Opinión Política
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El PRI en su laberinto

Por José Antonio Elvira de la Torre

Prof. del Departamento de Estudios Políticos del CECSH de la UdeG

El Partido Revolucionario Institucional ha sido tema recurrente para académicos y periodistas locales y nacionales por los resultados que obtuvo en las seis elecciones estatales de hace un par de semanas y por el escándalo del Presidente Nacional y las consecuencias que sobre ese partido tendrá. Entendiendo que la situación actual no se asemeja a ninguna anterior enfrentada por esa organización partidista, trataré de contribuir a la discusión responsable y objetiva, reconociendo la importancia y contribución que ese partido tiene en nuestro sistema político.

Cuando el PRI perdió las elecciones en 2000, algunos pronosticaron su desaparición; sin embargo, el momento actual es más crítico. En aquel momento, aún sin la Presidencia de la República, este partido seguía siendo la primera fuerza política, tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, así como en los estados de la República, por lo que el vacío fue llenado por quienes ocupaban la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional y las gubernaturas.

Muchas estructuras de poder real se mantuvieron porque seguían existiendo incentivos poderosos (acceso a cargos públicos, beneficios financieros y materiales concretos tanto legales por el financiamiento público, como ilegales por el desvío de recursos gubernamentales). Además, porque el PAN nunca planteó una estrategia sistemática de cooptación de sus liderazgos y organizaciones intermedias, tanto por los incentivos mencionados como por razones normativas de valores, doctrina y proyecto político.

En este momento, tanto en lo nacional como en los estados, liderazgos y estructuras priístas, al no contar con incentivos suficientes: a) políticos (posibilidad real de ganar elecciones), b) materiales (cargos, empleos o posibilidad de negocios con gobiernos), y c) financieros (financiamiento público partidista), están mudando su respaldo político para seguir obteniendo sus propósitos, ya sea formalmente al cambiar de militancia o informalmente mediante acuerdos (con MORENA en estados como Sinaloa, Sonora, Oaxaca, o con MC en Jalisco y Nuevo León).

La respuesta a esta difícil situación está dentro del mismo PRI y el proceso que no pudieron concretar del 2000 al 2012. Nuevamente, sin Presidencia de la República y ahora casi sin poderosas gubernaturas, la clave para fortalecer esta organización partidista es su institucionalización como auténtico partido político que representa ciudadanos y no como herramienta de sus gobiernos. Alejarse de romanticismos autoritarios (por más que sigan existiendo) de volver a ser un partido que lo represente todo y a todos, como lo fue en el modelo no democrático, implica plantearse con seriedad, tanto por voluntad propia como por la misma dinámica plural de nuestro país, un partido democrático en el que sus militantes ejerzan a cabalidad sus derechos y tengan efectiva posibilidad de incidir en sus decisiones y sus acciones, con reglas y procesos claros que inhiban el poder de figuras personales, que terminan por apropiarse de cargos y candidaturas.

Ser un verdadero partido político, aún con muchos menos militantes y organizaciones intermedias y sin contar con los recursos tradicionales que lo hacían más atractivo, es el complejo pero necesario inicio para salir del laberinto.

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