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Orden frente al populismo, un camino hacia el florecimiento de México

Por Ismael Zamora Tovar

Doctor en Filosofía

En el corazón de la sociedad mexicana reside una doble ambición: el deseo de ver florecer a la nación y la necesidad de preservar las instituciones privadas —o, religión y comunidades locales— que actúan como pilares de un orden social. Sin embargo, en un contexto donde la ideología de izquierda ha permeado las principales instituciones y subvertido la moralidad tradicional, esta visión conservadora a menudo se ve reducida a una mera postura de oposición. Este texto busca redefinir esta visión conservadora, no como una reacción, sino como un enfoque atemporal capaz de guiar a México hacia un futuro de orden y prosperidad, en contraste con las derivadas populistas.

 

EL ENFOQUE CONSERVADOR

El conservadurismo, más allá de una simple etiqueta política, es una disposición mental arraigada en principios inmutables. Reconoce la naturaleza humana con sus virtudes y defectos, y propone un enfoque distintivo para el autogobierno. Esta visión valora la disciplina voluntaria a un orden moral trascendente, el respeto por la tradición, la prudencia en la toma de decisiones, la humildad frente a nuestro lugar en la historia y la búsqueda de la justicia en un mundo imperfecto. Estos valores intrínsecos no solo armonizan entre sí, sino que se alinean perfectamente con la idea de una sociedad que se rige a sí misma y desea, que la conservación de sus logros sea el piso del progreso.

Una sociedad que ordena su vida moral y espiritual es decisiva para su crecimiento y estabilidad. Cuando los individuos comparten una fe común y principios morales, se fomenta la cohesión y se evita la explotación mutua. La adopción de principios comunes, controles y equilibrios, el gobierno mixto y las transiciones pacíficas de poder son sellos distintivos de una democracia ordenada. Priorizar el orden sobre la eficiencia, en última instancia, genera una estabilidad y prosperidad duradera. Este enfoque busca el progreso a través de la ciencia y resultados tangibles, empleando la prudencia y el razonamiento para resolver conflictos culturales.

Una visión de orden legal sustentada en la doctrina de la ley natural es, por lo tanto, esencial para el florecimiento social, cultural y económico. Nuestras tradiciones, al ser refinadas e institucionalizadas en el derecho consuetudinario nacional y el gobierno constitucional, moldean y consolidan directamente nuestro propio orden legal y político.

No obstante, una política bien ordenada no puede perdurar sin un orden moral y espiritual que la sustente. Una civilización no se mantiene únicamente por su política, sino fundamentalmente por su gente. Por ello, una política ordenada debe estar intrínsecamente ligada a un alma ordenada; o, mejor aún, ser el desbordamiento de almas ordenadas. En México, esta unión de almas y gobierno se hace posible gracias a creencias compartidas, donde la religión católica ha desempeñado un papel fundacional, a pesar de la creciente secularización subjetiva generada por las políticas públicas de educación. Solo cuando la mayoría de los ciudadanos aceptan la existencia de un orden moral por el cual rigen su conducta, el orden político se vuelve duradero y consistente. La resolución de conflictos entre «usos y costumbres» y normativas actuales radica en un marco ético que priorice la dignidad humana, la justicia, la integración y el sentido de pertenencia.

La familia como institución.

LAS DESVIACIONES POPULISTAS

La visión conservadora, arraigada en la tradición, la cultura, la familia y la nación, debe trascender la mera reacción y el impulso de oponerse al progresismo. En cambio, debe reafirmar su compromiso con elementos permanentes: los fundamentos morales y culturales de una sociedad libre.

El populismo, por el contrario, se ha desviado peligrosamente de estos principios al basar su política en el «agravio» en lugar de una filosofía coherente con nuestra cultura. Por ejemplo, mientras que el conservadurismo aboga por una política exterior prudente pero comprometida, reconociendo que las alianzas reflejan valores e intereses mutuos, el populismo se inclina hacia el aislacionismo y la idea de «volver hacia adentro». Cierra los ojos a la historia que nos ha demostrado que el aislacionismo conduce al apaciguamiento, al conflicto y al caos, creando un vacío que potencias autoritarias están dispuestas a llenar, resultando en un mundo menos libre. Olvidando que la libertad en casa depende directamente de la estabilidad más allá de las fronteras; por lo tanto, es imperativo apoyar a las naciones que buscan defender su soberanía.

En otro aspecto, el conservadurismo tradicional, fundado en la idea de «almas ordenadas», concibe el comercio como un acto de cooperación mutuamente beneficiosa, no como un juego de suma cero. Se valora la libertad económica y la creencia de que los mercados libres contribuyen a la formación del carácter y a la independencia económica. En tanto que el populismo sectario, en cambio, tiende a tratar a las naciones no alineadas con su ideología como adversarios, agudizando el aislamiento internacional.

La visión conservadora desconfía del gobierno centralizado como panacea para todos los problemas, argumentando que la imperfección humana puede convertir al gobierno mismo en «el problema». Critica la «visión progresista» de una clase no elegida de administradores que dictan la vida de los ciudadanos, resultando en un «gigantesco estado administrativo» inmune a la responsabilidad democrática y en consecuencia a la perdida de libertades.

Si bien se comprende la frustración con la «deriva hacia la izquierda» y el debilitamiento de las instituciones autónomas que actúan como contrapesos al poder gubernamental, la respuesta conservadora no debe ser la coacción de las empresas para que adopten posturas ideológicas. En su lugar, las empresas deben enfocarse en su misión principal de ser rentables, asumiendo una responsabilidad social más robusta y con un impacto social y ambiental genuino mientras se mantiene al margen de la política.  Por su parte, el deseo populista de usar el poder gubernamental para dirigir el comportamiento corporativo es antitético a los principios conservadores de la libre empresa. La renovación moral y el libre mercado son soluciones más efectivas que la acción gubernamental coercitiva.

A manera de conclusión, el retorno a los principios duraderos es fundamental para evitar la decadencia intelectual y la falta de rumbo político que conlleva definirse por los adversarios en lugar de por los principios, por ello, la nación debe recuperar los fundamentos duraderos: almas y políticas ordenadas. Solo a través de este retorno anclado en valores atemporales y en el respeto por las instituciones y tradiciones, México podrá construir un futuro de verdadera libertad, prosperidad y estabilidad, haciendo frente a los desafíos que presenta el populismo.

 

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