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OPINIÓN

América no fue descubierta, fue mezclada

Por Juan Raúl Gutiérrez Zaragoza

Doctor en derecho por la Universidad Panamericana.

Doctorante en Filosofía por la Universidad Autónoma de Guadalajara.     

Recuerdo que algunos de mis profesores de historia en Guadalajara me decían que Cristóbal Colón “descubrió” América en 1492. Lo repetían como una fecha sagrada, como el inicio de todo, pero desde entonces, algo me hacía ruido. ¿Descubrir qué, si ya había gente aquí? ¿Cómo se puede descubrir lo que ya está habitado?

Por eso, cada vez que escucho el “descubrimiento” de América, algo me incomoda, no porque no haya sido un hecho histórico importante, sino porque esa palabra, descubrir, suena como si aquí no hubiera nadie antes de ese año, como si este continente hubiera estado esperando a que alguien lo pusiera en el mapa y, eso no es cierto.

América ya estaba habitada, y no por unos cuantos, sino por millones de personas, civilizaciones enteras con sus propias lenguas, sus dioses, sus ciudades, sus formas de entender el mundo. Lo que ocurrió a finales de ese siglo XV no fue un descubrimiento, fue un encuentro, un choque, un cruce de caminos que cambió todo, una fusión.

Y es ese cruce el que nos dio origen a los que estamos aquí hoy.

Porque sí, los pueblos originarios ya vivían en estas tierras, pero nosotros, los que caminamos por ellas ahora, no seríamos quienes somos sin esa mezcla que se dio entre indígenas, europeos, africanos y, más adelante, migrantes de todos lados. Nuestra identidad está hecha de muchas capas, de muchas sangres, de muchas historias, me queda claro que no seríamos quienes somos sin ese mestizaje.

Una amiga de mi abuela, que era mujer de campo y de memoria larga, le contaba que sus abuelos todavía hablaban náhuatl o sayulteca, (no recuerdo) y que, en su pueblo, por Ciudad Guzmán/Zapotlán todavía se hacían rituales que no venían de Europa. “Nosotros no venimos de España, mija —le decía— venimos de la tierra.”, y esa frase se me quedó grabada.

Somos hijos de la historia, de lo que pasó y de lo que seguimos construyendo, en México, el mestizaje no es una idea académica, ni abstracta, es algo que se vive todos los días, está en la comida, en la música, en la forma de hablar, en cómo celebramos, en cómo lloramos, somos aleación y es lo que nos hace únicos.

Y no solo en México, América Latina entera es un mosaico, cada país tiene su propia receta de mestizaje, Perú quechua y católico, Brasil afroindígena, el Caribe de acentos cruzados, Argentina con raíces italianas, todos distintos, todos mezclados.

 

 ¿Y si Colón no hubiera llegado?

Es una pregunta que vale la pena hacerse, tal vez otro europeo lo habría hecho después, quizá las civilizaciones originarias habrían seguido su curso sin interrupciones, pero lo cierto es que el continente como lo conocemos hoy no existiría, no habría este “nosotros” que somos ahora.

De otra manera ¿cómo explicaríamos esta identidad mestiza, híbrida, contradictoria y profundamente rica que nos define? Este sincretismo se acentuó aún más en la “conquista”.

Aquí es donde quiero hacer una pausa. Porque esa palabra —conquista— también me hace ruido. Se ha repetido tanto que parece que unos cuantos españoles llegaron y, por arte de magia, sometieron imperios enteros, pero la historia fue más compleja.

En lo que hoy es la República Mexicana, los españoles no “conquistaron” solos, muchos pueblos indígenas se aliaron con ellos, buscando liberarse del dominio mexica, fue una guerra de alianzas, de traiciones, de estrategias, y aunque el resultado fue devastador para muchos, no podemos contar esa historia como si hubiera sido una victoria unilateral.

Pareciera increíble que en pleno primer cuarto del Siglo XXI todavía haya personas que defienden un falso indigenismo, como si negar la mezcla que somos fuera una forma de reivindicación.

Decir “conquista” sin matices es borrar a los pueblos originarios que participaron, que se sublevaron, que sobrevivieron, y eso también es parte de nuestra historia.

América no fue descubierta, fue el resultado de una combinación, nosotros, los que vivimos aquí hoy, somos producto de ella, lo aceptemos o no, nuestra existencia es testimonio de un encuentro que cambió el rumbo del mundo, porque ser americano hoy es llevar en la sangre una historia entrelazada de conflicto, de creación, de identidad.

Pareciera increíble que en pleno primer cuarto del Siglo XXI todavía haya personas que defienden un falso indigenismo, como si negar la mezcla que somos fuera una forma de reivindicación. Pero esa postura, aunque bien intencionada en algunos casos, termina siendo ilógica, porque lo cierto es que no somos indígenas en estado puro, ni somos europeos, somos la consecuencia, a veces atroz, a veces luminosa, entre mundos que se encontraron y se transformaron mutuamente.

Intentar disimular esa mezcla es como querer borrar nuestra propia historia, como si rechazar lo que somos pudiera devolvernos a un pasado que ya no existe. Y lo que existe es una identidad mestiza, compleja, hijos de la tierra y del mar, de la memoria y del olvido, que merece ser entendida, no ocultada.

Es, al menos, incongruente esconderlo o estar en contra de esa amalgama, eso es lo que somos, nos guste o no, estamos constituidos por el resultado de un cruce profundo, a veces violento, a veces creativo, entre mundos que se encontraron y se transformaron mutuamente, en sus tradiciones, en sus costumbres, en sus culturas, intentar rechazarlo es como querer borrar nuestra propia cara del espejo.

Y esa historia, con todo lo que implica, lo bueno, lo doloroso, lo que aún no entendemos del todo, nos hace únicos.

Por estas y múltiples razones más, me causa hilaridad, y lo digo con respeto, que muchos de esos defensores del “indigenismo” antes mencionado, tengan nombres y apellidos más hispanos que los de los propios Cristóbal Colón o Hernán Cortés, que sus quejas las expresen en castellano, tomen tequila, reconozcan a la charrería como deporte nacional, que sean fanáticos del fútbol, de la fiesta brava (todo este conjunto de peculiaridades viene de Europa) y, que, por si fuera poco, los veamos como asiduos asistentes en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que irónicamente será, por séptima vez en honor de España o de algunas de sus ciudades, Barcelona en este 2025, sin contar la ocasión que ese lugar de privilegio lo ocupara la Unión Europea apenas hace dos años..

Es como si vivieran en una contradicción permanente.

Como corolario, si me preguntan quién soy, diría con orgullo: soy parte de ese sincretismo. No vengo de un solo lugar, ni de una sola historia, vengo de muchas, de lo que me contaron mis maestros, de lo que me enseñó mi abuela, mis padres, de lo que sigo descubriendo cada día, y por eso, defiendo la idea de que América no fue descubierta… fue mezclada.

 

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