Opinión Política
EDUCACIÓN E HISTORIA

Los doce “apóstoles” de la Nueva España

Se cumplen 500 años de la llegada de los primeros evangelizadores a tierras mexicanas.

 

Por Alfredo Arnold

Después de la caída de Tenochtitlán en 1521, los vencedores capitaneados por Hernán Cortés iniciaron la tarea de fortalecer la recién constituida colonia llamada Nueva España. Grandes tareas esperaban a los españoles, como eran edificar la nueva capital, establecer el dominio social sobre millones de indios, explorar el territorio, fundar nuevos asentamientos y evangelizar a la población conquistada.

Esto último era una de las principales razones que justificaban la conquista. Desde los Reyes Católicos, el hacer del Nuevo Mundo una gran comunidad católica había sido prioritario, por lo que ahora, ya bajo la tutela de la corona, era un asunto esencial no sólo para Cortés sino también para el emperador Carlos V y para los papas de esos años: León X, Adriano VI y Clemente VII.

El propio Cortés envió una carta a Carlos V para que éste le solicitara al Papa que le regresara a la corona determinada cantidad de diezmos que serían destinados a la evangelización.

Así, el 13 de mayo de 1524 (la semana pasada se cumplieron 500 años) llegaron a Veracruz doce frailes franciscanos con la misión de emprender la conversión de los indios al catolicismo.

No obstante, un año antes, en 1523 había venido un grupo de cinco frailes flamencos que se establecieron en Texcoco. Uno de ellos era fray Pedro Van der Moere, mejor conocido como fray Pedro de Gante, quien fue un gran educador y benefactor de la raza vencida. “Construyó más de cien iglesias, las proveyó de imágenes hechas por los propios indios en los talleres de pintura y escultura que estableció. Fundó un gran número de escuelas y enseñaba a los pobladores a escribir, leer, cantar, a tocar instrumentos musicales y otras artes y oficios europeos”, afirma Alfonso Toro en su obra “Historia de México. La dominación española”.

Sin embargo, la primera misión española oficial de frailes fue la que llegó en 1524. Cortés prefería que fueran frailes en lugar de sacerdotes del clero secular porque los consideraba más dispuestos al trabajo difícil, rudo y hasta peligroso que les esperaba. No sólo había que evangelizar, sino organizar la Iglesia de la colonia.

Los doce apóstoles franciscanos.

Los primeros misioneros franciscanos recorrían el país a pie, sin más traje que su hábito y vivían en la mendicidad, acomodándose a los manjares más groseros. A veces caían en los caminos desfallecidos de hambre, pero a pesar de ello, un solo fraile predicaba en varias lenguas, decía misa, bautizaba y enterraba a los muertos.Alguno de ellos tradujo la doctrina en diez lenguas indígenas.

 

Alfonso Toro/ Historiador

Los doce “apóstoles”, como muchos historiadores llaman a aquellos primeros frailes, venían encabezados por Martín de Valencia, jefe de la misión y “Custodio de la custodia del Santo Evangelio en la Nueva España y tierra de Yucatán” los once restantes eran: Francisco de Soto, Martín de la Coruña, Juan Suárez, Antonio de Ciudad Rodrigo, Toribio de Paredes (o de Benavente), más conocido como Motolinía; García de Cisneros, Luis de Fuensalida, Juan de Rivas, Francisco Jiménez, Juan de Palos y Andrés de Córdoba.

Se distinguieron por llevar una vida austera y su trabajo fue fecundo. Observaban una vida ejemplar. “Los primeros misioneros franciscanos recorrían el país a pie, sin más traje que su hábito y vivían en la mendicidad, acomodándose a los manjares más groseros. A veces caían en los caminos desfallecidos de hambre, pero a pesar de ello, un solo fraile predicaba en varias lenguas, decía misa, bautizaba, y enterraba a los muertos. Alguno de ellos tradujo la doctrina en diez lenguas indígenas”, relata Alfonso Toro.

A diferencia de los soldados que acompañaron a Cortés, ataviados de armaduras y poderosas armas, aquellos frailes “sólo debían tener un sayal, andar descalzos, dos casullas pobres y un libro manuscrito o un devocionario”, añade el historiador.

Una de las primeras dificultades que superaron los evangelizadores fue el idioma. Tardaron alrededor de seis meses en poderse comunicar con fluidez, mientras tanto se valían de sermones que los hombres y mujeres aprendían de memoria aún sin comprender su significado, y organizaban pequeñas obras de teatro que presentaban en los atrios de las iglesias. Llegaban a bautizar hasta tres mil personas diariamente, aunque la población indígena de ese tiempo excedía las más optimistas expectativas. Se calcula que en 1524 había unos doce millones de habitantes.

Siete años después de la llegada de los primeros frailes, se produjo el milagro del Tepeyac. Para entonces, un gran número de indios ya habían abrazado la fe católica. El evento guadalupano impulsó definitivamente la conversión y la fusión de las razas española y mexicana.

La evangelización de Nueva España fue un hecho más demandante que la Conquista. Y ciertamente a los doce franciscanos les quedó perfecto el nombre que se les dio posteriormente, de “doce apóstoles”, ya que cumplieron una misión análoga a la que Jesucristo dio a sus apóstoles quince siglos antes: “Id por todas las naciones a predicar mi doctrina…”

 

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