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¿Cómo nos sentimos?

Por Alfonso Gómez Godínez

@ponchogomezg

Durante años los economistas nos hemos concentrado en reivindicar los éxitos y fracasos de nuestras propuestas en términos de resultados materiales. El indicador fundamental a nivel macroeconómico ha sido el Producto Interno Bruto (PIB) y su derivación, el Producto Per Cápita, para valorar la pertinencia de las políticas económicas. A nivel microeconómico nos adentramos en la búsqueda de mayores utilidades, ventas, reducción de costos con la finalidad de crecer y mantener la viabilidad de las empresas.

Al final de cuentas, lo que importa es incrementar el nivel de bienestar material de los actores económicos. La búsqueda es alcanzar mayores ingresos para poder acceder a una mayor cantidad y/o mejor de bienes y servicios. La lógica de la economía se orienta en favorecer la acumulación material como insignia del triunfo de los economistas en el mundo.

En esta perspectiva nos adentramos a buscar las raíces del crecimiento económico, sus motores y causalidades. Hemos formalizado rankings de medición del PIB, del PIB Sectorial, del PIB Per Cápita por nación y los comparamos tanto en el tiempo como con otros países y así medimos la salud de la economía.

Desde hace algunos años, esta manera de medir el bienestar económico ha empezado a ser criticado y cuestionado. Tanto por aquellos economistas como Jeffrey Sachs que analizaron los costos ambientales no cuantificados del modelo de crecimiento tradicional orientado al bienestar material, a la producción y adquisición masiva de bienes a costa de la naturaleza, como ahora los que abrieron una nueva perspectiva a partir de la economía del bienestar subjetivo como Ruut Veenhoven y Robert Metcalfe.

El punto de partida es el replanteamiento del objetivo final de la economía. El progreso material no es condición suficiente para alcanzar un mayor bienestar de la sociedad. Dicho en otras palabras, a pesar de la acumulación de bienes materiales tanto a nivel de nación y de familias e individuos se percibe niveles subjetivos de insatisfacción o de algo que los economistas del bienestar subjetivo llaman la felicidad.

Inclusive en esta perspectiva se plantea la paradoja de Easterlin que señala que “la felicidad no aumenta con la riqueza una vez que las necesidades básicas se cumplen”, cita que se recupera del libro Políticas y Bienestar Subjetivo compilado por Gómez – Álvarez y Ortiz Ortega editado por Ariel y el CAF.

En estos días se realiza en Egipto la reunión sobre cambio climático y las conclusiones que se van derivando alertan sobre la urgencia de llevar a cabo profundas transformaciones en la lógica de funcionamiento del paradigma económico que atenta contra la propia supervivencia del ser humano a consecuencia de la depredación de la naturaleza.

Sin duda que el sistema capitalista demostró su superioridad sobre el sistema socialista. Basta comparar Corea del Sur y Corea del Norte, Cuba con Costa Rica, sin embargo, ese triunfo viene cargado de externalidades muy graves.

El accionar exitoso del capitalismo para generar un nivel de bienestar material no tiene comparación con respecto a otros sistemas. Pero las fisuras que se observan son preocupantes. El énfasis en el trabajo y la competencia está teniendo costos en el bienestar subjetivo de las personas medidos en términos de estrés, ansiedad, soledad, frustración e infelicidad. Lo anterior lleva al deterioro del tejido social a la perdida de lo que los economistas del bienestar subjetivo llaman los “bienes relacionales”. Lo que importa es obtener más y mejores casas, autos, televisores, ropa, relojes e incrementar las cuentas bancarias. Sin embargo, eso es a cambio de la ausencia de tiempo para convivir con la familia, mantener y ampliar la red de amigos, fortalecer los lazos de convivencia con los vecinos y los colegas, de involucrarnos con nuestros semejantes. La pérdida o carencia de “bienes relacionales” afecta negativamente nuestra felicidad a pesar del incremento del bienestar material. Una disyuntiva crucial para la economía.

 

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