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El turismo cultural es huérfano de madre

Por Carlos A. Lara

Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura

@Reprocultura

En una de las obras más acertadas, precisas y maravillosas acerca de la miopía legislativa y la inoperancia de la Ley de Monumentos, titulada “Los Arrebatos del arte. Los bienes culturales entre la pasión privada y el interés público”, la investigadora Miriam Grunstein establece varias categorías entre las cuales destaca la de “matrona” del arte y la cultura para referirse a la patria. Señala que el Estado hizo de patrono a lo largo de décadas en nuestro país para seleccionar los elementos patrimoniales, esto es, los bienes culturales a través de los cuales el pueblo adoraría a la patria.

Siguiendo con esa metáfora podemos decir que el turismo es tal por obra y gracia de los bienes culturales y es, en virtud de estos bienes, que se denomina Turismo Cultural. Dicho de otra manera, si retiramos el arte y la cultura del turismo, las motivaciones de la gente al viajar estarían en niveles friáticos y no se generaría la cadena productiva que este representa. Alguien podría decir que no en el caso del turismo de playa, pero también este pervive, en gran medida, por el patrimonio natural que abrazan estos destinos.

El problema es que el turismo cultural, particularmente en América Latina, ha sido la “gallina de los huevos de oro” de la clase política que, al explotarla demasiado a través del descuido, la masificación, la degradación de los criterios de política pública y el abandono del rigor científico y académico en las declaratorias, lo han llevado a niveles de vergüenza.

¿Por qué lo digo? Pondré sólo el ejemplo de los mal llamados Pueblos Mágicos. Una gran iniciativa de las mejores de las últimas décadas que revitalizó comunidades enteras a partir de un proceso de puesta en valor, adaptación, creación de categorías turísticas y culturales que desembocaron en derrama económica, ocupación hotelera y desarrollo integral de regiones importantes del país. Este programa nació al mismo tiempo (2002) que el primer estudio estratégico sobre turismo cultural en el país desarrollado entre Sectur y el entonces Conaculta. Dicho estudio permitió pasar de la explotación de espacios al aprovechamiento, con la colocación del apellido materno al turismo cultural, que es el de “sustentable”, para presentarlo en sociedad como Turismo Cultural Sustentable.

Con el paso de los años, este apellido materno comenzó a ser un estorbo para la avariciosa clase política. El alcalde que quería ser diputado o el diputado que quería ser alcalde comenzaron a solicitar a la Secretaría de Turismo el aligeramiento de los criterios para que sus pueblos, que apenas tenían un triste quiosco, pudieran ser declarados Pueblos Mágicos. La presión era tal, que lograron crear una suerte de segunda división de esta declaratoria a la que llamaron Pueblos con Encanto.

El Estado de México y algunos municipios del estado de Hidalgo dan fe de ello, de la misma manera que Tepoztlán es un vivo ejemplo de la degradación del Programa Pueblos Mágicos y Xochimilco, por su parte, la representación del fracaso general de un Patrimonio Mundial de la Humanidad y otra serie de declaratorias de lo más cursi como esa de Barrio Mágico de la Ciudad de México. En general, representan de cuerpo entero a la voraz y extractiva clase política que solo piensa en las declaratorias a costa de lo que sea y no en hacerse responsable de lo que estas implican. Es decir, desconocen el segundo apellido del turismo cultural.

El problema de todas las declaratorias de esta naturaleza es que suelen darse al revés cuando aún la comunidad y las autoridades no han hecho nada, solo el evento para la foto. No conozco en el país un caso ejemplar de un sitio declarado patrimonio que cumpla, en tiempo y forma, con los correspondientes planes de manejo.

Antes bien, en el presente gobierno, tanto los Pueblos Mágicos como los mal llamados Pueblos con Encanto y las Ciudades Patrimonio de la Humanidad, han vivido la peor de las pesadillas institucionales. En este gobierno los Pueblos Mágicos son mágicos porque desaparecen personas. Y es que, en lugar de seguir generando condiciones de desarrollo, el gobierno se dedicó a destruirlos y llevar el presupuesto y la atención política e institucional al mayor ecocidio de las últimas décadas. A ese fracasado, corrupto y extractivo proyecto denominado Tren Maya. Otra de las obras que, al pasar por encima de los derechos de las comunidades originarias por no haber hecho las consultas correspondientes, así como por encima de los derechos ambientales de los mexicanos, eliminó también, desde su concepción, el apellido materno del Turismo Cultural.

Acabo de hacer un viaje por la selva paranaense a las Cataratas de Iguazú y a los alrededores de las fronteras de Argentina, Paraguay y Brasil. Un auténtico descanso visual, sin contaminación de espectaculares por los largos kilómetros de carreteras, esto permite apreciar el verdor de los hermosos caminos. Sin ambulantaje en los sitios de interés, sin pancartas de colores anunciando todo tipo de servicios, sin basura, todo debidamente ordenado y pensado en función de la sustentabilidad. Si bien el segundo apellido del turismo cultural corresponde a todos, es tarea de los gobiernos y los Estados dar el primer afrontando las obligaciones que conlleva la sustentabilidad, regulando la pasión privada, el interés público y la obligación ciudadana que abrazan los bienes culturales.

 

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