Opinión Política
OPINIÓN

La Revolución Bolchevique

Por Juan Raúl Gutiérrez Zaragoza

Doctor en Derecho por la Universidad Panamericana

Doctorante en Filosofía por la Universidad Autónoma de Guadalajara

En el otoño de 1917, Rusia se encontraba al borde del colapso. El gobierno provisional, liderado por Aleksandr Kérenski, había reemplazado al zar Nicolás II tras la Revolución de Febrero, pero no logró estabilizar el país. La guerra seguía devastando a la población, la inflación era galopante, y los campesinos y obreros exigían cambios radicales.

En Petrogrado (actual San Petersburgo), los soviets -consejos de obreros y soldados-ganaban influencia. El Soviet de Petrogrado, dominado por los bolcheviques, se convirtió en un centro de poder paralelo. Lenin, que había regresado del exilio en abril, presionaba para una insurrección inmediata. Como señaló Carr (1970), “Lenin veía en cada día de espera una traición a la revolución”.

Trotsky, presidente del Soviet, organizó el Comité Militar Revolucionario, que comenzó a tomar control de las fuerzas armadas locales. El 24 de octubre (6 de noviembre en calendario gregoriano), los bolcheviques comenzaron a ocupar puntos estratégicos: estaciones de tren, oficinas de telégrafo y puentes.

La noche del 25 de octubre (7 de noviembre), el Palacio de Invierno -sede del gobierno provisional- fue rodeado por tropas del Ejército Rojo. La resistencia fue mínima. A las 2:10 a.m., el edificio fue tomado. Kérenski había huido, y los bolcheviques proclamaron el poder para los soviets.

Lenin apareció ante el Congreso de los Soviets y declaró: “Hemos de proceder a la construcción del orden socialista”. El nuevo gobierno abolió la propiedad privada de la tierra, retiró a Rusia de la guerra y comenzó a consolidar el poder mediante decretos revolucionarios.

Este momento marcó el inicio de un nuevo régimen, pero también de una era de represión y violencia política.

La Revolución Bolchevique fue impulsada por las profundas injusticias del régimen zarista y, tras su triunfo, dio paso a un sistema que también generó represión, violencia y millones de muertes, especialmente bajo Stalin. Este artículo analiza las causas estructurales del levantamiento y las consecuencias autoritarias del nuevo régimen.

La Revolución Bolchevique de 1917 fue uno de los eventos más trascendentales del siglo XX. Surgió como respuesta al colapso del régimen zarista, caracterizado por desigualdad extrema, represión política y una economía agraria estancada. Sin embargo, el nuevo orden instaurado por los bolcheviques, lejos de garantizar libertad y justicia, derivó en un sistema autoritario que reprodujo formas de violencia estatal aún más sofisticadas y letales.

Durante el régimen de los zares, Rusia vivió bajo una monarquía absoluta que negaba derechos civiles, mantenía a la mayoría de la población en condiciones de servidumbre y reprimía cualquier forma de disidencia. El zar Nicolás II, en particular, fue incapaz de implementar reformas que modernizaran el país o aliviaran el sufrimiento popular. La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial agravó la crisis: millones de muertos, escasez de alimentos y una economía colapsada, así lo afirmó Pipes (1970), “la Rusia zarista era una bomba de tiempo social, alimentada por la miseria campesina y la arrogancia aristocrática”.

La falta de representación política, la brutalidad policial, la censura y la corrupción generalizada generaron un caldo de cultivo para el descontento. Los soviets —consejos obreros— comenzaron a organizarse, y los bolcheviques, liderados por Lenin, capitalizaron el momento con un discurso radical que prometía “paz, pan y tierra”.

 

El triunfo revolucionario y sus consecuencias

 Tras el derrocamiento del gobierno provisional en octubre de 1917, los bolcheviques instauraron un régimen de partido único. Lenin consolidó el poder mediante la disolución de la Asamblea Constituyente y la creación de la Cheka, una policía secreta encargada de eliminar a los “enemigos del pueblo”. Como señaló Carr (1970), “el terror se convirtió en instrumento legítimo del nuevo Estado”.

Trotsky, por su parte, organizó el Ejército Rojo y lideró la represión durante la guerra civil (1918–1921), en la que murieron más de 7 millones de personas entre combates, hambrunas y epidemias. Stalin, sucesor de Lenin, llevó el autoritarismo a niveles extremos. Durante su mandato, se instauraron los Gulag —campos de trabajo forzado— donde se estima que murieron entre 1.5 y 2 millones de personas. Como documentó Solzhenitsyn (1973), “el sistema de campos soviéticos fue una maquinaria de exterminio silencioso”.

Las purgas estalinistas de la década de 1930 eliminaron a miles de cuadros del partido, intelectuales y ciudadanos comunes acusados de traición. El culto a la personalidad, la censura total y la planificación económica centralizada consolidaron un Estado totalitario que traicionó los ideales igualitarios de la revolución.

La Revolución Bolchevique fue una respuesta legítima a un sistema profundamente injusto, pero su desenlace mostró que el poder absoluto, incluso en nombre del pueblo, puede derivar en nuevas formas de opresión. Como señaló Figes (1996), “la utopía revolucionaria se convirtió en una distopía burocrática y sangrienta”.

Esta Revolución, marcó un punto de inflexión en la historia mundial, ya vimos que surgió como respuesta a las profundas injusticias del régimen zarista, prometía libertad, igualdad y justicia social. Sin embargo, su desenlace derivó en un sistema autoritario que reprodujo formas de represión aún más sofisticadas. Este artículo analiza las causas estructurales del levantamiento, los días previos al golpe bolchevique y las consecuencias políticas y humanas del nuevo régimen, con énfasis en el papel de Lenin, Trotsky y Stalin, así como en el sistema de campos de trabajo forzado (Gulag).

La Revolución Bolchevique no fue un evento aislado, sino el resultado de décadas de descontento social, político y económico en la Rusia imperial. El régimen zarista, encabezado por Nicolás II, se caracterizó por su autoritarismo, desigualdad extrema y falta de reformas estructurales. Como señaló Pipes (1970), “la Rusia zarista era una bomba de tiempo social, alimentada por la miseria campesina y la arrogancia aristocrática”.

Durante el régimen de los zares, la mayoría de la población vivía en condiciones de servidumbre o pobreza extrema. La represión política, la censura, la brutalidad policial y la ausencia de representación democrática generaron un clima de tensión permanente. La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial agravó la crisis: millones de muertos, escasez de alimentos y una economía colapsada. El gobierno provisional, instaurado tras la Revolución de Febrero de 1917, no logró estabilizar el país ni retirar a Rusia del conflicto bélico.

Los soviets —consejos de obreros y soldados— comenzaron a organizarse como estructuras paralelas de poder. Los bolcheviques, liderados por Lenin, capitalizaron el momento con un discurso radical que prometía “paz, pan y tierra”. Como señaló Carr (1970), “Lenin veía en cada día de espera una traición a la revolución”.

Tras el derrocamiento del gobierno provisional, los bolcheviques instauraron un régimen de partido único. Lenin disolvió la Asamblea Constituyente y creó la Cheka, una policía secreta encargada de eliminar a los “enemigos del pueblo”. Como señaló Carr (1970), “el terror se convirtió en instrumento legítimo del nuevo Estado”.

Trotsky organizó el Ejército Rojo y lideró la represión durante la guerra civil (1918–1921), en la que murieron más de siete millones de personas entre combates, hambrunas y epidemias. Stalin, sucesor de Lenin, llevó el autoritarismo a niveles extremos. Durante su mandato, se instauraron los Gulag —campos de trabajo forzado— donde se estima que murieron entre 1.5 y 2 millones de personas. Como documentó Solzhenitsyn (1973), “el sistema de campos soviéticos fue una maquinaria de exterminio silencioso”.

Las purgas estalinistas de la década de 1930 eliminaron a miles de cuadros del partido, intelectuales y ciudadanos comunes acusados de traición. El culto a la personalidad, la censura total y la planificación económica centralizada consolidaron un Estado totalitario que traicionó los ideales igualitarios de la revolución.

La Revolución Bolchevique fue una respuesta legítima a un sistema profundamente injusto, pero su desenlace mostró que el poder absoluto, incluso en nombre del pueblo, puede derivar en nuevas formas de opresión. Como señaló Figes (1996), “la utopía revolucionaria se convirtió en una distopía burocrática y sangrienta”.

El legado de la revolución es complejo: por un lado, transformó radicalmente la estructura política y social de Rusia; por otro, instauró un régimen que replicó la violencia estructural que pretendía erradicar. El estudio de este proceso histórico permite reflexionar sobre los límites del poder revolucionario y la necesidad de construir sistemas políticos que combinen justicia social con respeto a los derechos humanos.

 

Referencias

  • Pipes, R. (1970). Russia under the Old Regime. New York: Scribner.
  • Carr, E. H. (1970). The Bolshevik Revolution 1917–1923. London: Macmillan.
  • Solzhenitsyn, A. (1973). The Gulag Archipelago. Paris: YMCA Press.

 

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