NOTA DEL EDITOR
Por Alfonso Gómez Godínez
alfonsogogo6@gmail.com
En días pasados el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ajustaron al alza los pronósticos de crecimiento económico para nuestro país en 2025. Para el FMI el producto interno bruto (PIB) crecerá 1% y la apuesta de la OCDE es de un crecimiento esperado de 0.8%.
A pesar de la “mejora” en las proyecciones de crecimiento económico, México sigue siendo una economía reprobada. Ocupamos los últimos lugares en materia de crecimiento tanto en el grupo de naciones que conforman la OCDE como en la región latinoamericana.
Lo que resalta es que el estancamiento económico ya adquirió carta de naturalización, ya se estableció y echó raíces en nuestro país desde inicios del presente milenio. Lejos hemos quedado del crecimiento económico promedio de 3.5% del PIB del sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000) y muy, pero muy lejos, de las tasas del 6% promedio anual que alcanzamos en la época del desarrollo estabilizador (1950- 1970). De confirmarse estos pronósticos se acumularían 7 años consecutivos con un promedio de 0.8 y 1%, comportamiento reprobable, que debe generar alarma y preocupación por sus implicaciones y consecuencias.
El estancamiento económico, la ausencia de oportunidades para un empleo productivo y remunerativo, la falta de movilidad social, la frustración personal y social son un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de discursos y narrativas que favorecen a las corrientes populistas antidemocráticas.
La cuestión es que bajo la ruta señalada se proponen alternativas autoritarias que, bajo la supuesta dirección y conducción del pueblo, se socavan las instituciones democráticas y representativas que garantizan el respeto a las libertades y los derechos humanos. Narrativas evangelizadoras de credos conducidos por caudillos, que marcan a los “buenos y a los malos” y ofrecen una esperanza a cambio de la sumisión y la lealtad ciega.
Así, se rompe el equilibrio de poderes, se somete y avasalla al poder legislativo y judicial, se vulnera el Estado de Derecho, se expande la impunidad, la corrupción y el control de los poderes fácticos.
La democracia como espacio supremo para la deliberación y pluralidad se cierra para dejar el campo abierto al fanatismo a la imposición de verdades absolutas y a la posibilidad de construir por medio del capital social opciones de bienestar y desarrollo.
Sin crecimiento económico sostenido, la mano interventora del Estado alimentada por la visión populista dirige sus acciones hacia el reparto de las dádivas, de los apoyos económicos que por su diseño, concepción y mecanismos operativos mantienen el “status quo” y no detonan capacidades para un mejor funcionamiento de la economía.
Parece que estamos entrando a un círculo perverso donde se autoalimentan el estancamiento económico y la degradación democrática, ambos fenómenos generan incentivos negativos que los impulsan mutuamente.
Sí miramos un mapamundi encontramos una constante en la que las naciones con mayor bienestar económico también cuentan con instituciones democráticas lo que sugiere una correlación entre economía y democracia; En palabras de los Premios Nobel de Economía Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson la existencia de instituciones inclusivas (democracia) o exclusivas (autoritarias) incentivan, las primeras, el crecimiento y bienestar económico.
En nuestro sistema democrático urge reconstruir el capital social que genera el diálogo, el entendimiento y la corresponsabilidad entre todos los actores de la sociedad, reinventar la política con una clase política con atributos democráticos y calidad institucional y moral. Mejorando el funcionamiento de la democracia coadyuvará a mejorar el funcionamiento de la economía. Un salto democrático empujaría al gran salto económico que millones de mexicanos reclaman y requieren para vivir mejor.