es una de las naciones mejor ubicadas del mundo, pues además de su vasta y diversa extensión, cuenta con mar territorial en sus dos litorales, el Atlántico (Golfo de México) y el Pacífico, donde existen varias islas que lamentablemente no han sido debidamente aprovechadas, ni siquiera para fines turísticos.
En el Pacífico existe el archipiélago de Revillagigedo, perteneciente al estado de Colima. Está formado por varias islas: Socorro, Clarión, San Benedicto y Roca Partida. También en ese océano que baña la costa poniente del mapa mexicano se localizan las Islas Marías, las Marietas, las llamadas “Tres Islas” frente a Mazatlán y muchas más que (afortunada o desafortunadamente) no han sido explotadas por la industria turística.
El interesante tema de las islas mexicanas merece ser estudiado con el debido detenimiento; hoy hablaremos del nombre que se dio a una de esas riquezas territoriales de nuestro país: las islas de Revillagigedo.
Revillagigedo fue uno de los últimos virreyes que tuvo la Nueva España antes de la guerra de Independencia de la que surgió la nación mexicana. Don Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, segundo conde de Revilla Gigedo. Nació en La Habana y murió en Madrid. Fue virrey de la Nueva España de 1789 a 1794, es decir, ya muy cerca del estallido de la guerra de Independencia. Irónicamente, la historia lo recuerda como uno de los más diligentes virreyes que tuvo la colonia.
A continuación, presentamos el retrato de que él ofrece la historiadora Doralicia Carmona en su “Memoria Política de México”:
EL CONDE DE REVILLAGIGEDO
Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo (1740-1799). Hijo de Juan Francisco Güemes de Horcasitas, primer conde de Revillagigedo, virrey de la Nueva España y capitán general de la isla de Cuba. Nació en La Habana en 1740 (otros señalan 1738). Hizo carrera militar en las tropas de la casa real, en las que llegó a ser teniente coronel del regimiento de guardias españolas, cuyo cuerpo mandó contra los ingleses durante el sitio de Gibraltar.
Fue designado virrey de la Nueva España, cargo que desempeñó del 17 de octubre de 1789 al 11 de julio de 1794, además de asumir los puestos de presidente de la Audiencia y capitán general. Una aurora boreal que causó admiración y temor entre la población anunció su llegada a la capital de la colonia. Al comienzo de su mandato impresionó a la gente por el castigo pronto y ejemplar que impuso a los asesinos de Joaquín Dongo y diez de sus criados y dependientes. Le correspondió hacer también la proclamación del rey Carlos IV el 27 de diciembre de 1789, mismo año de su llegada.
El periodo de gobierno de Revillagigedo ha sido descrito por numerosos historiadores como el más fecundo de los años del virreinato. Con un espíritu animado por la Ilustración y con una gran entrega a las tareas del gobierno (se dice que sólo dormía cuatro horas), continuó la aplicación de la nueva Ordenanza de Intendentes, que creaba “intendentes” encargados de conocer las “causas” (tareas) de hacienda, justicia, guerra y policía, así como doce “intendencias” (Durango, Guadalajara, Guanajuato, Mérida, México, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí, Sonora/Sinaloa, Valladolid, Veracruz y Zacatecas) divididas en “distritos” que agrupaban determinadas jurisdicciones ya establecidas (gobernaciones, alcaldías mayores y corregimientos). Al efecto elaboró numerosas leyes, decretos, reglamentos y bandos para mantener el poder del virrey, resolver los problemas surgidos de la reforma, simplificar los complicados sistemas de administrar la justicia y promover el avance económico, social y cultural de la colonia.
Durante su administración mejoró el aspecto de la capital de Nueva España: reafirmó su traza cuadricular, abrió nuevas calles, creo zonas verdes, reglamentó la construcción de edificios, retiró los puestos de alimentos del palacio virreinal y de sus alrededores, reubicó el comercio ambulante a los mercados del Volador y del Factor, regularizó la recolección de la basura, prohibió la presencia de animales de corral en la vía pública y la defecación en las calles y banquetas, y hasta ordenó cómo debían vestirse los pobres (muchos sólo se tapaban con una raída y rota sábana). Artemio del Valle-Arizpe (Virreyes y Virreinas de la Nueva España) escribió acerca de esta labor: “En todo puso Revilla Gigedo su entusiasmo y su iniciativa genial, una dedicación constante y las claras luces de su talento. Todo lo reformó con provecho. No hubo cosa en la que él no pusiera su atención que no quedara perfecta. La ciudad quedó limpia, se volvió de caldero negro en taza de oro. Tuvo banquetas, tuvo empedrado, tuvo alumbrado, albañales, buena policía. Parece que sonaban más claras las campanas en aquel aire límpido, ya sin malos olores que lo enturbiaran”.
Así, la Ciudad de México llegó a ser la mejor urbanizada de su tiempo, y la majestuosidad de sus edificios la hicieron merecer el calificativo de «Ciudad de los Palacios».
Revillagigedo estableció un sistema regular de correo; fundó escuelas populares, el Real Colegio de Minería (en 1792), así como las cátedras de Biología, Anatomía y Fisiología. Impulsó el cultivo de plantas textiles y reglamentó el corte de madera. También aceleró la reparación de caminos a ciudades tan importantes como Veracruz y Acapulco, y la construcción de comunicaciones a Mazatlán y Toluca.
Por órdenes del rey, para asegurar las posesiones españolas frente a los asentamientos ingleses y rusos, así como para el reconocimiento de sus costas, Revillagigedo envió al capitán Alejandro Malaspina a California, en las fragatas “Descubierta” y “Atrevida”, lo cual originó roces con Inglaterra. También patrocinó expediciones científicas por el Pacífico hasta Alaska. En el año de 1790, ordenó la ocupación de las cuatro islas que hoy llevan su nombre y cuando en 1793, el capitán inglés James Colnett fue capturado mientras realizaba sondeos, colectaba organismos y levantaba cartas del lugar, Revillagigedo lo liberó, por lo que Colnett, agradecido, nombró a ese grupo de islas «Archipiélago de Revillagigedo».
Además, brindó gran atención al estudio de las culturas indígenas, lo que llevó al descubrimiento de la “piedra del sol”, también conocida como el Calendario Azteca, el 17 de diciembre de 1790, cuando se hacían excavaciones en la Plaza de Armas.
En materia cultural, una de sus grandes obras fue la fundación del Archivo General de la Nación, en el que fueron reunidos documentos básicos del virreinato de gran valor para la historia mexicana. Apoyó las investigaciones de Martín de Sessé, jefe de la expedición destinada a formar la “Flora Mexicana”. También estableció el Museo de Historia Natural.
Ante el advenimiento de la guerra de España con Francia, el segundo conde de Revillagigedo envió alrededor de siete millones de pesos que fueron de gran ayuda para la Corona Española. A lo largo de su gobierno supo conciliar el interés de la metrópoli y de Nueva España: a aquella envió 26 millones de pesos, para ésta dejó 23 millones, y al tiempo de su partida, dejó en las cajas de México y de las provincias dos y medio millones de pesos.
Por su extraordinaria labor de gobierno, el rey le dispensó el juicio de residencia secreto, pero en la sesión pública, el 9 de enero de 1795, el Ayuntamiento de México, dolido por la marginación en que vivió durante ese periodo virreinal, acusó a Revillagigedo de abusos de toda índole (todos infundados o insignificantes), por lo que se constituyó en su acusador en el juicio de residencia al que se le sometió. Marchó de regreso a España y para dejar en claro su prestigio, eficacia y honor, el conde de Revillagigedo fue nombrado director general de Artillería. Turnado el caso al Consejo de Indias, Revillagigedo obtuvo, después de su muerte, una sentencia absolutoria que puso en alto su honor, además de que el pago de las costas del juicio recayó sobre los regidores que lo acusaron.
Revillagigedo falleció en Madrid el 12 de mayo de 1799. En México, en donde la memoria popular recogió varias anécdotas que refieren su vocación de justicia, fueron realizadas grandes exequias. El rey quiso para honrar su memoria, que para que no se perdiera su ilustre nombre dado que no tuvo descendientes, que su hermano el conde de Güemes, se titulase en primer lugar “conde de Revillagigedo”; además, dispuso que todos los que en adelante fuesen virreyes en Nueva España, siguiesen en todo el método establecido por Revillagigedo.
Todavía el México independiente reconoció la gran labor de gobierno desarrollada por el conde Revillagigedo, ya que su juicio favorable de residencia fue publicado en 1833 por el Ayuntamiento de México.