Opinión Política
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La regulación de la virtud

Por Carlos A. Lara González

Dr en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación

@Reprocultura

Queremos que el Estado nos resuelva el tema del uso de los celulares en las escuelas; queremos que el Estado nos resuelva el polémico tema de la comida chatarra, también en las escuelas; queremos que el Estado nos resuelva la difusión de letras, canciones y conciertos en el ámbito público y caso privado. En este último punto, es verdad que hacen apología del delito, pero la pregunta es: ¿Qué estamos haciendo nosotros como padres, tutores y ciudadanos en este asunto? ¿Por qué no nos involucramos en estos problemas socioculturales?

Delegar este tipo de decisiones al Estado puede resultar peligroso para la convivencia democrática de la sociedad, por la razón de que llegado el momento podría ser el Estado quien nos diga qué consumir y que no consumir en términos artísticos, culturales y de entretenimiento, lo cual sería un grave retroceso.

Es verdad, existen letras, canciones, géneros musicales y conciertos que hacen apología del delito, y no es menos verdad que el Estado debe regular su comunicación pública, lo cual está intentando hacer. El problema es que lo está haciendo solo, sin la participación de la sociedad, de los padres, tutores y más particularmente de los agentes culturales que se la viven pajareando en todo, menos en los temas fundamentales para la sociedad. Esto los hace socialmente inútiles.

Los Alegres del Barranco.

en Jalisco, donde el gobierno estatal y algunos municipales se han manifestado en favor de la prohibición y de las cartas compromisos y convenios previos a los conciertos, es un estado que tiene diplomaturas, licenciaturas y maestrías en gestión cultural; un doctorado y hasta un colegio de profesionales de la cultura, que no ven la relevancia de este tema, no solo para su campo, sino para la sociedad en general.

Hay además en este estado una Ley de Fomento a la Cultura que establece en su artículo 1ro. que las disposiciones de dicha ley son de orden público y de observancia general y obligatoria en el territorio estatal. Y en ese sentido, que el objeto de esta ley es regular las acciones del Estado que fomenten y desarrollen la cultura en sus manifestaciones artísticas, artesanales, costumbres, y tradiciones populares, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. En el artículo 2o señala que el Estado y los ayuntamientos promoverán los medios para la difusión y desarrollo de la cultura atendiendo a la diversidad cultural en todas sus manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa, atendiendo al principio de no discriminación e inclusión.

Esta misma redacción está establecida en el artículo 4 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como en el artículo 7 de la Ley General de Cultura y Derechos Culturales, en el que se establecen, por cierto, los principios rectores de la Política Cultural del Estados Mexicano. A todo lo anterior, habría que añadir las facultades reglamentarias de los municipios en esta materia. Es decir, hay un marco propicio para la realización de un debate. Dejo aquí algunas líneas: 1) Este tipo de las letras, de canciones y conciertos son debatibles, son sancionables, pero no prohibibles, y menos sin un debate previo. 2) Ningún gobierno, partido o gobernante es custodio de las buenas costumbres. No de forma unilateral, no sin la participación de la sociedad. Y 3) Hay políticos, gobiernos y partidos que en verdad creen que una función del gobierno es regular la virtud, y no es así.

El problema es que este es un debate que no interesa a las autoridades, que no interesa a la ciudadanía y que no atrae la atención de los denominados gestores y agentes culturales. Su habitual silencio admite lo que el gobierno dice e intenta hacer. No deja de ser lamentable que siendo un tema de gran relevancia dentro del campo del arte y la cultura para discutir por primera vez en México el tema de los límites y alcances de la libertad de expresión creativa, todo ese cúmulo de egresados y estudiantes de diplomaturas, maestrías y licenciaturas en gestión cultural, del doctorado y del recién creado colegio de profesionales de la cultura, estén gastando energía en las redes sociales con temas de menor voltaje, en reuniones continentales convocadas por organismos parasitarios que aún creen en los objetivos 2030 y gobiernos que les siguen dando atole con el dedo con el discurso de la cultura como palanca del desarrollo.

Por cierto, el desarrollo pasa por el debate de la libertad de expresión creativa. En lo particular, este desinterés ya no me extraña, es parte esencial del defecto moral de los gestores y agentes culturales que son una suerte de lechuza de Minerva de la que hablaba Hegel. Suelen emprenden el vuelo cuando ya todo ha pasado, vuelan y comienzan a analizar los hechos. Los hechos pasados.

 

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