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¿Qué hacer en nuestra metrópoli?

Nota del Editor

Por Alfonso Gómez Godínez

Urge tomar decisiones para resolver el presente pensando en el futuro. Tiene tiempo que se ancló en diversas administraciones públicas, tanto estatales como municipales, una visión cortoplacista de la gestión de gobierno. Actuar de manera reactiva, atender lo urgente, lo visible, que genera votos, eludir riesgos y pasar la factura a los que vienen a continuación, se convirtió en un manual de “buen gobierno”.

En su momento, circunstancias providenciales como los incrementos en los ingresos petroleros repartidos por las autoridades federales y la capacidad de endeudamiento público, permitía en lo posible atender los requerimientos del hipotético manual. Con lo poco o con lo mucho, gestionar lo cotidiano, atender el día a día y mirar las encuestas era suficiente.

La disrupción global de fenómenos y tendencias en todos los géneros de la vida política, social y económica a la par de la acumulación de rezagos, la venimos atendiendo, en lo que se pueda, concentrados en las consecuencias y. por lo tanto, dejando de lado las decisiones estratégicas que transformen las causas y que nos proyecten a un futuro deseable.

Ahora que se nos “cae el cielo” afloran los problemas que hemos escondido bajo la alfombra y cuyas soluciones las venimos postergando. Falta de planeación a largo plazo, disputas estériles cargadas de tintes partidistas y superficiales en torno a los grandes proyectos de infraestructura, incentivos institucionales mal dirigidos, las insuficiencias presupuestales que reconocemos, pero no resolvemos, e inclusive las conductas poco responsables de los usuarios de los servicios públicos son partes de un andamiaje metropolitano disfuncional y que “hace agua”.  La expansión vertiginosa de la metrópoli es insostenible.

La infraestructura hídrica en el área metropolitana en buena parte es obsoleta y se encuentra rebasada. Las vialidades son frágiles y con facilidad se colapsan. La inercia de la expansión urbana y la laxitud de las autoridades generaron asentamientos humanos en condiciones de vulnerabilidad y que se ejemplifican en casos como la Martinica por señalar solo algunos.

El dramatismo de lo vivido en estos días por las precipitaciones pluviales, sus lamentables tragedias, tienen que ver con lo hecho, con la omisión, la complacencia e irresponsabilidad del pasado y del presente. La realidad es que corremos el altísimo riesgo de repetir cíclicamente dichos escenarios. Las cosas seguirán sucediendo porque seguimos haciendo lo mismo.

Nunca es tarde para reordenar el rumbo y romper inercias de la asfixia centralista de la metrópoli.  Resulta reconfortante conocer actores del ámbito público y privado que miran al futuro proponiendo acciones y soluciones en el presente. Decisiones disruptivas que implican rupturas de modelos y paradigmas, decisiones que pueden no gustar, pero que son necesarias e imprescindibles.

Insistimos que en la vida no existe nada gratis y que muchas veces debemos romper con las áreas de confort. La apuesta no es menor ya que nos jugamos la calidad y el tipo de oportunidades de vida que nos pueda ofrecer el “terruño” a nosotros y muy posiblemente a nuestra prole.

La cirugía de la metrópoli y la planeación integral de las regiones requiere recursos económicos, un piso de gobernanza y con la latente posibilidad de riesgos y costos políticos que cada quien debe asumir. Las presentes y las futuras generaciones de nuestra área metropolitana de Guadalajara merecen vivir cada vez mejor.

 

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