Opinión Política
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El hombre Fatuo

Por Juan Carlos Hernández A.

Maestro en Gestión Social y Políticas Públicas

@juancarleis2020

La humildad en las personas no se da en macetas, no es como la semilla de campo silvestre que al llegar el agua brota y crece dando su fruto. No. Esta virtud es un hacer en el día a día en la persona una forma de formarse y, sobre todo, querer ser. Humildad en el sentido no de pobreza material sino como el de mostrar el bien y ser dócil, sensible, amigable, sencillo, pero que difícilmente se logra en el transcurso del tiempo, sobre todo ahora que si por el contrario se es fatuo ello es un impedimento inmediato.

El hombre fatuo es aquel que muestra ser engreído, presumido en su actitud, su comportamiento; bueno, hasta en su forma de hablar lo demuestra con una dejadez de presunción que no son más que acciones contrarias a la prudencia del buen ser y hacer,  y esos los hay por doquier con vanidades insulsas que se creen lo que no son, pero además demuestran un perfil de pobreza intelectual incapaces de aceptar errores o señalamientos por sus faltas, son o quieren ser el ajonjolí de todos los moles, quieren ser el niño del bautizo, el muerto del sepelio o el novio de la boda; es decir, llamar la atención de los demás, quiere estar en todo, ser el centro de todo y para todos, opinar de todo -aunque muestre supina ignorancia- y no reconocen error alguno.

El mundo necesita más allá de hombres comunes, simplones como los hay por ahí, por allá y a cuya, la sociedad inmersa en las cosas ordinarias no requiere de gente mediocre, de gente ordinaria con ganas de no hacer mucho por nada ni nadie; el hombre fatuo se regocija en ese ambiente frívolo que no cosecha gracia y virtud, sino inacabada pleitesía y lisonja que son sus fórmulas para actuar sin menoscabo de demeritar su propia imagen.

Es hoy día de conservar otros nuevos hombres, esos hechos al sacrificio, al trabajo, a la entrega, forjados con la fragua de fuego y del golpe de martillo que forma carácter, que hace mejores ciudadanos en un país que los necesita, hombres con valores inamovibles, con ética y moral bien definida, que es parte de su actuar y les da credibilidad ante los demás justo por sus buenas obras. Hombres que no buscan la vanagloria y el falso reconocimiento, el espectáculo insípido, rústico y sin mérito.

El ideal del hombre deberá ser el prototipo que muestre el interés de toda perfección en lo que  desea hacer, accionar en la sencillez, en la amabilidad y la entereza de soportar las vicisitudes de cada día, y emocionarse en el afán de salir avante de cualquier dificultad, ello no lo busca ni por asomo el hombre fatuo, ese hombre moderno que no quiere ni escuchar la palabra esfuerzo, lucha o el menor sacrificio para lograr sus objetivos. Créalo o no, pero tristemente vivimos hoy día en una sociedad que ha cambiado mucho en los valores intrínsecos. Parece que perdemos la cultura del esfuerzo y del trabajo. Así estamos.

Empero, hay todavía gente de bien, y de buena cepa, de distinguida raza, con genética luchona, arriesgada a dar el todo por el todo, de claros pensamientos y de probada capacidad, gente bien nacida y educada en el seno familiar que son producto del sacrificio de cada día, que no descansa y que en su hacer y pensar no tiene tiempo de fijarse en lo que otros digan sobre su actuar, esa gente, esas mujeres y hombres cabales son todo menos fatuos. Usted, como muchos más, busque la perfección en sus pensamientos que lo llevarán a buenas acciones. No se vanaglorie en la mera vanidad de ser fatuo, antes bien sea el más útil servidor en lo que su dignidad de persona le permita. ¡Hágale pues!

 

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