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Tecnología y cultura

Por Carlos A. Lara González

Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura

@Reprocultura

¿Qué tan útil o perniciosa puede ser la tecnología? Suelen preguntarme algunas personas en charlas o reuniones que impartimos en La tribu del Pulgar. Es más útil que nociva, suelo responder. Depende del uso y del abuso, agrego. Es, digámoslo así, una suerte de navaja suiza, algunos colegas utilizan la metáfora del martillo, a mí me agrada más la de la navaja.

Aquí lo diré más claro utilizando ejemplos de aplicaciones digitales que circulan en el mercado de la “promoción de la lectura”. La primera de ellas lleva por nombre Hooked, la cual ha tenido una gran aceptación entre los jóvenes desde 2014. Ofrece textos, historias, cuentos, novelas… en formato de mensaje de textos. Ahí reside la novedad de la aplicación. Promueve una forma distinta de leer. ¡Modifica el acto lector! sí, pero este sigue siendo íntimo, ¡Pero es otro formato! sí, pero hay acto lector.

La segunda lleva por nombre Spichify. Esta desde la publicidad está mal planteada. La promueve un chico haciendo ejercicio en su habitación, intentando demostrar su astucia al poder “estudiar” y hacer ejercicio al mismo tiempo. Y es que esta aplicación convierte en audio el texto fotografiado. Ofrece diversos idiomas, acentos y velocidades, con lo cual lo único que tienes que hacer es escuchar. Aquí ya no hay acto lector. Ahor bien, es importante señalar que fue pensada como soporte digital para las personas con problemas de dislexia. El problema lo tenemos si se utiliza en el ámbito educativo, en los procesos de enseñanza aprendizaje.

En medio de esta cultura de la simultaneidad y fragmentación que vivimos, ha aparecido recientemente una aplicación más denominada Headaway. Sus promotores la presentan como una forma infalible de cambiar la mentalidad, apalancándose de los libros que, a través de la IA, son resumidos y adaptados a 15 minutos y en formato de audio. Es decir, un atajo para no leer. En lo personal, creo que está más hecha para el mundo ejecutivo y el político donde sus agentes necesitan de este tipo de monedas sociales para cerrar negocios o tener de qué hablar, pero no para el universo estudiantil.

El colapso narrativo generado por esta explosión tecnológica termina favoreciendo expresiones como el microteatro, los cortoletrajes, la twitteratura, las microseries, el arte efímero etcétera. Es decir, una cultura de corte. Una forma telegramática de escribir, que nos hace incapaces de hilar ideas, construir argumentos, o simplemente mantener un hilo conductor. Frases inconexas y ausencia de conectores son ya una constante en los ecosistemas educativos por parte de quienes utilizan estos atajos tecnológicos.

Los dispositivos electrónicos son herramientas de apoyo educativo, pero también ventanas de socialización, apoyo, compra, intercambio, entretenimiento y diversión. El problema viene cuando no somos capaces de ponderar su utilidad. Esta incapacidad anula el contexto, la imaginación, las experiencias, las historias, los universos, las palabras y todo eso que ofrece la lectura. Me van a disculpar los astutos, pero el acto lector es otra cosa. Requiere concentración para que el paso por el intelecto de eso que leemos, desate emociones y genere conocimiento a partir de una o varias experiencias.

Entiendo que el mundo de las aplicaciones pueda resultar convocante y cool, pero al paso que vamos la lectura en particular y la cultura en general no volverán a ser los estimulantes que siempre han sido y nos han ayudado a ser mejores ciudadanos. Por eso digo que la tecnología es una suerte de navaja suiza. Este tipo de aplicaciones en el terreno educativo empobrecen el desempeño lingüístico y la comunicación verbal, normalizan errores y carencias.

 

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