Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
A partir del pasado 29 de marzo ha quedado prohibido vender alimentos “chatarra” y bebidas azucaradas dentro y fuera de las escuelas. Se aplaude dicha determinación, es una medida necesaria y que va en la dirección correcta; sin embargo, se requiere de un paquete más amplio de acciones para alcanzar los objetivos establecidos en materia de salud y combate a la obesidad.
Esta prohibición debió de haberse establecido con anterioridad, pero es de reconocerse la fuerte influencia y capacidad de gestión y lobby que tiene la industria alimenticia y refresquera en la definición de las regulaciones sobre producción, consumo y publicidad del sector, así como los intereses de determinados directores de escuela y de sus respectivas asociaciones de padres de familia que durante años han manejado la tiendita y/o cooperativa de su escuela.
Los economistas han estudiado el tema de las prohibiciones, sus reales alcances y externalidades o efectos colaterales de dichas acciones. En las prohibiciones para la producción, venta y consumo de determinados productos (alcohol, cigarrillos y drogas) se han generado mercados negros o alternativos, contrabando, falsificación de marcas, productos “piratas” y control de esos mercados por la delincuencia. Algunos economistas piensan que en lugar de las prohibiciones se deben de establecer mecanismos para poder regularlos y cuidar la salud de la sociedad.
Urge en este país enfrentar el tema de los alimentos “chatarra” y bebidas endulzadas, porque las razones son escalofriantes. En el catálogo de las múltiples crisis presentes y futuras que enfrenta el Estado, es la obesidad que atrapa a un número cada vez creciente de mexicanos sin importar edad, sexo y condición económica, y los datos son alarmantes.
Datos recientes dados a conocer por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) el pasado 6 de marzo, señalan que en la actualidad la obesidad en México se ha duplicado de los años ochenta a la fecha, dando como resultado que el 36.9% de la población adulta es obesa, y de seguir dicha tendencia para el año de 2030 se podría llegar al 45%, poco menos de la mitad de la población. Otros estudios sostienen que en 2050 se rebasará ese porcentaje y el 54% de hombres y 57% de mujeres tendrán obesidad.
Los especialistas afirman que México vive bajo una persistente y creciente epidemia llamada obesidad que tiene mortales consecuencias por su efecto en las llamadas enfermedades crónico-degenerativas no transmitibles. Por tales razones, en las causas de muerte en nuestro país aparece la diabetes Mellitus como la segunda causa de mortandad, recordando que hace cuarenta años era la octava causa de defunción, padecimiento que ha dado un enorme salto matando a más de cien mil mexicanos al año.
Existen claras causas y múltiples responsables sobre estas enfermedades. Hábitos de consumo, productos “chatarra”, campañas de publicidad engañosa, alimentos industrializados, ignorancia del consumidor, complicidad y omisión de la autoridad, la indiferencia de los padres de familia, estilos de vida, principalmente.
El padecimiento de la obesidad y de enfermedades como la diabetes se pagan a un gran costo por parte del enfermo. Así verá reducir su esperanza de vida, los síntomas afectarán su estilo de vida tanto física como emocionalmente, destinará una parte cada vez más creciente de su ingreso al pago de tratamientos, medicinas y emergencias, se encontrará sumamente vulnerable a infecciones, se deteriorará su vida familiar y será propenso a la incapacidad laboral y a la reducción de mejores ofertas de trabajo.
El objetivo de la autoridad es que al interior de los centros educativos no encuentren los estudiantes, niños y jóvenes. la posibilidad de adquirir “alimentos” y bebidas con altos contenidos de azúcar, grasas, sodio y harinas refinadas, considerados los causantes directos de la obesidad. Estas medidas quedarán cortas sí no se despliegan profundas campañas educativas, de información y concientización, ajustes fiscales, incentivos económicos para el consumo sano y acuerdos con los industriales respectivos.
De nada servirá la prohibición sí los estudiantes meten a la escuela sus botanas y la consumen “clandestinamente”. De nada servirá sí al salir de la escuela en la calle o en la casa tienen la posibilidad de consumirlos. Tampoco de nada servirá si los padres de familia no modifican sus propios hábitos y dan el ejemplo correspondiente. El efecto de dicha prohibición será insignificante sí las niñas, niños y jóvenes siguen expuestos a colosales pautas y engañosos contenidos publicitarios. La industria buscará nuevos mecanismos para defender a sus productos y reivindicar su libertad a fabricarlos y comercializarlos.
Por lo pronto, midamos los efectos de la prohibición y que sea el paso inicial para enfrentar la bomba catastrófica de la alimentación chatarra.




