Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
Los críticos de Miguel de la Madrid calificaron a su gobierno (1982-1988) como el “sexenio del cero crecimiento”. Un calificativo duro, demoledor, dado que el país había registrado en décadas previas (años cincuenta y setentas), tasas de crecimiento económico promedio anual de 6% del Producto Interno Bruto. Para los años siguientes, el calificativo se amplió y se habló en los medios económicos de la “década perdida”. Los malos resultados económicos no eran coyunturales, sino que se habían alargado en el tiempo y tenían consecuencias negativas para toda una generación.
Para iniciar el siglo XXI, los candidatos presidenciales se comprometían a recuperar el “maná” del crecimiento económico. Vicente Fox, a la postre presidente del país (2000-2006), prometió un demagógico 7% de crecimiento anual; por supuesto no se alcanzó. A pesar de las posteriores alternancias de partidos políticos (PRI-MORENA) el saldo ha pasado de mediocre a un estancamiento altamente preocupante.
Durante el sexenio calderonista el crecimiento económico promedio fue de solo 2.2%, con Peña Nieto de 1.9% y con López Obrador fue menos de un dígito, fue de 0.81% promedio durante todo el sexenio. Una caída en un túnel profundo que parece no tener fin. Sin crecimiento económico es imposible generar condiciones de mejora reales y sustentables en las condiciones de vida de la población.
En días pasados se dieron a conocer proyecciones sobre la economía mexicana para este 2025 y los datos alarman y preocupan. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico nos advierte en sus pronósticos de que México enfrentará un crecimiento económico negativo de -1.3% en 2025 y de -0.6% para 2026. El Fondo Monetario Internacional lanzó un pronóstico también negativo de -0.3% de crecimiento para este año. Cabe señalar que hasta el momento el pronóstico generalizado, en el mejor de los casos, es de un crecimiento menor al 1%.
Lamentablemente, de seguir estas tendencias estaremos abarcando un período histórico de medio siglo con una economía que se estancó, que no crece, que se derrumba, sin encontrar los motores para reanimar su crecimiento. Factores estructurales nos han atenazado al estancamiento que no hemos podido destrabar, más los factores coyunturales e imprevistos como las pandemias en tiempos de Calderón y López Obrador y ahora el factor Trump.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha reaccionado en contra de esos pronósticos, en especial con los de los organismos financieros internaciones, argumentando que no se han tomado en cuenta diversos elementos para elaborar sus pronósticos. La presidenta se refiere específicamente al Plan México donde se establecen montos de inversión pública y privada que soportarán una nueva etapa de crecimiento económico del país. Deseamos por el bien de todos que los pronósticos de la presidenta Sheinbaum sean los acertados.
En este contexto el secretario de Economía, Marcelo Ebrard -considerando que la inversión es el motor del crecimiento-, anunció que existen proyectos de inversión por 298 mil millones de dólares, un monto de inversión equivalente al 16% del PIB. El asunto es que se requiere prácticamente el doble de inversión para alcanzar un crecimiento del PIB por arriba del 4%, con ese monto del 16% su efecto alcanzaría para un modesto promedio cercano al 2%. Magro e insuficiente.
Múltiples reformas se requieren en México para impulsar más inversión y más crecimiento. Reformas de carácter institucional, las acciones estrictamente macroeconómicas no alcanzan para detonar el crecimiento de la economía nacional.
Reformas que tienen que ver con convertir a México en una real economía de mercado. Romper los monopolios y sus rentas monopólicas, abrir sectores como el energético, telecomunicaciones a más jugadores. Desvincular la obra pública y las compras gubernamentales de los intereses de los amigos y cercanos políticamente. Establecer reglas del juego parejas, una economía que deje de favorecer a los mismos de siempre poniendo piso parejo para todos. Eliminar esos rasgos que perfilan a México como una economía de “compadres” para transformarla en una economía realmente abierta y competitiva. Reformas institucionales para fortalecer el Estado de Derecho, la certidumbre jurídica y la protección de los derechos de propiedad.
Existe un país llamado Haití, dominado por las pandillas, sin leyes y autoridad y, otro Cuba, autoritario, sin libertades; Resulta que en los pronósticos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de crecimiento económico para 2025 estamos junto con esos 2 países en los últimos tres lugares de las proyecciones económicas. Nuestras instituciones, al igual que las de esos países caribeños, no están funcionando adecuadamente.