Por Simón Madrigal
Analista politico, radica en EE.UU
Cortejados por todos, representados por nadie.
El voto latino en Estados Unidos se ha convertido en un botín político. Republicanos y Demócratas lo ansían como llave del poder, pero para millones de inmigrantes —y especialmente para los mexicanos— el resultado es un déjà vu muy conocido: promesas incumplidas, esperanzas defraudadas y la amarga certeza de que la política, aquí y allá, se parece demasiado.
No hay un “Voto Latino”
Los estrategas electorales repiten “el voto latino” como si fuera un bloque monolítico. La realidad es mucho más compleja:
Cubanos en Florida: Marcadamente republicanos, su voto está marcado por heridas históricas que siguen abiertas. La frustración de la fallida invasión de Bahía de Cochinos en 1961, la dureza del régimen castrista y la narrativa de la Guerra Fría moldearon una generación de exiliados que encontró en el Partido Republicano un aliado contra todo lo que oliera a socialismo. Esa identidad política se transmitió a sus hijos y nietos, convirtiendo al exilio cubano en uno de los bloques más disciplinados y movilizados del electorado latino. Para muchos de ellos, votar republicano no es solo una preferencia partidista, sino un acto de memoria histórica y resistencia contra la traición y el abandono que, sienten, les infligió la administración demócrata en aquel episodio.
Puertorriqueños en Nueva York (y últimamente en Orlando, Florida): Históricamente demócratas, su voto se forjó en un contexto muy distinto al cubano. Al llegar en grandes olas migratorias en la posguerra, muchos se insertaron en fábricas, sindicatos y comunidades obreras de la ciudad. Su lucha cotidiana fue por mejores salarios, acceso a vivienda digna y derechos civiles, causas que encontraron eco en el Partido Demócrata y en sus estructuras locales. A diferencia del exilio cubano, que se cohesionó alrededor del anticastrismo, los puertorriqueños articularon su identidad política a través del sindicalismo, la movilización comunitaria y la búsqueda de igualdad social. En ellos, el voto demócrata se convirtió no solo en tradición, sino en extensión natural de su experiencia de clase trabajadora dentro de Estados Unidos.
Mexicanos: el grupo más numeroso y diverso del electorado latino, imposible de encasillar en una sola tendencia. Su orientación política no responde a una sola ideología, sino a la geografía, la memoria histórica y la lucha diaria por sobrevivir.
Geografía que pesa en las urnas
La política del mexicano en EE.UU. no se explica solo con ideología, sino con territorio:
- California: Fiel bastión demócrata. Las generaciones de chicanos han convertido al partido en refugio político, aunque no exento de decepciones.
- Texas: campo de batalla. Las ciudades como Dallas, Houston y San Antonio muestran inclinaciones demócratas, las regiones fronterizas al igual que la zona rural sorprende con giros republicanos, motivados por temas de seguridad y economía.
- Nueva York: La creciente comunidad mexicana, menor en número, pero más cercana al voto Latino imperante de los dominicanos y puertorriqueños, tiende a integrarse en la corriente demócrata.
- Chicago: Chicago es la ciudad con una de las comunidades mexicanas más antiguas, moldeada por el trabajo en las fábricas, en el acero y el ferrocarril. El voto aquí se entrelaza con luchas sindicales y con la historia migrante.
- Omaha, Nebraska: sorprende a quienes creen que los mexicanos son “nuevos” en EE.UU. Aquí hay presencia desde hace más de un siglo, herencia del ferrocarril y de las empacadoras de carne. Familias que llevan tres, cuatro, hasta cinco generaciones construyendo comunidad, pero que siguen cargando con el estigma de ser “recién llegados”.
- El Nuevo Sur (Las Carolinas, Georgia, Tennessee): el voto mexicano es aún volátil, marcado por necesidades inmediatas: trabajo, papeles, escuelas. Son comunidades pioneras que podrían decidir elecciones locales en el futuro cercano. El crecimiento principalmente de mexicanos de estos estados en los últimos 30 años fue de 900%, según el censo de EEUU.
Promesas en el aire, hijos en el limbo
El ejemplo más claro del desencanto tiene nombre propio: DACA. El Deferred Action for Childhood Arrivals(Acción Diferida para los Llegados en la Infancia), concebido hace más de 25 años bajo la inspiración delDream Act, nació como una esperanza para cientos de miles de jóvenes conocidos como Dreamers. Sin embargo, pese a que en distintos momentos demócratas y republicanos han tenido mayoría en el Congreso, ningún gobierno ha logrado convertirlo en una solución definitiva.
Los Dreamers —hijos de inmigrantes que crecieron, estudiaron y se formaron en Estados Unidos— son quizá el símbolo más doloroso de la política americana. Ambos partidos han prometido protegerlos, pero año tras año sus derechos quedan sepultados en la burocracia y usados como moneda de cambio en la negociación legislativa.
Para los padres mexicanos, no hay herida más profunda: lo más preciado —sus hijos— permanece atrapado en un limbo migratorio. Y mientras tanto, la clase política los exhibe como fichas en un tablero de poder, olvidando que detrás de cada cifra hay vidas, familias y futuros truncados.
Engañados por ambos lados
El mexicano en Estados Unidos vive atrapado en una metáfora cruel.
Engañado por la patria de origen, que nunca le ofreció las oportunidades necesarias para crecer con dignidad y lo empujó a buscar futuro más allá de sus fronteras.
Engañado por el país de acogida, que lo seduce con discursos de inclusión y promesas de reforma, pero que al final rara vez cumple y lo mantiene en un estado de incertidumbre.
Como en un matrimonio roto que expulsa y un amante infiel que promete pero no entrega, ambos lo utilizan como fuerza de trabajo, como número en las encuestas, como voto disputado… pero ninguno lo respeta plenamente como ciudadano ni como ser humano.
Construyendo un país prestado
Los mexicanos en Estados Unidos han tejido con sudor y perseverancia la historia invisible que sostiene a este país. Fueron manos morenas las que colocaron los rieles del ferrocarril, esas venas de hierro que recorren de costa a costa la nación; fueron brazos incansables los que levantaron fábricas en Chicago y trabajaron en las empacadoras de Omaha; fueron vidas valientes las que marcharon a la guerra con la bandera de las barras y las estrellas sobre el pecho. Han criado generaciones de hijos orgullosamente bilingües, herederos de dos mundos y puentes entre culturas. Pagan impuestos, sostienen la economía local, dan vida a barrios enteros y, con su presencia, transforman ciudades en mosaicos de esperanza, trabajo y dignidad.
Y, sin embargo, siguen en una zona gris: demasiado mexicanos para ser plenamente estadounidenses, demasiado estadounidenses para ser vistos solo como mexicanos.
Su voto es fuerte y crece. Puede decidir elecciones presidenciales, estatales y locales. Pero hasta hoy, ningún partido ha demostrado merecerlo. En cada ciclo electoral, el mexicano en EE.UU. sigue exactamente en el mismo lugar: atormentado entre dos amores.