Por Juan Carlos Hernández A.
Mtro. en Gestión Social y Políticas Públicas
@juancarleis2020
En la presente época y temporada por la que estamos pasando en el país, seguimos observando por desgracia las prácticas no deseables del pasado, pero que se vislumbra en el presente aún con el comportamiento de personas, aunque no de instituciones como tal. Entendemos que la ética es una ciencia que estudia la moral y establece lo que es bueno y lo que es malo, y así determina como actuar frente a una situación; empero cada quien podrá tomar como le convenga tanto el concepto como la practica en el desempeño de la ética.
Sociedad civil, medios de comunicación, académicos, empresarios, organizaciones no gubernamentales deben apostar por no polarizar, no aceptar el miedo, el pánico, el mensaje ordinario de que estamos mal. ¿Habrá que concebir acaso una cruzada de motivación ética en el servidor público? Juzgue usted.
Nadie que sea un buen mexicano, inteligente y con uso de razón, podrá pensar que la paz social en México atraviesa por un buen momento, no es así, esto va cada vez más creciendo y para mal. Muestra de ello es que el país representa el nivel en cuarto lugar, si me permite, en descomposición social, si se le puede llamar al nada honroso concepto de inseguridad en todas sus acepciones.
En ello estriba que se reanime la condición de señalar y hacer cumplir la ley, pues parece un estribillo trillado de que “nadie por encima de la ley”; estarlo recordando, sin embargo, no es la idea, dejar pasar y dejar hacer, tampoco, sin que nadie vigile o señale y haga aplicarse lo que a derecho convenga. La función pública deberá ser la primera en poner el ejemplo de un virtuoso desempeño. México necesita si o si, quien construya el andamiaje del tejido social, y junto con otras más instituciones hacer un país propicio para la presente y futuras generaciones.
Entender que la esperanza no muere, pero que cada quien debe contribuir con las acciones proclives a mejorar la situación en lo posible y en lo deseable en el quehacer del día a día; una observancia de lo que hacen los del gobierno con los gobernados sería un buen inicio; el punto es la apatía ciudadana, inclusive por cumplir la normatividad que le rige en el primer ejercicio ciudadano: serlo en todo su significado.
Este país está ávido de gente que refrende día a día su compromiso de hacer el bien, y ello implica la necesarísima contemplación y poner en marcha la ética en cada acto, cada discurso, cada decisión que implique la praxis de las políticas públicas y el desempeño de la función, sea cual sea y sea donde sea.
Pues quien busca con excesivo afán la gloria, se atrae la burla; quien intenta exaltarse sobre los demás con orgullo destemplado provoca contra sí la indignación, la resistencia, el insulto, las humillaciones. Hay que trabajar y hacerlo con agrado, con la satisfacción del deber cumplido sin escatimar esfuerzo, sin ofrecer y pedir dádivas, pues el deber se cumple con trabajo.
En tal sentido, vemos cómo el país se desmorona cual castillo de arena que lo desbarata el oleaje de las malas conductas, decisiones o al menos no afortunadas -póngale el tema que quiera-, y eso provoca estancamiento, regresión, no avance. Pues antes de leer una historia, hay que leer al historiador. Vamos viendo, ¿no?
El vivir en medio de errores y estar satisfecho de ellos y transmitirlos de generación en generación, sin hacer modificación ni mudanza, es propio de aquellos pueblos que vegetan en la ignorancia y envilecimiento: allí el espíritu no se mueve, porque duerme (Jaime Balmes, Pensamientos).
No tenemos que lamentar lo pasado, pero no podemos permitir lamentar el presente y el futuro. Usted y yo estamos aquí y ahora, pero hay que impregnar de ética las obras. ¡Hágale pues!