Opinión Política
REPORTAJE

Agua que no has de beber… y la energía que nos están drenando

El Congreso Híbrido para la Gestión Eficiente del Agua y la Energía no se organizó para las fotografías ni los boletines. Era un llamado urgente, a gritos contenidos y cifras letales.

 

Por Amaury Sánchez G.

La mañana en que Julio Berdegué Sacristán cruzó el umbral del Hospicio Cabañas, no traía en la voz los rodeos de los políticos ni las evasivas del burócrata. Habló como quien acaba de leer una necropsia nacional y se resiste a firmarla. Tenemos 653 acuíferos en México. De esos, 286 están deficitarios. Estamos extrayendo 9 mil 316 millones de metros cúbicos más de los que se recargan. Y buena parte de eso es ilegal —dijo desde el presidium, ante un público que se quedó sin sorber el café.

Fue un balde de agua helada. El tipo de cifra que no cabe en una botella ni en una nota de prensa, pero que basta para explicar por qué el campo muere de sed mientras las bombas clandestinas no descansan ni de noche.

A su lado, Altagracia Gómez Sierra, empresaria de discurso claro y compromiso social creciente, no se limitó a aplaudir. Hizo sentir que allí, por primera vez, el empresariado no llegaba a exigir subsidios, sino a coparticipar en una transición necesaria, aunque dolorosa.

No era un evento más. El Congreso Híbrido para la Gestión Eficiente del Agua y la Energía no se organizó para las fotografías ni los boletines. Era un llamado urgente, a gritos contenidos y cifras letales.

Armando González Samaniego, diputado de verbo directo, expuso un decálogo que nadie más había querido redactar: cortar el suministro eléctrico a los pozos ilegales, regular la extracción con criterios técnicos y no clientelares, incentivar la eficiencia energética en el riego y, ponerle, fin a décadas de simulación rural. Hay 15 mil pozos ilegales —denunció—. Y no hay un padrón claro. En Jalisco podrían ser 500. ¿Cómo puede haber política del agua si no sabemos quién la está robando?

“Manifiesto mi preocupación y la de la gente de Jalisco por ese acueducto que se ha anunciado desde la Presa Solís a León. Pido reconsiderarlo, ya que podría poner en riesgo al lago más grande de México que abastece a la mayoría de la población de la Zona Metropolitana de Guadalajara”

Pablo Lemus/ GOBERNADOR DE JALISCO

Se escuchó un murmullo de asombro. Y también de vergüenza. Porque todos sabían que es verdad. La CFE ha sido cómplice involuntaria del robo de agua. Conecta luz donde no hay permiso, donde hay silencio institucional, donde manda el cacique.

Gustavo Figueroa Cuevas, de Conagua, puso sobre la mesa otra herida: el río Santiago, un cadáver líquido que pasa por quirófanos que no lo curan. Se habló de plantas de tratamiento, de humedales artificiales, de sumar a las industrias, pero el público más lúcido pensaba en otra cosa: ¿cuándo va a ser delito en serio contaminar un río?

Y entonces, desde Jalisco, habló Pablo Lemus, gobernador en ejercicio de equilibrio político. Denunció el proyecto del acueducto de la presa Solís a León, Guanajuato, por los riesgos que representa al lago de Chapala. En veinte años sólo ha habido 15 desfogues hacia Chapala desde esa presa. ¿Qué pasará si ya no hay ninguno? ¿Vamos a condenar al lago más grande de México por una obra mal diseñada?

Nadie lo refutó. Pero tampoco hubo una respuesta inmediata. Porque la política del agua no se hace con razón, sino con intereses. Y los intereses que beben del Lerma no son fáciles de torcer.

Afuera del foro, en los municipios más secos del país, los campesinos siguen rezando por lluvia. Y adentro, se hablaba de 7 mil 300 millones de pesos para construir un nuevo acueducto sustituto, que prometen ahorrará energía, pero que aún genera más dudas que soluciones.

Y mientras tanto, ahí quedó flotando la frase de Berdegué: Estamos robándonos el agua entre nosotros. Estamos hipotecando el futuro de nuestros hijos y nietos. No con armas, sino con negligencia, con cobardía, con complicidad.

Esos fueron los únicos segundos en que el público dejó de tomar notas.

Porque en este país, el agua se agota. Pero antes que el agua, se agota la capacidad de fingir que todo está bien. Y cuando eso sucede —como diría Luis Spota— no hay vuelta atrás. Porque lo que se pudre no se reforma. Se reemplaza.

 

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