A finales del siglo XIX se firmó un acuerdo para que tropas de ambos países cruzaran la frontera en persecución de los bravos indígenas.
Por Alfredo Arnold
A finales del siglo XIX México había encontrado por fin tiempos de paz. Atrás quedaban la guerra de Independencia, el efímero Imperio de Iturbide, la confrontación entre liberales y conservadores, la guerra de Reforma y el Imperio de Maximiliano. Tras la muerte de Juárez y la llegada al poder de Porfirio Díaz en 1876, el país comenzó a tranquilizarse.
En 1882 gobernaba, en nombre de don Porfirio, el tamaulipeco José Manuel del Refugio González Flores, un militar conservador que había luchado contra las fuerzas invasoras de Estados Unidos y en la guerra de Reforma. Como Presidente impulsó la creación del Ferrocarril Central Mexicano y de la red del telégrafo.
Estaba en marcha la paz porfiriana y las relaciones con Estados Unidos se habían estabilizado. El presidente norteamericano era Chester Arthur, republicano. La situación, sin embargo, no era del todo tranquila; había un problema en la frontera: los indios Apaches.
Para México no significaba un problema mayor, ya que esa parte del territorio le era prácticamente ajena, no así para Estados Unidos que ya iba avanzado en la colonización y el crecimiento de ciudades importantes. Por tratarse de un asunto que afectaba a los dos lados de la frontera, ambos países decidieron firmar un convenio para combatir la amenaza apache que asolaba lo que hoy son Arizona, Nuevo México y Texas; Sonora, Chihuahua, Nuevo León y Coahuila, principalmente.
La historiadora Doralicia Carmona Dávila publicó un interesante documento sobre la firma de este convenio suscrito el 29 de julio de 1882, que transcribimos a continuación:
Escribe César Sepúlveda (Historia y Problemas de los Límites de México): «En julio 29 de 1882 se firmó un convenio, con duración de dos años, para el cruce recíproco de la línea divisoria por tropas regulares de los dos países, cuando estuviesen en persecución inmediata de partidas de indios bravos, con la advertencia de que el cruce sólo podría efectuarse en partes de la frontera desiertas o despobladas, y con la salvedad de que ningún cruce se realizaría desde un punto situado a veinte leguas arriba de Piedras Negras hasta la desembocadura del Bravo”.
Este convenio no era un tratado en sentido formal, sino lo que se conoce con el nombre de executive agreement. No lo ratificó el Senado, pero no por eso dejaba de tener validez. Resultaba significativo que existiese la reciprocidad, pues hasta entonces sólo se discutía el paso unilateral.
El tratado vino a aplacar en mucho a la opinión oficial norteamericana, y fue un primer paso para ajustar otras controversias. Excepto un breve intervalo (del 18 de agosto al 31 de octubre de 1884), el pacto, cuya vigencia se redujo luego a un año cada vez, se mantuvo hasta 1886, en que se había alejado la amenaza india y reducido el bandolerismo. Más tarde se aplicó esporádicamente, en 1892 y 1896, cuando surgió peligrosamente el apache “Cabrito».
Respecto al acuerdo pactado, el presidente norteamericano Chester Alan Arthur hizo la siguiente declaración: «Un reciente acuerdo con México permite el cruce de la frontera por las fuerzas armadas de ambos países en la búsqueda de los indios hostiles”.
Los mexicanos se resistían a firmar el acuerdo porque consideraban que los norteamericanos estaban más interesados en perseguir a los abigeos que a los indígenas guerreros. Es aceptado finalmente cuando el objeto del mismo se reduce a la persecución y captura sólo de los indígenas hostiles.
Desde el siglo XVIII, el desplazamiento de sus zonas de caza de los indígenas que habitaban el norte de Nueva España por los españoles primero, y después por los mexicanos y los norteamericanos que, tras el despojo de los territorios de Texas, Nuevo México y California, empujaban a los indígenas hacia México, provocó que, en ambos lados de la zona fronteriza, para sobrevivir, las tribus indígenas expulsadas realizaran incursiones de robo de ganado, saqueo, secuestros y asesinatos. El fruto de sus pillerías lo cambiaban por armamento y parque a los comerciantes norteamericanos, de modo que era frecuente que estuvieran mejor armados que los soldados mexicanos. El problema afectaba a los estados de Chihuahua, Durango, Sonora y Coahuila.
“El acuerdo al que hoy llegan los representantes de los gobiernos mexicano y norteamericano trata de solucionar esta situación, ya que los indígenas ‘bravos’ se protegen cruzando las fronteras a su conveniencia. Hace menos de dos años, el 15 de octubre de 1880, los soldados mexicanos pudieron derrotar a Victorio, uno de los jefes indígenas chiricahua más temidos. Sin embargo, todavía, los apaches capitaneados por Ju y Gerónimo, representan un grave problema para los habitantes de la frontera, por esta razón, los hacendados de Chihuahua afirman que la zona será pacificada hasta que sean exterminados a sangre y fuego; algunos, imitan lo que desde hace tiempo hacen los vecinos del norte y pagan doscientos pesos a quien presente la cabellera de un apache. Es frecuente que, para contabilizar las bajas de los indios en combate, les corten las orejas.
“Como resultado de la firma del acuerdo hoy pactado entre México y Estados Unidos, serán enviados cinco mil soldados y quinientos exploradores norteamericanos y aproximadamente tres mil soldados mexicanos para combatir a Gerónimo. El ejército norteamericano tomará represalias contra los apaches de la reserva para que Gerónimo se entregue”.
Gerónimo o Goyathlay (el nombre Gerónimo se lo dan los soldados mexicanos), apache chiricahua, a quien se le atribuyen facultades sobrenaturales, como ser invulnerable a las balas, nació en 1829 en la parte occidental de Nuevo México, entonces territorio mexicano, personifica la esencia de los valores apaches: agresividad, valor y valentía en la guerra. No es jefe apache sino médico-brujo y líder espiritual e intelectual, dentro y fuera del campo de batalla. Los demás jefes le consultan sus decisiones. En 1858, encuentra a su familia asesinada al volver de una excursión de comercio en México.
Cuando en 1876 despojaron a los chiricahua de la tierra de Arizona y les recluyeron en la reserva de San Carlos, Gerónimo huyó a México, en donde eludió a las tropas que lo perseguían. Volvió a la reserva a los pocos meses y trató de sobrevivir de la agricultura en una tierra árida, presionado y sujeto con frecuencia a arrestos porque, decían, alteraba el orden público. Las tensiones estallaron por el asesinato, por parte de los soldados, de un hombre de medicina apache que predicaba la vuelta a la forma de vida ancestral de su gente. Gerónimo huyó con 35 guerreros y 109 mujeres, niños y jóvenes. La prensa sensacionalista exageró las actividades de Gerónimo durante esta época, creando la imagen del apache más temido y sanguinario.
Finalmente, localizado por exploradores apaches, Gerónimo se rinde en 1886 ante soldados mexicanos, quienes lo entregaron a Estados Unidos. Pese a la promesa de que se le permitiría volver a Arizona, lo trasladaron a Florida, junto con los exploradores que habían servido al ejército. Gerónimo expresaría: “No existe otro clima o suelo como el de Arizona. Es mi tierra, mi casa, la tierra de mi padre, a la que ahora no me dejan volver. Quiero terminar allí mis días, y ser enterrado entre aquellas montañas». En el momento de su rendición, sólo quedaron 16 guerreros, 12 mujeres y 6 niños.
Un año después fueron reubicados a Alabama, en donde la mayoría murió de tuberculosis y otras enfermedades. Gerónimo falleció el 17 de febrero de 1909, siendo un prisionero de guerra.
La tradición oral de Sonora cuenta una leyenda que narra cómo Gerónimo no atacaba los importantes ranchos de la familia Elías en Arizona y Sonora; y la explicación dada es que él no era apache sino yaqui que vivía en el rancho de 200 mil hectáreas ubicado en el Valle de Cocospera perteneciente a Domingo Elías González y que Gerónimo fue raptado de niño por los apaches. Más tarde casó con una mujer mexicana y para efectuar el matrimonio adoptó el apellido Elías. Esta es la razón por la que Gerónimo se entregara a las autoridades mexicanas.