Por Carlos Lara
Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación
@Reprocultura
Si tuviera que elegir tres acciones destacadas del Papa Francisco, sin duda serían su apuesta por el desarrollo humano de la Inteligencia Artificial mediante el Llamado de Roma. Su apuesta por una educación sintiente a través del impulso y acompañamiento de la creación de la Universidad del Sentido; y ese constante llamado a la humanidad para hacer un lugar a la esperanza.
En el sinuoso terreno de la Inteligencia Artificial, Su Santidad ha sabido asesorarse del fraile Paolo Benanti, un personaje clave que, gracias a sus conocimientos y relaciones internacionales, ha logrado establecer a partir de la preocupación del Santo Padre por el desarrollo de este tipo de inteligencia, espacios estratégicos de diálogo que han permitido al Estado Vaticano impulsar el primer gran acuerdo sobre el desarrollo de la IA con importantes empresas del sector tecnológico, el denominado Llamamiento de Roma. Iniciativa lanzada en 2020 en coordinación con el gobierno italiano, el Silicon Valley y Naciones Unidas, cuyo propósito es garantizar que las nuevas tecnologías se investiguen y produzcan de acuerdo con criterios que estén al servicio de toda la familia humana. Fray Benanti es ingeniero por la Universidad de Roma La Sapienza. En Asís, hogar de San Francisco, tomó sus votos como fraile, se ordenó sacerdote y defendió su trabajo de tesis sobre las mejoras del ser humano y los cíborgs. Trabaja en la Pontificia Universidad Gregoriana y como especialista en la ética de la informática del Vaticano. Pasa el tiempo planeando cómo desarrollar esta tarea sin dejar de pensar en el Espíritu Santo y los espíritus que hay dentro de las máquinas. Es autor de diversos libros entre los que destaca Homo Faber: The Techno-Human Condition, panelista destacado en eventos internacionales sobre IA y profesor de teología moral y ética, así como del curso “La caída de Babel: los retos de las redes sociales, digitales y la inteligencia artificial”. Por encargo de Su Santidad ha emprendido una suerte de apostolado tecnológico que lo ha llevado a acompañar a empresarios como Bill Gates con Giorgia Meloni, Presidente del Consejo de Ministros de Italia quien, meses antes de la reunión, y preocupada por el impacto de la IA en la fuerza laboral, le pidió presidir una comisión de inteligencia artificial para los medios de comunicación que estudia, entre otros asuntos, la propiedad intelectual de los creadores ante las empresas que emplean IA, que siguen siendo auténticas cajas negras. Benanti ha reunido al presidente de Microsoft, Brad Smith, con el Papa Francisco. Un acercamiento enriquecedor, según cuentan, que ha llevado a Su Santidad a entender más el tema, especialmente después de que se viralizó con un abrigo blanco. Periodistas como Jason Horowitz, dicen que al Papa le gusta cuando el debate gira menos en torno a la tecnología, y más en relación a lo que puede hacer para proteger a los vulnerables.
Fray Benanti promueve el objetivo del Papa Francisco de proteger a las personas vulnerables de la tormenta tecnológica que avizora, cierto de que, sin un debido control la IA puede incrementar la desigualdad social y desatar una avalancha de desesperanza mundial. Por ello, parte central de su trabajo es evitar que eso ocurra, y lo hace a través derecomendaciones, desde una perspectiva ética y espiritual a una Iglesia y a un país que buscan aprovechar y sobrevivir a la futura revolución de la IA. Comparte a menudo sus ideas con Su Santidad, como se puede apreciar en su reciente mensaje del Día Internacional de la Paz, en el que hizo un llamado a alcanzar un acuerdo global que garantice el desarrollo y uso ético de la IA, que permita al mundo no quedar desprovisto de la misericordia humana y sean los misteriosos algoritmos quienes decidan a quién se otorga asilo, quién es acreedor a una hipoteca o quién vive o muere en el campo de batalla. Cabe señalar que Fray Benanti no cree en la capacidad de la industria para autorregularse. Se decanta más por reglas de procedimiento que eviten el aumento de la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la disminución de la democracia. En una conferencia en la antigua Orden de Malta, dijo a un grupo de embajadores ahí reunidos que se requería una “gobernabilidad global”, de lo contrario nos arriesgamos a enfrentar un colapso social. En efecto, comparto la afirmación, solo que, parece mentira que siendo fraile utilice el término “global” en lugar de “mundial” en un llamado de esta naturaleza. La globalización no reconoce personas, comunidades ni naciones, es un proceso de interconexión de un globo, no de un mundo habitado por seres humanos. En tanto que la mundialización es un proceso de intergración contrario, que sí reconoce la existencia de personas, comunidades y naciones bajo el concepto de comunidad de comunidades, unidas por diversos vínculos con origen y destino común: Concibe un mercado mundial, que escale el estado de derecho a un mundo de derecho. Mundializa lo que la globalización no mundializa: los valores fundamentales, los derechos humanos y la responsabilidad solidaria; crea un marco de acción común aceptado por todos, con respeto a la cultura, tradiciones, valores y creencias de cada pueblo. Este debería ser el marco natural de la IA y los Neuroderechos al libre albedrío, a la privacidad mental, a la identidad personal, al acceso equitativo a tecnologías de aumento mental y a la protección contra sesgos de algoritmos de inteligencia artificial. La precisión es pertinente porque lamentablemente la ONU, y más particularmente Unesco, han abandonado la concepción de mundo para adoptar la de globo, justo en medio de la administración digital del mundo donde las manos de los seres humanos que, según estos organismos, deben estar en el centro del desarrollo, comienzan ya a ser extensiones de las máquinas. Aquí, la advertencia de Bergoglio ha sido contundente. En la reunión del G-7 del año pasado dijo que condenaríamos a la humanidad a un futuro sin esperanza si quitáramos a las personas la capacidad de decidir por sí mismas y por sus vidas, condenándolas a depender de las elecciones de las máquinas: “Necesitamos garantizar y proteger un espacio de control significativo del ser humano sobre el proceso de elección utilizado por los programas de inteligencia artificial. Está en juego la misma dignidad humana».
Como contraparte de esta preocupación, en mayo de 2024, lanzó oficialmente la Universidad del Sentido. Una institución encaminada a abordar la crisis de sentido que aqueja al mundo en la actualidad. La iniciativa, organizada por Scholas Occurrentes y CAF -banco de desarrollo de América Latina y Caribe, fue presentada en el marco de un evento que reunió a rectores de las universidades más prestigiosas del mundo, así como a personalidades influyentes de la cultura, la política y la tecnología, jóvenes líderes comunitarios y destacados artistas, con el propósito de buscar soluciones a los desafíos que enfrenta el mundo. En dicho marco, Francisco puso el acento educativo de dicha universidad en la necesidad de no confundir la educación con instrucción, lo cual consideró un peligro, al mismo tiempo que sostuvo que la Universidad del Sentido debía invitar a trabajar con tres lenguajes: el de la mente, el de las manos y el del corazón: “Que uno educando piense lo que siente y lo que hace, sienta lo que piensa y lo que hace, haga lo que siente y lo que piensa. Si uno no se mueve en los tres lenguajes queda a mitad de camino. Los tres sentidos dan el sentido”. Al preguntarle qué rol cumple el arte en la búsqueda de sentido. Francisco señaló que el arte tira adelante, libera y hace que las personas puedan comprender muchas cosas. Lo hizo citando un fragmento de la poesía “Evernees”, de su coterráneo Jorge Luis Borges. En México, he tenido la oportunidad de hablar con gente que está trabajando en esta universidad, a la cual espero sumarme.
Resulta significativo el hecho de que el asesor del Papa en materia de IA, un campo que representa una gran fuente de riqueza, sea un discípulo de San Francisco de Asis. Una orden mendicante y no una congregación. Francisco sabe que es la garantía moral que requiere el desarrollo de este tipo de tecnología que engendra grandes consecuencias civilizatorias. De ahí su insistencia en hacer un lugar a la esperanza.